Cultura
Cincuenta años de ‘The Dark Side Of The Moon’: la tragedia moderna donde comenzó el cisma en Pink Floyd

De todas las discusiones que han librado Roger Waters y David Gilmour en su accidentada y larga relación, la que se desarrolló durante la grabación de The Dark Side Of The Moon debe ser de las más leves. Pero fue la primera y, en cierta medida, con la que empezó todo. Nick Mason, batería del grupo británico, lo explica así en su libro Dentro de Pink Floyd: “Estas fueron las primeras señales de aviso de los desacuerdos fundamentales dentro del grupo. Se estaban marcando unos límites de lo que era y no era aceptable, de manera indistinta e involuntaria, pero se estaban marcando”. ¿El foco del problema? Una cuestión técnica: Waters deseaba un sonido seco, ese que luego impuso en The Wall, y Gilmour prefería algo más grueso, grandioso y reverberante. Aparentemente se impuso la visión de Gilmour, un premio de consolación para un disco cuyo concepto y letras son obra de Waters. Desde ese momento, Waters ya no quiso que nadie discutiera su imperial liderazgo en el cuarteto.
The Dark Side Of The Moon cumple 50 años (se editó en marzo de 1973) agarrado a la actualidad y no solo por celebrar medio siglo: las peleas entre los dos líderes se han recrudecido en las últimas semanas, permanece como tercer disco más vendido de la historia (después de Thriller, de Michael Jackson, y Back In Black, de AC/DC) su sonido y su mensaje siguen vigentes, se reedita la semana que viene en una caja con un directo de la época y, lo más chocante, Waters lo está regrabando sin contar con los dos miembros vivos del cuarteto que registró el original (el batería Nick Mason y el guitarrista y cantante David Gilmour, ya que el teclista Richard Wright falleció en 2008 a los 65 años). Otro relevante foco de actualidad son las actuaciones del cerebro de todo esto, el bajista y cantante Roger Waters, en España: Barcelona (21 de marzo) y Madrid (23 y 24).
En 1973 Pink Floyd se encontraba en un punto de inflexión importante. Había publicado siete discos y superado la deserción de su primer líder (Syd Barrett se marchó en 1968 con evidentes problemas mentales), pero no acababa de encontrar un sonido que colocase al grupo en otra dimensión con el objetivo de mantenerse por décadas. Waters y Wright tenían 29 años, Mason, 28, y Gilmour 26. “Es un hito en la historia del rock, tiene el récord de permanencia en las listas de los más vendidos y permitió que una banda de música independiente alcanzará el estatus de mega estrellas”, apunta Jean-Michel Guesdon, coautor del monumental de Pink Floyd. Las historias detrás de sus 179 canciones (Blume).
The Dark Side Of The Moon es un álbum conceptual surgido de las inquietudes de Roger Waters, un trabajo de una tremenda ambición artística que representa la gran tragedia moderna: se reflexiona sobre la codicia, el paso del tiempo, la mortalidad o la salud mental. Medio siglo después, la actualidad de los textos (todos escritos por Waters) resulta palpitante. “El mensaje es tan válido antes como ahora. Se habla de la alienación del hombre moderno. El concepto es la vida, y eso nunca pasa de moda. También es importante porque no es un álbum demasiado complicado. Se puede disfrutar como una colección de canciones, porque son muy buenas”, explica Mark Blake, autor de Pigs Might Fly: The Inside Story Of Pink Floyd.
Pink Floyd comenzó a interpretar las canciones del disco meses antes de entrar al estudio de grabación, en su particular vorágine de giras. Algo impensable en los tiempos actuales del karaoke/concierto. Esto permitió al cuarteto, además de apreciar la reacción del público ante las nuevas composiciones, moldear las canciones, desechar o sumar detalles. Seguían con los conciertos y realizaban paradas en los estudios londinenses de Abbey Road. Desde que comenzaron a grabar hasta que terminaron pasaron unos siete meses, pero solo fueron 40 días de grabación real. Todo con la ayuda de un ingeniero de sonido de 25 años llamado Alan Parsons que había aprendido con George Martin y los discos de los Beatles. A Parsons le quedaban tres años para iniciar su exitosa y vanguardista carrera.
El disco desborda en hallazgos sonoros. Lo analiza el guitarrista español Igor Paskual: “Waters, Mason y Wright iban a la Escuela de Arquitectura del Regent Street Polytechnic College (hay una placa que lo indica, además). Y es que su música está planteada en términos de planos, espacios y proporciones. Parece un disco etéreo, flotante, pero como toda la arquitectura que parece espacial tiene unas estructuras muy bien armadas. Sus cimientos se basan en la batería, el bajo, la guitarra rítmica y el teclado, que están grabados tocando todos a la vez. Es una barbaridad cómo suena: cuesta distinguir los instrumentos de lo bien entrelazados que están, una masa que parece mucho más de lo que es. El teclado, a veces, parece que es una guitarra y viceversa. La batería, por ejemplo, suena como un todo, no como en las grabaciones de ahora, donde no se escucha la batería, sino un bombo, una caja o un plato”. A pesar de algunas diferencias, el grupo trabajó como un equipo, sumando energías en beneficio del resultado.

Es un álbum de diez canciones que se abre con Speak to Me, una pieza instrumental que recoge todos los efectos sonoros que asoman a lo largo del disco (cada uno con su significado): una caja registradora, el latido de un corazón, las manecillas de un reloj, monedas cayendo, el ulular de las hélices de un helicóptero, unas risas… Y una voz al fondo pone en situación: “He estado loco por muchos putos años, absolutamente muchos años. He estado en el filo durante mucho tiempo”. Luego estalla Breathe, con un hermoso pedal steel guitar probablemente inspirado en canciones de Neil Young. Las piezas fluyen encadenadas, para facilitar una escucha completa. Time es un punto culminante, sobre todo por el trabajo de Gilmour, colosal en toda la grabación tanto cantando como con la guitarra. En Money Waters denuncia el corrosivo efecto del dinero, ese que ganaría a espuertas precisamente gracias a este disco. Fue la canción más radiada del álbum, la que permitió que The Dark Side… despachara millones de ejemplares. “En el solo de guitarra de Money (minuto 3 de la canción), la primera parte es como si Gilmour utilizara una pincelada larga porque su sonido tiene eco. Pero, cincuenta segundos después, quita el eco y pone la guitarra seca, las notas son pinceladas cortas. Además, la banda, justo en ese momento, baja la intensidad y construye una habitación más pequeña para acomodarse a la pincelada corta. Primero es Van Gogh y luego puntillista. Una obra maestra”, describe Pascual.
Brain Damage versa sobre la locura y es el homenaje de Waters a su amigo Syd Barrett. “Este disco es el eslabón entre los experimentos británicos de los sesenta y la llegada de Radiohead”, afirma Paskual, que incluso ve en la instrumental On The Run el germen del tecno de Detroit. No es un álbum largo (42 minutos), seguramente condicionado por la capacidad del formato vinilo, y está concebido para escucharlo completo como un viaje emocional. Cada canción lleva a la siguiente con fluidez, sin sobresaltos. El objetivo es que este trayecto lleve a alguna parte, que cada oyente encuentre su espacio recreacional y de disfrute.
Hay muchas anécdotas que salpican la grabación. El grupo repartió unas cartelas con preguntas incómodas (¿cuándo fue la última vez que golpeaste a alguien? ¿te asusta la muerte?) a los que pululaban por el estudio, de Paul McCartney, que grababa allí un disco con los Wings, al portero irlandés del estudio. Finalmente las respuestas del exbeatle se omitieron “por demasiado frías”. El portero, llamado Gerry O’Driscoll, sin embargo, tuvo el honor de cerrar el álbum. En Eclipse, la pieza final, además de repetirse los latidos del corazón con los que arranca el álbum, se escucha una reflexión de O’Driscoll: “En realidad, no existe un lado oscuro de la luna: de hecho, toda ella es oscura”. Y continúan filtrándose los latidos hasta que se apagan. Una de las lecciones del álbum es que aceptar la mortalidad es inevitable y un alivio para seguir adelante. Otro personaje secundario fue Clare Torry, que puso la estremecedora voz a The Great Gig In The Sky La cantante inglesa solo cobró por aquella sesión 30 libras. Tras el descomunal éxito del disco, demandó al grupo pidiendo más dinero ya que ella había creado la melodía a la que puso voz. Lo consiguió en 2005. Desde entonces se acredita su composición vocal y cobra por ello.

Las extraordinarias ventas del disco cogieron con el pie cambiado a los músicos y cada uno lo digirió como pudo. Al fin y al cabo se trataba de una obra que indagaba en temáticas sombrías y en la desilusión de la condición humana, un material con pocas posibilidades de triunfar entre el gran público. Pero lo hizo. “Creo que el éxito incomodó a todos, pero especialmente a Waters, que veía reñidas sus convicciones socialistas con su nueva condición de rico. Su comportamiento se vio afectado: asumió el liderazgo del grupo, lo que gradualmente lo condujo a su final; o, al menos, al final del grupo con él en sus filas”, explica Jean-Michel Guesdon. En entrevistas durante estos años, Waters, que abandonó la banda en 1985, reconoció este dilema: “Era un socialista confeso y ahora tenía que elegir entre seguir siéndolo o mirar al capitalismo. Y elegí lo segundo”. También ha reconocido que fue “el principio del fin del grupo” por las disputas con Gilmour.
La perspectiva de escuchar la nueva versión del álbum grabada solo por Waters no entusiasma mucho. “No creo que sea una buena idea”, apunta el autor de Pink Floyd. Las historias detrás de sus 179 canciones. “Me produce curiosidad escuchar cómo suena esta nueva versión, pero tengo mi ejemplar original desde hace 45 años y todavía me funciona”, añade el escritor de Pigs Might Fly: The Inside Story Of Pink Floyd.
Después de The Dark Side Of The Moon, este mismo cuarteto de Pink Floyd editó Wish You Were Here (1975), Animals (1977) y The Wall (1979). Obras monumentales (sobre todo el primer y el tercero) elaboradas en un continuo conflicto entre Waters y Gilmour. Benditos resultados los de dos gallos narcisistas en el mismo estudio de grabación.
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Cultura
‘La violación de Lucrecia’: un gran Nebra pero para ‘dummies’

José de Nebra resucitó enano, en 2016, en el Teatro de la Zarzuela. La recuperación de Iphigenia en Tracia (1747) se comprimió entonces en poco más de una hora y cuarto sin descanso. Una sucesión de números musicales, alternados con lecturas de las Ifigenias de Eurípides y Goethe por una voz en off, que sustituían los declamados del libreto de Nicolás González Martínez. Una trama incomprensible que extirpaba de la acción a todos los personajes que no cantaban. Y una escenografía demasiado estática, a la que se unió un reparto vocal muy desigual y una dirección musical poco lustrosa ante una orquesta no especializada.
Casi siete años después, el teatro de la madrileña calle Jovellanos lo ha intentado de nuevo con la zarzuela Donde hay violencia, no hay culpa (1744). La partitura recuperada vuelve a ser de Nebra y el libreto de González Martínez, ahora basado en la historia de la violación de la patricia romana Lucrecia, a partir de Tito Livio. Una partitura donde se combinan idealmente elementos hispanos e italianos, de seguidillas y coplas con recitativos y arias. Y un libreto salpicado de versos con avanzadas ideas ilustradas contra la tiranía y en favor de la igualdad entre hombres y mujeres.
Pero se ha preferido volver a suprimir todos los declamados del libreto de González Martínez y prácticamente todos los personajes que no cantan. Han desaparecido seis de los once integrantes de la acción, aunque el malvado violador Sexto se reduce a un figurante. Y tan solo vemos en escena los cuatro papeles con números musicales: la propia Lucrecia, su criada Laureta, su enamorado Colatino y Tulia, la hermana de este. No obstante, en lugar de voces en off con alocuciones de Tito Livio y Shakespeare, se ha optado por encargar a Rosa Montero una nueva versión de los declamados del libreto. La escritora ha creado una narradora omnisciente, una suerte de Lucrecia actual, a la que denomina Espíritu de la leyenda de Lucrecia. Una actriz, que explica los detalles de la trama, los reinterpreta en clave feminista e interactúa con los personajes.
Montero es una grandísima novelista, pero no una dramaturga. Y sus intervenciones narradas entorpecieron, una y otra vez, la tensión dramática de la zarzuela, con su característica alternancia entre declamación versificada y canto. Esa Lucrecia moderna, a la que daba vida la actriz Manuela Velasco, elevó un poco la temperatura dramática en la segunda jornada. Pero en la primera lo pueril de sus razonamientos e imprecaciones contra el patriarcado nos hicieron sentir a muchos en una especie de concierto didáctico escenificado. Otro problema fue el personaje del malvado Sexto, que representó el actor Borja Luna, reducido a exhibir su cuerpo, fumar, silbar, gritar, esnifar cocaína, meter mano y violar, pero sin ninguna intervención hablada que le permitiese construir un personaje y crear conflictos dramáticos.
El remate de la intervención de Montero fue el añadido de dos clímax inexistentes en la zarzuela original. Me refiero a las escenas de la violación y del suicidio de Lucrecia. Fueron dos momentos muy efectivos y bien resueltos escénicamente, aunque completamente alejados del espíritu de este género dieciochesco. El director de escena Rafael R. Villalobos ha trabajado muy duro para conectar las narraciones de Montero con la zarzuela de Nebra y González Martínez. Lo hace aportando abundante movimiento escénico, algunos destellos en la dirección de actores y un bello vestuario. Y se vale, además, de la siempre interesante escenografía de Emanuele Sinisi: ruinas y escombros romanos presididos por la Lapsus Lupus, la famosa fotografía de Luigi Ontani que actualiza la loba capitolina, en la primera jornada, y el entorno doméstico presidido por la bañera de Lucrecia, en la segunda.

Pero lo mejor de esta producción volvió a ser la música de Nebra. Esta vez se contó con un grupo de instrumentos de época, Los Elementos, con su creador, el joven contratenor Alberto Miguélez Rouco, a la dirección y el clave. Su imaginación musical para hacer sonar esta partitura de Nebra fue admirable, a pesar de puntuales desajustes y alguna fanfarria imposible. Escuchamos desde el foso toda la brillantez dramática que faltó sobre el escenario, con una dirección y un acompañamiento lleno de chispa y variedad en el uso del tempo, la dinámica y el carácter. Quizá sobró la música creada por él mismo, como la sinfonía inicial. No obstante, sus decisiones de hacer todas las repeticiones con variantes en las arias y de añadir fragmentos adicionales escritos por Nebra (para las reposiciones de 1748 y 1753) fueron muy acertadas.
Su interpretación de la primera jornada fue en ascenso y los mejores momentos musicales se concentraron en la segunda. Por ejemplo, la viveza que aportó en las seguidillas fue admirable, y especialmente en Los halagos se mezclan con los martirios, que asignó a Tulia, en lugar de a Octavia en la reposición de 1748. Aquí pudimos disfrutar del tono esmaltado de la soprano valenciana Marina Monzó que fue la gran triunfadora de la noche. Su poderosa interpretación del recitativo y aria de la segunda jornada, Huye de mí / Ya, afecto mío, fue lo mejor y más aplaudido de toda la zarzuela. Resultó bien la dramática Lucrecia de la catalana María Hinojosa Montenegro, en su aria final ¡Mi fiera mano airada!, a pesar de su excesivo vibrato fuera de estilo. La mezzo Carol García aportó empaque y musicalidad a la bella aria de Colatino, Corderilla atribulada. Y Judit Subirana fue una aceptable Laureta, aunque con poca gracia. Su divertida aria Si a casa va el majo fue bruscamente interrumpida por la violenta y terrible escena inventada aquí de la violación de Lucrecia. Nos quedó bien claro que la música de Nebra es un simple adorno, algo superfluo.
‘La violación de Lucrecia’ (o ‘Donde hay violencia, no hay culpa’)
Música de José de Nebra.
Libreto de Nicolás González Martínez versionado por Rosa Montero.
Con María Hinojosa Montenegro (soprano), Marina Monzó (soprano), Carol García (mezzosoprano), Judit Subirana (mezzosoprano). Manuela Velasco (actriz) y Borja Luna (actor).
Los Elementos. Dirección musical y clave: Alberto Miguélez Rouco. Dirección escénica: Rafael R. Villalobos.
Teatro de la Zarzuela, hasta el 1 de abril. Madrid
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Cultura
García Márquez desbanca a Cervantes como autor más traducido del español en el siglo XXI

El boom de la novela latinoamericana, con la publicación de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, en 1967, provocó unas ondas expansivas en la literatura que han aupado al premio Nobel colombiano como el más traducido del español a otros idiomas si tomamos el periodo entre el año 2000 y 2021. Es una de las conclusiones del primer gran Mapa de la Traducción Mundial del Instituto Cervantes, que adelanta en primicia EL PAÍS. Se trata de un rastreo por las obras y autores en español vertidos a una decena de idiomas que arranca en 1950 y finaliza en 2021. Si se toman esas siete décadas en su conjunto, Miguel de Cervantes sí es el primero, con 1.386 traducciones, seguido precisamente de García Márquez, con 1.270, e Isabel Allende en tercer lugar (861). El cuarto es Borges (768), siguen Mario Vargas Llosa (765) y luego dos poetas, Federico García Lorca y Pablo Neruda. Carlos Fuentes, Arturo Pérez-Reverte y Carlos Ruiz Zafón completan los 10 primeros puestos.
En lo que respecta a este siglo, el Cervantes apunta sobre el liderazgo de García Márquez que se trata “de la tendencia que se ha visionado”, a falta de las cifras concretas. Por detrás de él aparecen Isabel Allende, Jorge Luis Borges y Mario Vargas Llosa, un claro predominio latinoamericano. El primer español es el propio Cervantes, al que siguen, en sexta posición, Carlos Ruiz Zafón y Arturo Pérez-Reverte. Completan los primeros puestos dos chilenos, Luis Sepúlveda y Roberto Bolaño, y otro español, Javier Marías.
Este Mapa de la Traducción, que cuenta con la participación del Laboratorio de Innovación en Humanidades Digitales de la UNED y la colaboración de la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura, del Ministerio de Cultura, se va a presentar el próximo miércoles, 29, en el IX Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), que se celebra en Cádiz del 27 al 30 de marzo, la cita a la que acuden miembros de las 23 academias del español en el mundo junto a filólogos, escritores, artistas… organizado por el Cervantes, la Real Academia Española (RAE) y el Ayuntamiento de Cádiz. La directora general del Libro y Fomento de la Lectura, María José Gálvez, destaca del Mapa, por correo electrónico, “la traducción de los autores del boom yla incorporación a los más traducidos de autores como Marías o Pérez- Reverte”. El Mapa se centra en 10 idiomas: inglés, francés, alemán, italiano, portugués, sueco, ruso y, fuera de Europa, árabe, japonés y chino. Sus responsables señalan que está previsto próximamente que se incorporen más lenguas.
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De la gran posibilidad de datos que ofrece, podemos poner la mirada desde 1950 y fijarnos solo en mujeres escritoras. Tras la chilena Isabel Allende están María Isabel Sánchez Vergara, autora barcelonesa de libros infantiles, de gran éxito por sus biografías ilustradas, con 323; por delante de Santa Teresa de Jesús, con 268; la mexicana Laura Esquivel y la cubana Alma Flor Ada, que ha escrito sobre todo obras para niños, ambas empatadas a 112 traducciones, y las españolas Anna Llimós Plomer, también del mundo infantil, con 108, y Almudena Grandes, fallecida en noviembre de 2021, con 102 versiones.
Este informe “es una forma de descubrir la biblioteca de las comunidades interesadas por la cultura en español en todo el mundo”, dice la directora de Cultura del Cervantes, Raquel Caleya. Una herramienta que “será de utilidad para escritores, traductores, editores, libreros, lectores…”. Gálvez añade que “se va a contar con una información que hasta la fecha no se tenía y que permitirá tomar decisiones más eficientes, bien desde el ámbito público, bien desde el privado”. La web, diseñada por la empresa Prodigioso Volcán, presenta los siguientes apartados: Obras más traducidas del español, Lenguas más traducidas por años, Autores más traducidos del español, Mapa de las ciudades que más obras editan y Los traductores que más traducen. Además, dispone de un buscador.
Caleya explica que este proyecto conectará a los usuarios con “los casi 300.000 registros bibliográficos procedentes de la gran base de datos del consorcio OCLC WorldCat, que contiene 517.963.343 de registros bibliográficos en 483 idiomas”. Esa es la fuente de la que procede el Mapa, “una base de datos única por su tamaño y que facilita la identificación y acceso a las colecciones bibliotecarias desde cualquier parte del mundo”. “Además, se enriquece constantemente con información nueva y corregida”.
En ese mar de datos se pueden entresacar otras conclusiones: por ejemplo, entre 2000 y 2021, el inglés domina con claridad como la lengua favorita para traducir obras en español, con 45.547, más del doble del segundo idioma, el francés, con 21.375. La tercera posición es para el alemán (11.837) y la cuarta para otro idioma europeo, el italiano (8.970), pero seguido ya de cerca por el chino (8.232). Para Gálvez, “es importante mantener el sistema de ayudas públicas a la traducción a lenguas extranjeras para llegar allí donde el sector privado no pueda llegar”.
Si escogemos títulos desde 1950, el Quijote es imbatible, traducido en 1.140 ocasiones. La obra maestra de Cervantes se sitúa además desde 1950 como la más traducida en el 49% de los años. Le sigue a muy larga distancia Cien años de soledad (265). El Nobel colombiano coloca otra novela en tercera posición, El amor en los tiempos del cólera (158).
El Mapa proporciona asimismo las obras preferidas en los diferentes idiomas del estudio. Así, en inglés lidera don Quijote, con 401 traducciones; le sigue un título inesperado, las crónicas de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, del conquistador Bernal Díaz del Castillo, con 98; por encima de Cien años de soledad, que tiene 91. En alemán vuelve a ganar el caballero de la triste figura, con 136 traducciones, seguido muy de lejos por Cien años de soledad, con 28; y Oráculo manual y arte de prudencia (21), un clásico del XVII, de Baltasar Gracián.
En árabe se repite el dúo don Quijote, 28; y Cien años de soledad, 13, y aparece La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela (9). Más al Oriente, en chino el preferido es también Don Quijote (46), pero esta vez el segundo puesto es para otra obra que hará abrir los ojos, Introducción del símbolo de la Fe, del dominico del siglo XVI fray Luis de Granada, con 5; quien además aparece tercero con otro volumen suyo, Guía de pecadores, también con 5. En ruso vuelve el estándar, Quijote (79 traducciones); Cien años de soledad, 37, y otra obra del boom, Rayuela, de Julio Cortázar, con 9.
A la vez, hay datos que llaman la atención si retrocedemos hasta esa década de los cincuenta del siglo pasado, como la presencia en cuarto lugar de Camino, la obra capital de Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, publicada en 1934, con 142 traducciones, fruto de una España nacionalcatólica. O, de nuevo, Oráculo manual y arte de la prudencia, convertido a otros idiomas en 116 ocasiones. “Es ese tipo de libros, como El Príncipe de Maquiavelo, que es un best-seller empresarial, tras su edición en Estados Unidos, en los noventa, tuvo un auge entre emprendedores o ejecutivos en la sociedad de negocios de ese país”, apunta Caleya. Completan hasta el décimo lugar: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo;las Novelas ejemplares, de Cervantes; La vida es sueño, de Calderón de la Barca; La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón, y La Celestina, de Fernando de Rojas También está la opción de fijarse en fenómenos más recientes. Ahí destaca precisamente La sombra del viento, que se publicó en 2001 y ya tuvo 20 traducciones en 2004 y 18 en 2005.
El informe elaborado por el Cervantes agrega que la década de 1990 a 2000 ha sido en la que se tradujo el mayor número de libros del español desde 1950. Siempre con el inglés y francés como idiomas más representativos, en 1950 el primero comprendía el 63% de las traducciones y en 2020 mantenía el liderato, pero con el 50%, una leve caída. En esas mismas décadas, el italiano, por ejemplo, se ha triplicado, del 4% al 12%. “El número de traducciones editadas desde 1950 ha ido creciendo hasta 2005, desde entonces ha experimentado un ligero descenso”, apuntan los autores. En estas siete décadas hay un hito, el año 1968, el que suma más traducciones. “Es por el boom de Cien años de soledad”, indica Caleya. Aunque ha habido otro momento crucial, 2003. “Es una etapa previa a la gran crisis económica. Ese año hubo un 20% de crecimiento de las traducciones debido al impulso de la edición digital. El libro electrónico ha supuesto un aumento de ediciones y lectores”, subraya el estudio.
Entre tanto dato, merece la pena detenerse en las personas que hacen posible que un berlinés pueda disfrutar del sofocante universo limeño de Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa: los traductores. Dos nombres son los que más obras han llevado a otras lenguas: Rosa Zubizarreta y Chris Andrews. La primera, autora de libros infantiles, tiene 48 traducciones, todas al inglés. El segundo, 42 traducciones (39 de ellas al inglés). Este poeta australiano, nacido en 1962, ha tenido entre sus autores predilectos al argentino César Aira y al chileno Roberto Bolaño. A ambos les siguen tres mujeres más: Bernice Randall (28), todas al inglés, Katherine Silver (27, al inglés). En quinto lugar, la traductora Elisa Amado, con 21 obras.
Tratándose de un Mapa, por último, merece la pena echar un vistazo a la información de las ciudades más traductoras de obras en español: en cabeza, Nueva York, con el 15% del total; le sigue París, con el 11,4%, Río de Janeiro, 9,03%, y Londres, con el 6,7%. Pasada la crisis mundial por la pandemia, la directora general del Libro apunta que el tiempo de la covid “trajo más lectores y con ello una mayor necesidad de libros y, por lo tanto, de traducciones”.
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Cultura
Marwán ve la luz tras su año más terrible: “He crecido como artista a lo bestia”

Marzo de 2022. Sábado 19, Día del Padre. Marwán está en Nueva York disfrutando de un viaje junto a su progenitor. Han pasado un día perfecto, practicando el arte del turismo en una jornada no demasiado fresca y comiendo en un buen restaurante. El músico lleva en su agenda visitar una tienda de guitarras que le han recomendado emplazada en la calle Rivington, en Manhattan. Igual se permite un capricho que puede estrenar en su próxima gira. Justo al salir del comercio, su mundo se detiene: una bicicleta que viaja por dirección prohibida se lo lleva por delante. Su cuerpo impacta con el asfalto y siente un dolor muy fuerte en el brazo derecho. Unos minutos después se quita la cazadora y comprueba que su codo está destrozado. Un pensamiento le abruma de inmediato: “Nunca más voy a poder tocar la guitarra”.
Un año después, marzo de 2023, Marwán Abu-Tahoun Recio (Madrid, 44 años) se encuentra contando la historia en el salón de su estiloso piso reformado en el centro de la capital. Se ha sentado en un sofá y ha colocado un par de cojines debajo de la extremidad dañada. Más tarde, cuando se pone de pie al posar para las imágenes que ilustran este artículo, se disculpa ante el fotógrafo por lo estático de su brazo.
“El que me atropelló se acercó, se interesó por mi estado y luego se fue. La gente que estaba allí me dijo que lo denunciase, pero no reaccioné. En ese momento estaba con una nebulosa en la mente. Estaba ido…”. Tuvo seis fracturas, cinco de codo y una en el brazo. Acudió a un hospital neoyorquino para una primera cura y cogió el primer avión para España, donde le operaron (“En la sanidad pública, el 12 de Octubre”). Seis horas de intervención. Los médicos le han reconstruido el codo a base de colocar placas y prótesis. Salió del quirófano con el brazo totalmente rígido. Debía trabajar duro para romper las adherencias. Después de nueve meses de rehabilitación la conclusión es que no podrá nunca llegar a la situación anterior al accidente. Ha perdido un 30% de movilidad.
Han pasado doce meses desde la operación y todavía se le carga el brazo cuando realiza alguna actividad. Como tocar la guitarra. “Ha sido el año más terrible de mi vida”, cuenta. Y explica: “El brazo dañado es el derecho y soy diestro. En los primeros días me puse un objetivo: poder valerme por mí mismo para lavarme o cepillarme los dientes. Si no podía hacer eso tenía un problema. Después de la rehabilitación lo he conseguido. Puedo hacer más o menos todo… con una postura de aquella manera”. La vida continúa y Marwán, un experto en erguirse ante la adversidad, ha logrado revertir la situación. “Ahora ya no voy a tocar la guitarra en los conciertos. La he soltado y soy mejor artista. Me puedo expresar mucho mejor. Cojo el micrófono, salto, corro, voy de lado a lado, vacilo con la gente. Antes estaba con la guitarra y el micrófono, todo excesivamente estático. Es curioso, porque he sufrido y sigo sufriendo con esto, pero he crecido como artista a lo bestia”.
Este será el nuevo Marwán, el de después del accidente, que celebra este 2023 sus 20 años de carrera. Lo hace regrabando sus temas en formato dúo: con Izal, Ismael Serrano, Funambulista, Luis Ramiro, Nach… Los primeros adelantos del disco ya se puede escuchar: con con Mikel Izal (Mi paracaídas)y con Miguel Poveda (La ecuación). En los próximos meses irán goteando otros temas hasta completar el disco allá por octubre. Inmediatamente se pondrá de gira.
Dos décadas ya de un artista construido sobre una base de trabajo duro. El padre de Marwán nació en un campo de refugiados palestino. Consiguió trasladarse a España, donde conoció en Madrid a una soriana llamada Nieves Recio. De ese amor nació Marwán en 1979 y se crio en el popular barrio madrileño de Aluche. “Los ochenta fueron duros en los barrios periféricos de la capital, con la heroína pegando duro y los primeros años del sida. Recuerdo que mis padres me advertían continuamente para que no tocara ninguna jeringuilla que encontrase en la calle. Y en el parque de Aluche había muchas”, explica. Sufrió episodios de racismo, por su nombre y su apariencia física, heredada de su padre. Cuenta uno terrible, que le marcó: una paliza que le procuró un profesor. “Ya había aguantado racismo por parte de ese profesor en varias ocasiones. Yo acababa de cumplir 11 años. Tengo las imágenes a fuego en la memoria, porque me resultó súper traumático. Una compañera había hecho una tortuguita de arcilla y yo, al moverla, le rompí una pata. El profesor vino hecho un basilisco y gritando. Me empujó con violencia. Yo le dije: ‘Qué hace, gilipollas’. Y empezó a pegarme y a arrastrarme por el suelo”. Marwán tenía un compañero marroquí. “Yo era muy inocente: él me contó lo que era el racismo”. Se burlaban de los dos llamándolos “moros”. El futuro músico no lo entendía: “Creía que había algo malo en mí”. Empezó a desarrollar una personalidad extrema: o era muy sensible o especialmente bruto.
Con 15 años le regalaron su primera guitarra y comenzó a desarrollar su creatividad. El primer concierto que vio en su vida fue uno de Barón Rojo en las fiestas de Aluche, y se estrenó con la guitarra con una canción de Metallica. Lo suyo era el heavy. Hasta que descubrió a Silvio Rodríguez, a Serrat, a Sabina, a Aute. Quería ser como ellos. Su carrera de cantautor de éxito había comenzado. El local Libertad 8, en Madrid, fue como su casa: allí comenzó a actuar y allí conoció a Ismael Serrano, Pedro Guerra, Jorge Drexler… cantautores de una generación anterior. Empezó a sumar una clientela joven que sintonizaba con sus canciones de hombre tambaleante ante los caprichosos designios del desamor. También con sus propuestas más sociales, con su compromiso con ideas progresistas y en defensa de los derechos de los palestinos. En estos 20 años, Marwán ha publicado cinco discos que, habiendo despachado muchas unidades, no se acercan a sus estratosféricos números como poeta.
“Me jode que la gente piense que soy un poeta que canta; soy un músico que escribe poemas. Llevo 20 años de carrera musical y mi primer libro de poemas salió hace 10 años. Escribo muchos poemas, pero mi identidad es de músico”, recalca. Sin embargo, ha despachado 200.000 ejemplares de sus cuatro libros, lo que le convierte en uno de los mayores vendedores de poesía en español en la actualidad. Esta circunstancia le ha reportado críticas desde ámbitos literarios, que no digieren el éxito de alguien ajeno a su mundo. Para ellos compuso 5 gramos de resentimiento. “Esta canción es para todos los idiotas que dispararon su desprecio en mis cristales”, arranca el tema. Durante un tiempo, a la gente que le atacaba en redes sociales le enviaba la canción. “Me respondían con más insultos, así que ya les bloqueaba”, dice con una sonrisa. “Cualquier carrera de éxito va a tener detractores. Todos hemos escrito poemas malos, pero también tengo poemas que son muy buenos. Y esos han hecho feliz a mucha gente”, se defiende.

Dice que ya tiene letras nuevas, algunas sobre desdichas amorosas a pesar de que comparte su coqueta casa con su novia (médica) desde hace años. “El tener un acomodo material o sentimental no significa que no tengas tus demonios. En los momentos de felicidad también se componen buenas canciones, o se puede echar la vista atrás”, argumenta. Precisamente a lo que más teme en este sentido es al bloqueo artístico. La primera vez que fue a terapia acudió por ese motivo. “Luego ya he ido por otras cosas. He hecho muchísima. Hay que conocer a nuestros fantasmas, de dónde vienen, y tratar de domarlos. Es importante conocer lo más luminoso que tenemos y lo más oscuro, y también lo más escondido. El gran descubrimiento de la vida es encontrarte con la parte de la vida que tú consideras que es mala y no tiene por qué ser mala. Solo vamos a evolucionar como especie si hacemos terapia; si no, vamos a seguir siendo bárbaros”, remacha mientras se toca el brazo accidentado con la mano izquierda y lo deja reposando en los cojines.
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