Cultura
La música pop en la era de Taylor Swift: qué hay detrás del éxito de la mayor estrella del momento

El Maxwell es un bar de vinos de Navy Yard, vecindario que Washington se sacó de la manga en torno al estadio de béisbol. Hasta final de mes lo han convertido en un templo monoteísta dedicado a la diosa del pop Taylor Swift. Sus dueños han enjoyado el local, literalmente, en homenaje a Bejeweled, uno de los temas de Midnights, último y exitoso disco de la cantautora estadounidense. Así que los fans hacen cola en la gélida noche para, una vez dentro, emular coreografías de TikTok y gritarse mirándose a los ojos las letras de sus canciones, ingrediente único del menú musical. “No suena otra cosa desde que abrimos hasta que cerramos”, confirma uno de los camareros, que no logra evitar poner los ojos en blanco.
Además del bar, diciembre ha llenado la capital federal de eventos monográficos, cartas de cócteles inspiradas por Swift y fiestas de Nochevieja dedicadas a su figura. Teniendo en cuenta que esta no es, por decirlo sin ofender a nadie, la ciudad más pop de Estados Unidos, la suma de tanto homenaje podría servir para dar la razón a Daniel, que visitó hace un par de sábados el Maxwell porque considera que “Taylor es el icono cultural más importante de nuestro tiempo”.
Para rendirse al alcance de su influencia global, no hace falta ser un swiftie como Daniel (la artista, como Dylan, Grateful Dead o, ejem, Justin Bieber, es de los contados músicos cuyos fans pueden presumir de patronímico —en este caso, matronímico― propio). Esa sombra es especialmente alargada en Estados Unidos, tal vez porque, como dice en un correo electrónico Greil Marcus, seguramente el crítico de rock más influyente de todos los tiempos y un auténtico campeón de la metáfora aplicada al comentario cultural, la cantante lleva la bandera americana dibujada en su rostro: “los labios rojos, la piel blanca y los ojos azules”.
Cromatismos aparte, Swift se ha pasado el otoño subida a la conversación nacional. El lanzamiento de su último disco fue un gigantesco acontecimiento que batió récords: Billboard certificó la venta de casi 1,6 millones de ejemplares en una semana y ella se convirtió en la primera artista en ocupar los 10 primeros puestos de la lista de éxitos. El álbum se coronó también como el más reproducido en la historia de Spotify en el día de su estreno, con 185 millones de clics. Lo primero, en un contexto de atomización y declive del mercado físico, describe un caso extraordinario de concentración del gusto y de dominio de las nuevas reglas del juego: las ventas en vinilo superaron el medio millón, en parte, porque se distribuyeron en ese formato con cuatro portadas y cinco colores de disco distintos, pensados para coleccionistas. Lo segundo habla de la maestría de la cantautora en otro arte: el del suspense.
En agosto, anunció en unos premios la inminencia de su décimo trabajo, que, según reveló después, estaría compuesto por “historias de 13 noches de insomnio” a lo largo de su vida. Una especie de disco conceptual o, como lo define el musicólogo de la Universidad del Sur de California Nate Sloan, “un ciclo de canciones a la manera de los compositores románticos”. Luego, como acostumbra, fue dejando a sus fans migas de pan en el camino hacia un lanzamiento que, con toda lógica, llegó a medianoche. Las teorías conspirativas pusieron el resto para engordar la expectación con la que fue recibido.
Cuando aún no había aflojado la intensidad discográfica, la cantante protagonizó involuntariamente un escándalo de semanas por la gestión de la multinacional Ticketmaster de la preventa de las entradas de su próxima gira, The Eras Tour, la primera en un lustro. Los asiduos a los grandes espectáculos en directo llevan sufriendo años un sistema que, además de abusivo, no funciona, pero hizo falta que llegaran los swifties para llamar la atención del Senado, cuya comisión antimonopolio ha convocado una audiencia sobre el asunto (el problema es viejo: en los años noventa, la banda de rock Pearl Jam ya compareció por él ante el Congreso).
Por si fuera poco, la semana pasada, en la que Swift cumplió la simbólica edad de 33 años (simbólica, al menos, para el cristianismo, fe que profesa), anunció, tras estrenarse con un corto el año pasado, que dirigirá una película escrita por ella misma. La productora apuesta por su “capacidad como contadora de historias”, mientras el cineasta Guillermo del Toro ha dado la bienvenida a “una directora muy dotada”.
Tanto mérito extramusical no debería distraer el foco de sus canciones, advierte Sloan, que también es coautor del podcast (y del libro del mismo nombre) Switched on Pop, dedicado al análisis de “la factura y el significado de la música popular”, donde Swift es objeto recurrente de estudio. “Tiene una pasmosa facilidad para escribir temas que parecen muy concretos sobre asuntos universales”, dice por correo electrónico, y pone el ejemplo de su último éxito, la confesional Anti Hero, número uno durante seis semanas hasta que Mariah Carey volvió a casa por Navidad con su villancico de cada diciembre. “Más allá de la historia que aparenta contar, habla de la duda y la vulnerabilidad. Sus melodías son pegadizas, tienden a ocupar un rango vocal pequeño y repiten muchas notas. Tal vez eso haga su propuesta menos compleja que la de otros artistas, pero también la convierte en más fácil de digerir. Es como si entregara a sus oyentes las llaves de sus canciones”. Esa “firma sonora” es lo que explicaría, según Sloan, que sus fans le hayan sido tan fieles a lo largo de una carrera que define como la de “un camaleón musical que da un giro de 180 grados con cada disco”.
Atrapados en sus canciones
“La música puede ser sencilla, que no simple, pero las letras no lo son”, opina Scarlet Keys, ensayista y profesora de composición de la universidad de Berklee, en Boston, una de las escuelas de música más prestigiosas de Estados Unidos. “En esa mezcla está el secreto de su éxito. Es fácil verse atrapado por una de sus canciones. Y cuando ya estás ahí, descubres la profundidad de sus letras, en las que mezcla la poesía con un lenguaje coloquial, muy de su tiempo. Usa más metáforas de las habituales en una estrella de pop, pero también sabe ser práctica y, como en Mean o Shake It Off!, ofrecer soluciones a los problemas cotidianos de alguien como mi hija”. Keys, que tiene un podcast semanal sobre composición y enseña escritura de letras a sus alumnos, está preparando un curso en Berklee sobre Swift: “Mis estudiantes tienen mucho que aprender de ella”, dice en una conversación telefónica.
Los temas de la cantautora no se desvían demasiado del canon lírico del pop: el amor y el desamor, la pérdida, la nostalgia, el dolor… Si fuera una literata, concede Keys, habría que dividir su obra en dos: la parte diarística y la de la escritora de relatos. “En la primera faceta es en la que sus fans se ven más reflejados”, añade. “Es una de las mujeres más famosas del planeta, pero les habla de cosas con las que se pueden identificar”.
El relato de su vida es uno de los grandes temas de su obra. Swift creció en la Pensilvania rural en una granja dedicada al cultivo de árboles de Navidad. Su familia se mudó a Nashville para que la niña persiguiera el sueño de una carrera discográfica. Lo que vino después es la inusual historia de una estrella precoz del country que se reencarnó en diva del pop global al mismo tiempo que la industria en la que echó los dientes se fue transformando.
Sus fans se refieren a cada uno de esos giros de guion como las “eras” de Taylor Swift, y hablan de sus discos como de las edades de Picasso. En eso se parecen a los de Madonna. Si Reputation (2017) la llevó al lado oscuro, Lover (2019) le devolvió la luz. Midnights es el regreso al redil electrónico —con la ayuda de su amigo el productor Jack Antonoff (que se ha llevado la peor parte de unas críticas que en general han sido buenas)—, tras sus “discos pandémicos”, folklore y evermore (ambos, en minúscula, de 2020). Estos últimos le hicieron conquistar nuevas audiencias, más adultas, a base de sonidos acústicos.

En un mundo como el del pop actual, en el que las estrellas y sus seguidores sacrificaron en un pacto sellado en las redes sociales a los intermediarios (estorbos como la crítica o los departamentos de promoción), Swift domina esa relación como pocas. “Siempre está pendiente de nosotros”, reconoce Camila Jiménez, estudiante española de 20 años. “Su personaje público es muy cercano; comparte su intimidad en las redes sociales, y a veces en las canciones, como cuando ha escrito sobre sus relaciones sentimentales, pero sin desvelarse del todo. Es como si nos dejara con la ilusión de conocerla muy bien, pero luego no supiéramos tanto en realidad”, aclara. “Siempre anda dejando pistas, las llama ‘huevos de pascua’, y pueden esconderse en el modo en el que se viste para una gala, en un detalle de un videoclip, en una declaración. Hay gente que vive para descifrarlas”.
Jiménez no llega a tanto. Pero habla con propiedad: cuando Spotify le envió ese selfi en forma de resumen del consumo del año que la plataforma llama Wrapped, descubrió que había pasado 29.455 minutos de su 2022 en la compañía musical de Swift. Eso la sitúa en el selecto grupo del 0,05% de fans que más la escucharon en todo el mundo (para lograrlo, le dedicó una hora y veinte minutos de media cada día).
Renato Milone, profesor de Composición Contemporánea y Producción de Berklee, atribuye en una videollamada ese vínculo tan inusualmente fuerte a que muchos de esos fans crecieron con ella “y han asistido en directo a sus luchas por hacerse oír como mujer, o por imponerse a la industria…“. “Estamos ante una mente maestra”, opina. “Nunca sabremos si es la suya o la del grupo de personas que trabajan para ella. Lo mismo da: sabe combinar calidad, una calidad entendida a la vieja usanza, con un magistral cultivo de su persona pública. Ha forjado un nuevo concepto de estrella del pop, distinto del modelo de hace 10 o 15 años. Piensa en alguien como Britney Spears; entonces no sabíamos, ni, en realidad, nos importaba, qué había tras el producto que nos vendían. Por si fuera poco, Swift sabe leer el mercado, que ahora pide esa intimidad que impregna su producción, el espíritu indie: tiene a su alcance el mejor sonido que el dinero puede pagar, pero graba para que parezca que lo ha hecho en su cuarto”.

Algunas de esas batallas de las que habla Milone han sido dramáticamente públicas. Tal vez la más famosa sea la que la enfrentó Kanye West, quien, durante una entrega de premios en 2009, subió al escenario cuando a Swift, entonces de 19 años, le acababan de dar el galardón a mejor vídeo del año. West le arrebató el micrófono para decir que quien lo merecía era Beyoncé. La bronca entre ambos continuó durante años, incluyó una canción de él con un verso que decía “hice a esa perra famosa”, y acabó con ella alejándose durante un tiempo de la vida pública. Viendo el deterioro de la imagen del rapero, convertido en un antisemita acosado por la enfermedad mental que cena con Donald Trump, no hay mucha discusión sobre a cuál de los dos le fue mejor con el tiempo.
Swift, la película
Aquel incidente, y la posterior vuelta a la vida de Swift tras su retiro, es el punto de partida del documental de Netflix Miss Americana (2020), que la sigue durante la gira de Reputation, el álbum de su resurgimiento.
En la película se presenta como una artista apasionada por el trabajo en el estudio y la composición de canciones, que dirige personalmente su carrera, pero que estudia cada paso con su equipo, sentada a la cabeza de una mesa más propia de una compañía cotizada en bolsa. También conocemos a la joven enamorada de los gatos, las chimeneas y la ropa de punto que, perdido el miedo a ser ella misma, está aliviada de poder mostrarse vulnerable: se abre sobre sus trastornos alimenticios, el cáncer de su madre (que también es su “mejor amiga”), la tiranía del perfeccionismo y sus inseguridades.
Miss Americana habla del juicio que le ganó a un locutor de radio al que acusó de tocamientos impropios (el caso, resuelto meses antes del estallido del Me Too, se consideró en esa perspectiva pionero) y presta especial atención a su salida política del armario, tras años de evitar pronunciarse. Fue en las elecciones de mitad del mandato de Trump. Pidió que sus seguidores no eligieran a la republicana Marsha Blackburn como senadora por Tennessee por, entre otros motivos, sus posturas anti LGTBI (no funcionó: Blackburn se llevó el 54,7% de los votos).
El documental no llega hasta el episodio definitivo de su cuento moral de empoderamiento, que supuso la ruptura con la estrella que una vez fue, educada en contentar a todo el mundo (o, al menos, en no cabrear a nadie). Cuando era adolescente, Swift firmó con un pequeño sello independiente de Nashville, Big Machine, con el que grabó sus seis primeros discos, antes de mudarse a una compañía más grande. El valor de ese catálogo inaugural fue creciendo con su fama, así que la artista quiso comprarlo. Scott Borchetta, dueño de Big Machine, le propuso un trato: si volvía con él, le iría devolviendo ese material a razón de un disco por cada vez que grabara uno nuevo. A Swift la idea le resultó ultrajante y así lo hizo saber en su Tumblr.
Borchetta acabó vendiendo la empresa a un enemigo de la cantante llamado Scooter Braun. Según Swift, un “abusón manipulador” que, para más señas, fue representante de Kanye West en los años del plomo entre ambos. Ella respondió con la decisión de grabar nota a nota los seis álbumes de la discordia. De momento, ha completado dos. Las portadas son distintas, pero la música es prácticamente idéntica. La jugada maestra no persigue tanto alterar el pasado como devaluar la inversión de 300 millones de dólares de su némesis.
“Por cómo manejó aquello, hoy por hoy, ella es la industria, la que dicta las reglas”, considera el profesor Milone. “Por eso será interesante ver cómo evoluciona en el futuro, porque servirá para ver por dónde va el negocio”. La pregunta del millón ahora mismo en el pop estadounidense es cuánto durará un auge que no parece tener fin y si sabrá seguir leyendo el signo de los tiempos para no apearse del tren del éxito. Como suele pasar con las preguntas del millón, nadie tiene una respuesta a eso. Tampoco, por ejemplo, a qué sonará Taylor Swift en la mediana edad: una de las particularidades de su música es que, incluso habiéndose hecho más compleja con los años, sigue siendo capaz de renovar su audiencia por abajo, entre niños y niñas de apenas cuatro o cinco años. Pero eso, por lógica, tampoco puede durar siempre.
En el documental de su redención, la cantautora reflexiona sobre su porvenir de un modo bastante sombrío. “Todos somos juguetes nuevos y brillantes los primeros dos años”, afirma, sentada en el alféizar de una ventana, en un momento de la película. “Luego, a las artistas femeninas les toca reinventarse 20 veces más que los hombres. O eso, o se quedan sin trabajo. Te dicen: ‘Sé nueva y sé joven, pero sin pasarte de la raya. No vayas a incomodarlos’. Yo pienso seguir trabajando duro para aprovechar mientras esta sociedad aún tolere mi éxito”. De momento, esa tolerancia se antoja lejos de agotarse. La música pop no parece lista aún para pasar página de la era de Taylor Swift.
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Cultura
García Márquez desbanca a Cervantes como autor más traducido del español en el siglo XXI

El boom de la novela latinoamericana, con la publicación de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, en 1967, provocó unas ondas expansivas en la literatura que han aupado al premio Nobel colombiano como el más traducido del español a otros idiomas si tomamos el periodo entre el año 2000 y 2021. Es una de las conclusiones del primer gran Mapa de la Traducción Mundial del Instituto Cervantes, que adelanta en primicia EL PAÍS. Se trata de un rastreo por las obras y autores en español vertidos a una decena de idiomas que arranca en 1950 y finaliza en 2021. Si se toman esas siete décadas en su conjunto, Miguel de Cervantes sí es el primero, con 1.386 traducciones, seguido precisamente de García Márquez, con 1.270, e Isabel Allende en tercer lugar (861). El cuarto es Borges (768), siguen Mario Vargas Llosa (765) y luego dos poetas, Federico García Lorca y Pablo Neruda. Carlos Fuentes, Arturo Pérez-Reverte y Carlos Ruiz Zafón completan los 10 primeros puestos.
En lo que respecta a este siglo, el Cervantes apunta sobre el liderazgo de García Márquez que se trata “de la tendencia que se ha visionado”, a falta de las cifras concretas. Por detrás de él aparecen Isabel Allende, Jorge Luis Borges y Mario Vargas Llosa, un claro predominio latinoamericano. El primer español es el propio Cervantes, al que siguen, en sexta posición, Carlos Ruiz Zafón y Arturo Pérez-Reverte. Completan los primeros puestos dos chilenos, Luis Sepúlveda y Roberto Bolaño, y otro español, Javier Marías.
Este Mapa de la Traducción, que cuenta con la participación del Laboratorio de Innovación en Humanidades Digitales de la UNED y la colaboración de la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura, del Ministerio de Cultura, se va a presentar el próximo miércoles, 29, en el IX Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), que se celebra en Cádiz del 27 al 30 de marzo, la cita a la que acuden miembros de las 23 academias del español en el mundo junto a filólogos, escritores, artistas… organizado por el Cervantes, la Real Academia Española (RAE) y el Ayuntamiento de Cádiz. La directora general del Libro y Fomento de la Lectura, María José Gálvez, destaca del Mapa, por correo electrónico, “la traducción de los autores del boom yla incorporación a los más traducidos de autores como Marías o Pérez- Reverte”. El Mapa se centra en 10 idiomas: inglés, francés, alemán, italiano, portugués, sueco, ruso y, fuera de Europa, árabe, japonés y chino. Sus responsables señalan que está previsto próximamente que se incorporen más lenguas.
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De la gran posibilidad de datos que ofrece, podemos poner la mirada desde 1950 y fijarnos solo en mujeres escritoras. Tras la chilena Isabel Allende están María Isabel Sánchez Vergara, autora barcelonesa de libros infantiles, de gran éxito por sus biografías ilustradas, con 323; por delante de Santa Teresa de Jesús, con 268; la mexicana Laura Esquivel y la cubana Alma Flor Ada, que ha escrito sobre todo obras para niños, ambas empatadas a 112 traducciones, y las españolas Anna Llimós Plomer, también del mundo infantil, con 108, y Almudena Grandes, fallecida en noviembre de 2021, con 102 versiones.
Este informe “es una forma de descubrir la biblioteca de las comunidades interesadas por la cultura en español en todo el mundo”, dice la directora de Cultura del Cervantes, Raquel Caleya. Una herramienta que “será de utilidad para escritores, traductores, editores, libreros, lectores…”. Gálvez añade que “se va a contar con una información que hasta la fecha no se tenía y que permitirá tomar decisiones más eficientes, bien desde el ámbito público, bien desde el privado”. La web, diseñada por la empresa Prodigioso Volcán, presenta los siguientes apartados: Obras más traducidas del español, Lenguas más traducidas por años, Autores más traducidos del español, Mapa de las ciudades que más obras editan y Los traductores que más traducen. Además, dispone de un buscador.
Caleya explica que este proyecto conectará a los usuarios con “los casi 300.000 registros bibliográficos procedentes de la gran base de datos del consorcio OCLC WorldCat, que contiene 517.963.343 de registros bibliográficos en 483 idiomas”. Esa es la fuente de la que procede el Mapa, “una base de datos única por su tamaño y que facilita la identificación y acceso a las colecciones bibliotecarias desde cualquier parte del mundo”. “Además, se enriquece constantemente con información nueva y corregida”.
En ese mar de datos se pueden entresacar otras conclusiones: por ejemplo, entre 2000 y 2021, el inglés domina con claridad como la lengua favorita para traducir obras en español, con 45.547, más del doble del segundo idioma, el francés, con 21.375. La tercera posición es para el alemán (11.837) y la cuarta para otro idioma europeo, el italiano (8.970), pero seguido ya de cerca por el chino (8.232). Para Gálvez, “es importante mantener el sistema de ayudas públicas a la traducción a lenguas extranjeras para llegar allí donde el sector privado no pueda llegar”.
Si escogemos títulos desde 1950, el Quijote es imbatible, traducido en 1.140 ocasiones. La obra maestra de Cervantes se sitúa además desde 1950 como la más traducida en el 49% de los años. Le sigue a muy larga distancia Cien años de soledad (265). El Nobel colombiano coloca otra novela en tercera posición, El amor en los tiempos del cólera (158).
El Mapa proporciona asimismo las obras preferidas en los diferentes idiomas del estudio. Así, en inglés lidera don Quijote, con 401 traducciones; le sigue un título inesperado, las crónicas de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, del conquistador Bernal Díaz del Castillo, con 98; por encima de Cien años de soledad, que tiene 91. En alemán vuelve a ganar el caballero de la triste figura, con 136 traducciones, seguido muy de lejos por Cien años de soledad, con 28; y Oráculo manual y arte de prudencia (21), un clásico del XVII, de Baltasar Gracián.
En árabe se repite el dúo don Quijote, 28; y Cien años de soledad, 13, y aparece La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela (9). Más al Oriente, en chino el preferido es también Don Quijote (46), pero esta vez el segundo puesto es para otra obra que hará abrir los ojos, Introducción del símbolo de la Fe, del dominico del siglo XVI fray Luis de Granada, con 5; quien además aparece tercero con otro volumen suyo, Guía de pecadores, también con 5. En ruso vuelve el estándar, Quijote (79 traducciones); Cien años de soledad, 37, y otra obra del boom, Rayuela, de Julio Cortázar, con 9.
A la vez, hay datos que llaman la atención si retrocedemos hasta esa década de los cincuenta del siglo pasado, como la presencia en cuarto lugar de Camino, la obra capital de Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, publicada en 1934, con 142 traducciones, fruto de una España nacionalcatólica. O, de nuevo, Oráculo manual y arte de la prudencia, convertido a otros idiomas en 116 ocasiones. “Es ese tipo de libros, como El Príncipe de Maquiavelo, que es un best-seller empresarial, tras su edición en Estados Unidos, en los noventa, tuvo un auge entre emprendedores o ejecutivos en la sociedad de negocios de ese país”, apunta Caleya. Completan hasta el décimo lugar: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo;las Novelas ejemplares, de Cervantes; La vida es sueño, de Calderón de la Barca; La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón, y La Celestina, de Fernando de Rojas También está la opción de fijarse en fenómenos más recientes. Ahí destaca precisamente La sombra del viento, que se publicó en 2001 y ya tuvo 20 traducciones en 2004 y 18 en 2005.
El informe elaborado por el Cervantes agrega que la década de 1990 a 2000 ha sido en la que se tradujo el mayor número de libros del español desde 1950. Siempre con el inglés y francés como idiomas más representativos, en 1950 el primero comprendía el 63% de las traducciones y en 2020 mantenía el liderato, pero con el 50%, una leve caída. En esas mismas décadas, el italiano, por ejemplo, se ha triplicado, del 4% al 12%. “El número de traducciones editadas desde 1950 ha ido creciendo hasta 2005, desde entonces ha experimentado un ligero descenso”, apuntan los autores. En estas siete décadas hay un hito, el año 1968, el que suma más traducciones. “Es por el boom de Cien años de soledad”, indica Caleya. Aunque ha habido otro momento crucial, 2003. “Es una etapa previa a la gran crisis económica. Ese año hubo un 20% de crecimiento de las traducciones debido al impulso de la edición digital. El libro electrónico ha supuesto un aumento de ediciones y lectores”, subraya el estudio.
Entre tanto dato, merece la pena detenerse en las personas que hacen posible que un berlinés pueda disfrutar del sofocante universo limeño de Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa: los traductores. Dos nombres son los que más obras han llevado a otras lenguas: Rosa Zubizarreta y Chris Andrews. La primera, autora de libros infantiles, tiene 48 traducciones, todas al inglés. El segundo, 42 traducciones (39 de ellas al inglés). Este poeta australiano, nacido en 1962, ha tenido entre sus autores predilectos al argentino César Aira y al chileno Roberto Bolaño. A ambos les siguen tres mujeres más: Bernice Randall (28), todas al inglés, Katherine Silver (27, al inglés). En quinto lugar, la traductora Elisa Amado, con 21 obras.
Tratándose de un Mapa, por último, merece la pena echar un vistazo a la información de las ciudades más traductoras de obras en español: en cabeza, Nueva York, con el 15% del total; le sigue París, con el 11,4%, Río de Janeiro, 9,03%, y Londres, con el 6,7%. Pasada la crisis mundial por la pandemia, la directora general del Libro apunta que el tiempo de la covid “trajo más lectores y con ello una mayor necesidad de libros y, por lo tanto, de traducciones”.
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Cultura
Marwán ve la luz tras su año más terrible: “He crecido como artista a lo bestia”

Marzo de 2022. Sábado 19, Día del Padre. Marwán está en Nueva York disfrutando de un viaje junto a su progenitor. Han pasado un día perfecto, practicando el arte del turismo en una jornada no demasiado fresca y comiendo en un buen restaurante. El músico lleva en su agenda visitar una tienda de guitarras que le han recomendado emplazada en la calle Rivington, en Manhattan. Igual se permite un capricho que puede estrenar en su próxima gira. Justo al salir del comercio, su mundo se detiene: una bicicleta que viaja por dirección prohibida se lo lleva por delante. Su cuerpo impacta con el asfalto y siente un dolor muy fuerte en el brazo derecho. Unos minutos después se quita la cazadora y comprueba que su codo está destrozado. Un pensamiento le abruma de inmediato: “Nunca más voy a poder tocar la guitarra”.
Un año después, marzo de 2023, Marwán Abu-Tahoun Recio (Madrid, 44 años) se encuentra contando la historia en el salón de su estiloso piso reformado en el centro de la capital. Se ha sentado en un sofá y ha colocado un par de cojines debajo de la extremidad dañada. Más tarde, cuando se pone de pie al posar para las imágenes que ilustran este artículo, se disculpa ante el fotógrafo por lo estático de su brazo.
“El que me atropelló se acercó, se interesó por mi estado y luego se fue. La gente que estaba allí me dijo que lo denunciase, pero no reaccioné. En ese momento estaba con una nebulosa en la mente. Estaba ido…”. Tuvo seis fracturas, cinco de codo y una en el brazo. Acudió a un hospital neoyorquino para una primera cura y cogió el primer avión para España, donde le operaron (“En la sanidad pública, el 12 de Octubre”). Seis horas de intervención. Los médicos le han reconstruido el codo a base de colocar placas y prótesis. Salió del quirófano con el brazo totalmente rígido. Debía trabajar duro para romper las adherencias. Después de nueve meses de rehabilitación la conclusión es que no podrá nunca llegar a la situación anterior al accidente. Ha perdido un 30% de movilidad.
Han pasado doce meses desde la operación y todavía se le carga el brazo cuando realiza alguna actividad. Como tocar la guitarra. “Ha sido el año más terrible de mi vida”, cuenta. Y explica: “El brazo dañado es el derecho y soy diestro. En los primeros días me puse un objetivo: poder valerme por mí mismo para lavarme o cepillarme los dientes. Si no podía hacer eso tenía un problema. Después de la rehabilitación lo he conseguido. Puedo hacer más o menos todo… con una postura de aquella manera”. La vida continúa y Marwán, un experto en erguirse ante la adversidad, ha logrado revertir la situación. “Ahora ya no voy a tocar la guitarra en los conciertos. La he soltado y soy mejor artista. Me puedo expresar mucho mejor. Cojo el micrófono, salto, corro, voy de lado a lado, vacilo con la gente. Antes estaba con la guitarra y el micrófono, todo excesivamente estático. Es curioso, porque he sufrido y sigo sufriendo con esto, pero he crecido como artista a lo bestia”.
Este será el nuevo Marwán, el de después del accidente, que celebra este 2023 sus 20 años de carrera. Lo hace regrabando sus temas en formato dúo: con Izal, Ismael Serrano, Funambulista, Luis Ramiro, Nach… Los primeros adelantos del disco ya se puede escuchar: con con Mikel Izal (Mi paracaídas)y con Miguel Poveda (La ecuación). En los próximos meses irán goteando otros temas hasta completar el disco allá por octubre. Inmediatamente se pondrá de gira.
Dos décadas ya de un artista construido sobre una base de trabajo duro. El padre de Marwán nació en un campo de refugiados palestino. Consiguió trasladarse a España, donde conoció en Madrid a una soriana llamada Nieves Recio. De ese amor nació Marwán en 1979 y se crio en el popular barrio madrileño de Aluche. “Los ochenta fueron duros en los barrios periféricos de la capital, con la heroína pegando duro y los primeros años del sida. Recuerdo que mis padres me advertían continuamente para que no tocara ninguna jeringuilla que encontrase en la calle. Y en el parque de Aluche había muchas”, explica. Sufrió episodios de racismo, por su nombre y su apariencia física, heredada de su padre. Cuenta uno terrible, que le marcó: una paliza que le procuró un profesor. “Ya había aguantado racismo por parte de ese profesor en varias ocasiones. Yo acababa de cumplir 11 años. Tengo las imágenes a fuego en la memoria, porque me resultó súper traumático. Una compañera había hecho una tortuguita de arcilla y yo, al moverla, le rompí una pata. El profesor vino hecho un basilisco y gritando. Me empujó con violencia. Yo le dije: ‘Qué hace, gilipollas’. Y empezó a pegarme y a arrastrarme por el suelo”. Marwán tenía un compañero marroquí. “Yo era muy inocente: él me contó lo que era el racismo”. Se burlaban de los dos llamándolos “moros”. El futuro músico no lo entendía: “Creía que había algo malo en mí”. Empezó a desarrollar una personalidad extrema: o era muy sensible o especialmente bruto.
Con 15 años le regalaron su primera guitarra y comenzó a desarrollar su creatividad. El primer concierto que vio en su vida fue uno de Barón Rojo en las fiestas de Aluche, y se estrenó con la guitarra con una canción de Metallica. Lo suyo era el heavy. Hasta que descubrió a Silvio Rodríguez, a Serrat, a Sabina, a Aute. Quería ser como ellos. Su carrera de cantautor de éxito había comenzado. El local Libertad 8, en Madrid, fue como su casa: allí comenzó a actuar y allí conoció a Ismael Serrano, Pedro Guerra, Jorge Drexler… cantautores de una generación anterior. Empezó a sumar una clientela joven que sintonizaba con sus canciones de hombre tambaleante ante los caprichosos designios del desamor. También con sus propuestas más sociales, con su compromiso con ideas progresistas y en defensa de los derechos de los palestinos. En estos 20 años, Marwán ha publicado cinco discos que, habiendo despachado muchas unidades, no se acercan a sus estratosféricos números como poeta.
“Me jode que la gente piense que soy un poeta que canta; soy un músico que escribe poemas. Llevo 20 años de carrera musical y mi primer libro de poemas salió hace 10 años. Escribo muchos poemas, pero mi identidad es de músico”, recalca. Sin embargo, ha despachado 200.000 ejemplares de sus cuatro libros, lo que le convierte en uno de los mayores vendedores de poesía en español en la actualidad. Esta circunstancia le ha reportado críticas desde ámbitos literarios, que no digieren el éxito de alguien ajeno a su mundo. Para ellos compuso 5 gramos de resentimiento. “Esta canción es para todos los idiotas que dispararon su desprecio en mis cristales”, arranca el tema. Durante un tiempo, a la gente que le atacaba en redes sociales le enviaba la canción. “Me respondían con más insultos, así que ya les bloqueaba”, dice con una sonrisa. “Cualquier carrera de éxito va a tener detractores. Todos hemos escrito poemas malos, pero también tengo poemas que son muy buenos. Y esos han hecho feliz a mucha gente”, se defiende.

Dice que ya tiene letras nuevas, algunas sobre desdichas amorosas a pesar de que comparte su coqueta casa con su novia (médica) desde hace años. “El tener un acomodo material o sentimental no significa que no tengas tus demonios. En los momentos de felicidad también se componen buenas canciones, o se puede echar la vista atrás”, argumenta. Precisamente a lo que más teme en este sentido es al bloqueo artístico. La primera vez que fue a terapia acudió por ese motivo. “Luego ya he ido por otras cosas. He hecho muchísima. Hay que conocer a nuestros fantasmas, de dónde vienen, y tratar de domarlos. Es importante conocer lo más luminoso que tenemos y lo más oscuro, y también lo más escondido. El gran descubrimiento de la vida es encontrarte con la parte de la vida que tú consideras que es mala y no tiene por qué ser mala. Solo vamos a evolucionar como especie si hacemos terapia; si no, vamos a seguir siendo bárbaros”, remacha mientras se toca el brazo accidentado con la mano izquierda y lo deja reposando en los cojines.
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Cultura
Gibraltar lucha para no perder su identidad llanita en ‘espanglish’

El escritor gibraltareño Mark Sánchez lleva ya 30 años viviendo en el Reino Unido. Un buen día, caminando por la famosa Oxford Street de Londres, escuchó una frase entre el murmullo mayoritariamente inglés: “¡Qué frío hace! ¿No dijeron ayer en la television que hoy it was going to be sunny [iba a estar soleado]?”. No le hizo falta más para saber que se había topado con un vecino de su añorada Gibraltar. “El llanito es muy importante para nosotros porque es algo que define lo que somos y cómo nos reconocemos”, explica Sánchez emocionado. Aunque paradójicamente todos dicen apreciarlo, esa habla en espanglish con acento británico-andaluz se diluye en la Roca poco a poco, a medida que los jóvenes abandonan el uso del español. Hasta el extremo de que la pérdida del bilingüismo se percibe ya como un problema social en la Roca, aunque su Gobierno promete estar enfrascado en su promoción.
En Gibraltar, todo es historia entreverada con política. Tras la cesión a los británicos en 1713, el español fue “la lengua franca de la ciudad hasta mediados del siglo XX”, como defiende Francisco Oda, director del Instituto Cervantes en la Roca hasta que el exministro de Exteriores José Manuel Margallo decidió unilateralmente cerrarlo en 2015. Era la lengua materna de sus habitantes hasta que, tras la Segunda Guerra Mundial, los ingleses introdujeron cambios en el sistema educativo que dieron más peso a su lengua. El cierre de la frontera decretado por el dictador Francisco Franco en 1969 hizo el resto. El castellano se convirtió “en lengua de herencia y redujo su presencia al ámbito informal y familiar”, como añade Oda. Y justo esa tesis defenderá el también profesor de Sociología en el IX Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) de Cádiz, en un panel el próximo miércoles llamado Mestizaje, bilingüismo y multilingüismo. Impacto en la educación. Aunque a lo largo de los cuatro días hay diversas ponencias dedicadas al mestizaje y al espanglish que se habla en América, esa será la única que abordará las singularidades de un ejemplo de bilingüismo que ya es seña de identidad de un territorio.
Pero lo que hablan buena parte de los más de 32.600 habitantes del Peñón —especialmente los mayores— no es una lengua, ni siquiera un dialecto, sino un habla bilingüe tan rica y diversa como entrópica y moldeable al hablante y su contexto en ese momento. Su singularidad hizo que el equipo del Laboratorio de Adquisición del Lenguaje de la Universidad de Valladolid, capitaneado por la lingüista Raquel Sánchez, comenzara a visitar la ciudad hace 20 años para descubrir cómo se produce la también llamada alternancia de códigos en el cerebro de los gibraltareños. “La zona del lenguaje de estas personas está ocupada por dos lenguas. Hay momentos en los que el español da más información. Si a house [casa] le pones el determinante la, da más información que the. El esqueleto es el mismo, pero cómo lo rellenas depende de la riqueza gramaticalmente de cada lengua”, razona la especialista.
Es lo que Sánchez hace instintivamente desde que aprendió a hablar inglés y castellano: “El llanito es el lenguaje de las emociones, en el que uno sueña o de gran enfado. Llevo 30 años viviendo en el Reino Unido y, en mitad de la noche, mi mujer dice que hablo en sueños en español”. Pese a ese libre albedrío, el escritor es capaz de trazar algunas reglas, como el uso del inglés para definir las tecnologías —computer por ordenador, boiler por caldera—, anglicismos castellanizados —quequi por cake, pastel; mebli por marble, canica— o calcos semánticos en los que se traduce literalmente frases del inglés —voy para atrás por go back—. Para complicarlo más, la multiculturalidad gibraltareña ha hecho que en esa habla se incorporen préstamos del maltés, el ladino, el árabe o el italiano —marchapié, del italiano marciapiede, para referirse a la acera—.
Pero todos esos giros en el habla brillan por su ausencia en los gibraltareños más jóvenes, mucho menos bilingües que sus padres y abuelos. Pese a que, desde los años ochenta, la frontera reabrió y que el español ya no es repudiado en las aulas —como llegó a ocurrir en la década de los sesenta—, el Peñón asiste preocupado a la pérdida del llanito. En los colegios, el inglés es la lengua vehicular, y el castellano lleva décadas presente como lengua extranjera, pero distinto es lo que ocurre en las casas. “Se ha mantenido gracias a esta transmisión familiar, pero en el futuro dejará de producirse porque el español está en declive”, apunta Oda. “Los jóvenes están perdiendo la alternancia de códigos y los mayores ya han empezado a ver que están ante un problema social. Es una pena, pero es un esfuerzo de todos, de la política, la sociedad y las familias”, valora Sánchez.
Tampoco ayuda que la sede del Instituto Cervantes siga cerrada desde 2015, enredada en constantes promesas de reapertura no materializadas. En los cuatro años que estuvo abierta, la institución formalizó hasta 4.500 matrículas, el 51% de alumnos menores de 16 años, como cuantifica el que fuese su director. La vuelta del Cervantes al Peñón cuenta ahora con el visto bueno del Ministerio de Asuntos Exteriores —del que depende— y del propio Gobierno gibraltareño, pero no está previsto que se materialice hasta que los tratados pos-Brexit de España con Reino Unido —atascados desde hace meses por cuestiones de la frontera— vean la luz, si es que lo hacen.
Mientras tanto, en el Gobierno de Gibraltar descartan tomar la iniciativa de convertir en bilingües sus colegios, como recomienda Oda. “Tienen que ser en inglés, ya que nuestros alumnos se examinan a través del sistema inglés del General Certificate of Secondary Education”, excusa John Cortés, ministro de Educación en la Roca. En el Gabinete presidido por el socialista Fabian Picardo aseguran estar interesados en promover el llanito y apoyan las investigaciones sobre su habla, además de haber creado un Consejo Nacional del Libro para promover la escritura gibraltareña y haber creado un concurso de relatos con una categoría propia en bilingüe. “El Gobierno se asegurará de que continúe la mezcla única de inglés y español de Gibraltar, así como de inglés y español por separado”, añade Cortés.
Por si lo institucional no es suficiente, los gibraltareños ya han empezado a organizarse y han creado la asociación Gibraltareños por una sociedad multilingüe. Buena parte de todos los usos y giros en espanglish que Sánchez añora usar con frecuencia en Leeds —la ciudad inglesa en la que vive ahora— los volcó en su novela Marlboro Man, en la que recrea el llanito en divertidas conversaciones de sus protagonistas, unos contrabandistas de tabaco. “Pese a todo, soy optimista porque está naciendo un movimiento prollanito. No creo que sea un problema irreversible, ni creo que se vaya a perder”, remacha emocionado Sánchez, poco antes de colgar, por volver a usar su español con un interlocutor “con acento andaluz”.
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