Cultura
La vida sin rencor de Margo Pool, la mujer que inspiró ‘As bestas’

Hoy ha nacido Coffee, un buen nombre para el más madrugador de los cabritos que van a venir al mundo estas fiestas en casa de Margo Pool, la vivienda de balcón azul turquesa que mira al valle en la parte baja de Santoalla do Monte (Petín, Ourense). Coffee, como indica su apelativo, ha venido al mundo pintado de marrón, y su nacimiento ha servido para que Rubén, un voluntario que se ha presentado en la aldea para aprender y echar una mano a la holandesa con el ganado, vea por primera vez el parto de una cabra.
Este remoto lugar, que en enero de 2010 fue escenario del verdadero thriller rural que inspiró a Rodrigo Sorogoyen su película As bestas, se transforma estos días en una maternidad, un santuario de renovación y vida, con decenas de bebés tragando biberones de refuerzo de la mano de la viuda de Martin Verfondern, la víctima del trágico suceso. Margo, que ahora tiene 69 años, cuida de 40 cabras adultas, y de cada una de ellas espera que nazcan “uno o dos” cabritillos. En marzo, cuando empiece a sobrar la leche, empleará el excedente en fabricar quesos. Son “poquitos cada día”, cuenta ella, pero tienen tan buena fama que si alguien quiere catarlos debe llamar para reservar: “Con dos meses de antelación, si se quieren maduros”.
Margo Pool, a quien está dedicada la obra de Sorogoyen, fue una de las primeras personas en ver el filme que fue coronado hace unos días en los Premios Forqué y apunta a gran favorito para los Goya. En pantalla le da vida la francesa Marina Foïs. No bajó de su montaña para ir al cine a ver el largometraje, sino que apareció en su casa el director con la peli bajo el brazo. Allí, en Santoalla do Monte —la población despoblada, oscura y perdida en la ladera, pulverizada en escombros—, la mujer que conmueve por su falta de rencor, su paz y su fuerza para seguir sosteniendo ella sola el proyecto de vida natural que construyó con su esposo, vio en primicia As bestas. Ahora, con esa sonrisa tranquila con la que recibe a los curiosos que, sobre todo en verano, siguen visitando la aldea donde muere la serpenteante carretera, asegura: “La película está bien”. Pero a continuación avisa: “Es una ficción. No cuenta mi historia. Aunque esté basada en mí, son otras cosas, otros nombres, otro mundo”.
Sin embargo, reconoce que cuando baja en su Dacia Duster azul a comprar a la feria de A Rúa, uno de los pueblos grandes de la comarca de Valdeorras, la gente se empeña en decirle “tú eres la mujer de la película”, pese a que todos conocen allí, de primera mano, la genuina historia del holandés que amaba esta tierra y murió violentamente por defender sus derechos. En el largometraje prácticamente todo evoca los hechos reales que desencadenaron el crimen de Santoalla y la posterior ocultación del cadáver de Martin Verfondern bajo un pacto de silencio sellado por la familia nativa, los Rodríguez. Aunque la pareja cosmopolita que llegó al pueblo para fundar una vida en comunión con la naturaleza no era de origen francés y con una hija, como en el filme, sino holandesa y sin descendencia. Y la guerra sucia no se declaró a causa de unos aerogeneradores que se van a instalar, como en la ficción, sino por los derechos del monte comunal, cuando los extranjeros descubrieron que la ley gallega les otorgaba la mitad de las ganancias por la venta de madera.
En Santoalla ya solo quedan dos casas habitables: la de los Rodríguez, ahora cerrada, y la que compraron para arreglar y vivir los Verfondern a finales de los años noventa. El resto son ruinas de piedra, derrumbadas sobre las calles, de medio centenar de hogares que dejaron atrás los demás vecinos cuando abandonaron la aldea para emigrar al valle, a las ciudades de Galicia, a Madrid, a Barcelona, a Alemania, a Cuba. Todos tenían derechos sobre los pastos y los pinos del monte comunal, de 355 hectáreas, aunque es cierto que hace ya unas tres décadas pasaron por la zona empresarios del sector eólico buscando posibles parajes para clavar en la cumbre unos 25 molinos. Pero Margo Pool asegura que ella “nunca” tuvo conocimiento de eso, y que el conflicto se desató cuando la única familia autóctona que no había emigrado se negó a dejarles entrar en la asociación vecinal.
Aquella cerrazón fue enturbiando las relaciones cada vez más, con choques físicos, sabotajes a las cosechas y robos que denunciaba el holandés, mientras su compañera trataba de mantener la calma y aplacar al marido indignado. Hasta que en 2009 Verfondern sintió la necesidad de proteger su vida y su casa. Instaló media docena de cámaras en su propiedad, situada en la punta opuesta del pueblo que la de la familia enemiga, y contaba a quien quisiera escucharle que no salía al camino sin llevar siempre otra cámara en la mano, siempre encendida, para poder demostrar las agresiones en la Guardia Civil y el juzgado. Tanto fue así, que antes de morir Verfondern dejó resuelto el crimen en el que perdió la vida. Con vídeos y testimonios señaló a quien apretaría el gatillo: el eslabón más débil de la estirpe contraria. Pero, con su cadáver escondido, la investigación varó durante más de cuatro años y medio.
Los holandeses pleitearon largo tiempo en los juzgados, y obtuvieron sentencias favorables, pero la familia rival, compuesta básicamente por los ya ancianos progenitores y dos hijos varones, recurría las decisiones porque prefería seguir como antes de llegar los forasteros: sin compartir. El odio prendió en ellos de tal manera que el hijo menor, Juan Carlos, con una discapacidad mental del 65%, pero dueño de varias armas de fuego, “disparó al holandés para agradar a su padre [Manuel, O Gafas] y a su hermano [Julio]”, zanjó el fiscal del caso en el juicio contra los dos hijos de la familia Rodríguez, celebrado en la Audiencia de Ourense en junio de 2018.
Secretaria del monte disputado
Cuando Juan Carlos Rodríguez, condenado a 10 años y medio de cárcel gracias a la atenuante psíquica, mató a Verfondern mientras entraba con su Chevrolet Blazer en Santoalla el 19 de enero de 2010, acababa de dictarse la confirmación judicial de los derechos de la víctima. Luego, Julio, el hermano, se encargó de conducir el coche del incómodo vecino extranjero hasta un apartado pinar a 18 kilómetros. Y allí, sobre el suelo nevado, quedaron el vehículo, el difunto y los restos calcinados de sus enseres hasta junio de 2014. Entonces, el clan de O Gafas acaparaba todos los cargos de la entidad comunal: Manolo era el presidente; Julio, el secretario; y el hijo discapacitado ostentaba el puesto de tesorero.
Hoy, el patriarca y su esposa, Jovita González, ya fallecieron; Juan Carlos cumple prisión (el Gobierno le denegó el indulto que pidió el jurado popular) y solo Julio (libre del delito de encubrimiento por la eximente de parentesco) sigue manteniendo en Santoalla un rebaño de vacas de carne que pacen libres y pacíficas entre las cabras de colores de Margo Pool. Él es el presidente de la comunidad de montes, y la vecina —que en 1990 dejó su empleo de oficinista en Ámsterdam y acabó eligiendo para vivir esta aldea perdida— es la secretaria. Como única habitante fija del lugar, también es ella quien guarda la llave de la iglesia aunque, en la misma deriva de abandono que siguió la preciosa aldea, el templo amenaza ruina. “El tejado está muy, muy mal; cualquier día se viene abajo”, lamenta Margo, “así que el cura quiere cerrarla definitivamente”. Antes, la encargada de las llaves era Jovita, la madre del autor material del homicidio. Pero hace ya varias décadas que no hay feligreses, y que la capilla encalada por dentro solo se abría “en Corpus Christi y en el día de la patrona”, Santa Eulalia de Mérida, la mártir que da nombre, en gallego, a Santoalla (Santa Olalla).

Margo nunca quiso marcharse de aquí y cuando aún no se había resuelto el crimen su serenidad llegó a ser malinterpretada por algunos, porque no lloraba en público. Sin embargo, en la última sesión del juicio, cuando terminó todo, salió de la sala, se asomó a una de las ventanas que miran a una fuente a los pies de la Audiencia, y rompió a llorar sin ruido. Dentro, todavía sentado en el banquillo, también sollozaba Juan Carlos, con la cabeza hundida entre los brazos. “Si me fuera, ellos ganarían la guerra por la que murió Martin”, ha repetido muchas veces la vecina de Santoalla desde que el hombre que acabó siendo condenado rasgó el silencio del clan y confesó a finales de 2014.
Con sus propias manos, la mujer cavó el agujero en el que enterró la caja que le dio el forense. Dentro iba el puñado de huesos de su esposo que dejaron los lobos, como sobras, en el solitario monte de As Touzas da Azoreira (A Veiga, Ourense). La familia de Martin en Alemania (se había nacionalizado holandés para librarse del servicio militar) planeaba entonces incinerar los restos y repartir las cenizas entre su país natal, Holanda y Petín, pero hoy lo que quedó de la víctima sigue sepultado en el diminuto camposanto situado a las puertas de la aldea. Cuando ya temía por su vida, el marido le comentó a Margo que le gustaría ser recordado eternamente con un lema: “Aquí crece Martin, el holandés de Petín”. Esa frase la escribe ella cada día trabajando la huerta de los dos, dando nombre a cuanto animal nace, resistiéndose a marchar, empeñándose en envejecer “feliz” de estar aquí y “algún día morir también” en su montaña.
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Cultura
‘La violación de Lucrecia’: un gran Nebra pero para ‘dummies’

José de Nebra resucitó enano, en 2016, en el Teatro de la Zarzuela. La recuperación de Iphigenia en Tracia (1747) se comprimió entonces en poco más de una hora y cuarto sin descanso. Una sucesión de números musicales, alternados con lecturas de las Ifigenias de Eurípides y Goethe por una voz en off, que sustituían los declamados del libreto de Nicolás González Martínez. Una trama incomprensible que extirpaba de la acción a todos los personajes que no cantaban. Y una escenografía demasiado estática, a la que se unió un reparto vocal muy desigual y una dirección musical poco lustrosa ante una orquesta no especializada.
Casi siete años después, el teatro de la madrileña calle Jovellanos lo ha intentado de nuevo con la zarzuela Donde hay violencia, no hay culpa (1744). La partitura recuperada vuelve a ser de Nebra y el libreto de González Martínez, ahora basado en la historia de la violación de la patricia romana Lucrecia, a partir de Tito Livio. Una partitura donde se combinan idealmente elementos hispanos e italianos, de seguidillas y coplas con recitativos y arias. Y un libreto salpicado de versos con avanzadas ideas ilustradas contra la tiranía y en favor de la igualdad entre hombres y mujeres.
Pero se ha preferido volver a suprimir todos los declamados del libreto de González Martínez y prácticamente todos los personajes que no cantan. Han desaparecido seis de los once integrantes de la acción, aunque el malvado violador Sexto se reduce a un figurante. Y tan solo vemos en escena los cuatro papeles con números musicales: la propia Lucrecia, su criada Laureta, su enamorado Colatino y Tulia, la hermana de este. No obstante, en lugar de voces en off con alocuciones de Tito Livio y Shakespeare, se ha optado por encargar a Rosa Montero una nueva versión de los declamados del libreto. La escritora ha creado una narradora omnisciente, una suerte de Lucrecia actual, a la que denomina Espíritu de la leyenda de Lucrecia. Una actriz, que explica los detalles de la trama, los reinterpreta en clave feminista e interactúa con los personajes.
Montero es una grandísima novelista, pero no una dramaturga. Y sus intervenciones narradas entorpecieron, una y otra vez, la tensión dramática de la zarzuela, con su característica alternancia entre declamación versificada y canto. Esa Lucrecia moderna, a la que daba vida la actriz Manuela Velasco, elevó un poco la temperatura dramática en la segunda jornada. Pero en la primera lo pueril de sus razonamientos e imprecaciones contra el patriarcado nos hicieron sentir a muchos en una especie de concierto didáctico escenificado. Otro problema fue el personaje del malvado Sexto, que representó el actor Borja Luna, reducido a exhibir su cuerpo, fumar, silbar, gritar, esnifar cocaína, meter mano y violar, pero sin ninguna intervención hablada que le permitiese construir un personaje y crear conflictos dramáticos.
El remate de la intervención de Montero fue el añadido de dos clímax inexistentes en la zarzuela original. Me refiero a las escenas de la violación y del suicidio de Lucrecia. Fueron dos momentos muy efectivos y bien resueltos escénicamente, aunque completamente alejados del espíritu de este género dieciochesco. El director de escena Rafael R. Villalobos ha trabajado muy duro para conectar las narraciones de Montero con la zarzuela de Nebra y González Martínez. Lo hace aportando abundante movimiento escénico, algunos destellos en la dirección de actores y un bello vestuario. Y se vale, además, de la siempre interesante escenografía de Emanuele Sinisi: ruinas y escombros romanos presididos por la Lapsus Lupus, la famosa fotografía de Luigi Ontani que actualiza la loba capitolina, en la primera jornada, y el entorno doméstico presidido por la bañera de Lucrecia, en la segunda.

Pero lo mejor de esta producción volvió a ser la música de Nebra. Esta vez se contó con un grupo de instrumentos de época, Los Elementos, con su creador, el joven contratenor Alberto Miguélez Rouco, a la dirección y el clave. Su imaginación musical para hacer sonar esta partitura de Nebra fue admirable, a pesar de puntuales desajustes y alguna fanfarria imposible. Escuchamos desde el foso toda la brillantez dramática que faltó sobre el escenario, con una dirección y un acompañamiento lleno de chispa y variedad en el uso del tempo, la dinámica y el carácter. Quizá sobró la música creada por él mismo, como la sinfonía inicial. No obstante, sus decisiones de hacer todas las repeticiones con variantes en las arias y de añadir fragmentos adicionales escritos por Nebra (para las reposiciones de 1748 y 1753) fueron muy acertadas.
Su interpretación de la primera jornada fue en ascenso y los mejores momentos musicales se concentraron en la segunda. Por ejemplo, la viveza que aportó en las seguidillas fue admirable, y especialmente en Los halagos se mezclan con los martirios, que asignó a Tulia, en lugar de a Octavia en la reposición de 1748. Aquí pudimos disfrutar del tono esmaltado de la soprano valenciana Marina Monzó que fue la gran triunfadora de la noche. Su poderosa interpretación del recitativo y aria de la segunda jornada, Huye de mí / Ya, afecto mío, fue lo mejor y más aplaudido de toda la zarzuela. Resultó bien la dramática Lucrecia de la catalana María Hinojosa Montenegro, en su aria final ¡Mi fiera mano airada!, a pesar de su excesivo vibrato fuera de estilo. La mezzo Carol García aportó empaque y musicalidad a la bella aria de Colatino, Corderilla atribulada. Y Judit Subirana fue una aceptable Laureta, aunque con poca gracia. Su divertida aria Si a casa va el majo fue bruscamente interrumpida por la violenta y terrible escena inventada aquí de la violación de Lucrecia. Nos quedó bien claro que la música de Nebra es un simple adorno, algo superfluo.
‘La violación de Lucrecia’ (o ‘Donde hay violencia, no hay culpa’)
Música de José de Nebra.
Libreto de Nicolás González Martínez versionado por Rosa Montero.
Con María Hinojosa Montenegro (soprano), Marina Monzó (soprano), Carol García (mezzosoprano), Judit Subirana (mezzosoprano). Manuela Velasco (actriz) y Borja Luna (actor).
Los Elementos. Dirección musical y clave: Alberto Miguélez Rouco. Dirección escénica: Rafael R. Villalobos.
Teatro de la Zarzuela, hasta el 1 de abril. Madrid
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Cultura
García Márquez desbanca a Cervantes como autor más traducido del español en el siglo XXI

El boom de la novela latinoamericana, con la publicación de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, en 1967, provocó unas ondas expansivas en la literatura que han aupado al premio Nobel colombiano como el más traducido del español a otros idiomas si tomamos el periodo entre el año 2000 y 2021. Es una de las conclusiones del primer gran Mapa de la Traducción Mundial del Instituto Cervantes, que adelanta en primicia EL PAÍS. Se trata de un rastreo por las obras y autores en español vertidos a una decena de idiomas que arranca en 1950 y finaliza en 2021. Si se toman esas siete décadas en su conjunto, Miguel de Cervantes sí es el primero, con 1.386 traducciones, seguido precisamente de García Márquez, con 1.270, e Isabel Allende en tercer lugar (861). El cuarto es Borges (768), siguen Mario Vargas Llosa (765) y luego dos poetas, Federico García Lorca y Pablo Neruda. Carlos Fuentes, Arturo Pérez-Reverte y Carlos Ruiz Zafón completan los 10 primeros puestos.
En lo que respecta a este siglo, el Cervantes apunta sobre el liderazgo de García Márquez que se trata “de la tendencia que se ha visionado”, a falta de las cifras concretas. Por detrás de él aparecen Isabel Allende, Jorge Luis Borges y Mario Vargas Llosa, un claro predominio latinoamericano. El primer español es el propio Cervantes, al que siguen, en sexta posición, Carlos Ruiz Zafón y Arturo Pérez-Reverte. Completan los primeros puestos dos chilenos, Luis Sepúlveda y Roberto Bolaño, y otro español, Javier Marías.
Este Mapa de la Traducción, que cuenta con la participación del Laboratorio de Innovación en Humanidades Digitales de la UNED y la colaboración de la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura, del Ministerio de Cultura, se va a presentar el próximo miércoles, 29, en el IX Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), que se celebra en Cádiz del 27 al 30 de marzo, la cita a la que acuden miembros de las 23 academias del español en el mundo junto a filólogos, escritores, artistas… organizado por el Cervantes, la Real Academia Española (RAE) y el Ayuntamiento de Cádiz. La directora general del Libro y Fomento de la Lectura, María José Gálvez, destaca del Mapa, por correo electrónico, “la traducción de los autores del boom yla incorporación a los más traducidos de autores como Marías o Pérez- Reverte”. El Mapa se centra en 10 idiomas: inglés, francés, alemán, italiano, portugués, sueco, ruso y, fuera de Europa, árabe, japonés y chino. Sus responsables señalan que está previsto próximamente que se incorporen más lenguas.
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De la gran posibilidad de datos que ofrece, podemos poner la mirada desde 1950 y fijarnos solo en mujeres escritoras. Tras la chilena Isabel Allende están María Isabel Sánchez Vergara, autora barcelonesa de libros infantiles, de gran éxito por sus biografías ilustradas, con 323; por delante de Santa Teresa de Jesús, con 268; la mexicana Laura Esquivel y la cubana Alma Flor Ada, que ha escrito sobre todo obras para niños, ambas empatadas a 112 traducciones, y las españolas Anna Llimós Plomer, también del mundo infantil, con 108, y Almudena Grandes, fallecida en noviembre de 2021, con 102 versiones.
Este informe “es una forma de descubrir la biblioteca de las comunidades interesadas por la cultura en español en todo el mundo”, dice la directora de Cultura del Cervantes, Raquel Caleya. Una herramienta que “será de utilidad para escritores, traductores, editores, libreros, lectores…”. Gálvez añade que “se va a contar con una información que hasta la fecha no se tenía y que permitirá tomar decisiones más eficientes, bien desde el ámbito público, bien desde el privado”. La web, diseñada por la empresa Prodigioso Volcán, presenta los siguientes apartados: Obras más traducidas del español, Lenguas más traducidas por años, Autores más traducidos del español, Mapa de las ciudades que más obras editan y Los traductores que más traducen. Además, dispone de un buscador.
Caleya explica que este proyecto conectará a los usuarios con “los casi 300.000 registros bibliográficos procedentes de la gran base de datos del consorcio OCLC WorldCat, que contiene 517.963.343 de registros bibliográficos en 483 idiomas”. Esa es la fuente de la que procede el Mapa, “una base de datos única por su tamaño y que facilita la identificación y acceso a las colecciones bibliotecarias desde cualquier parte del mundo”. “Además, se enriquece constantemente con información nueva y corregida”.
En ese mar de datos se pueden entresacar otras conclusiones: por ejemplo, entre 2000 y 2021, el inglés domina con claridad como la lengua favorita para traducir obras en español, con 45.547, más del doble del segundo idioma, el francés, con 21.375. La tercera posición es para el alemán (11.837) y la cuarta para otro idioma europeo, el italiano (8.970), pero seguido ya de cerca por el chino (8.232). Para Gálvez, “es importante mantener el sistema de ayudas públicas a la traducción a lenguas extranjeras para llegar allí donde el sector privado no pueda llegar”.
Si escogemos títulos desde 1950, el Quijote es imbatible, traducido en 1.140 ocasiones. La obra maestra de Cervantes se sitúa además desde 1950 como la más traducida en el 49% de los años. Le sigue a muy larga distancia Cien años de soledad (265). El Nobel colombiano coloca otra novela en tercera posición, El amor en los tiempos del cólera (158).
El Mapa proporciona asimismo las obras preferidas en los diferentes idiomas del estudio. Así, en inglés lidera don Quijote, con 401 traducciones; le sigue un título inesperado, las crónicas de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, del conquistador Bernal Díaz del Castillo, con 98; por encima de Cien años de soledad, que tiene 91. En alemán vuelve a ganar el caballero de la triste figura, con 136 traducciones, seguido muy de lejos por Cien años de soledad, con 28; y Oráculo manual y arte de prudencia (21), un clásico del XVII, de Baltasar Gracián.
En árabe se repite el dúo don Quijote, 28; y Cien años de soledad, 13, y aparece La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela (9). Más al Oriente, en chino el preferido es también Don Quijote (46), pero esta vez el segundo puesto es para otra obra que hará abrir los ojos, Introducción del símbolo de la Fe, del dominico del siglo XVI fray Luis de Granada, con 5; quien además aparece tercero con otro volumen suyo, Guía de pecadores, también con 5. En ruso vuelve el estándar, Quijote (79 traducciones); Cien años de soledad, 37, y otra obra del boom, Rayuela, de Julio Cortázar, con 9.
A la vez, hay datos que llaman la atención si retrocedemos hasta esa década de los cincuenta del siglo pasado, como la presencia en cuarto lugar de Camino, la obra capital de Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, publicada en 1934, con 142 traducciones, fruto de una España nacionalcatólica. O, de nuevo, Oráculo manual y arte de la prudencia, convertido a otros idiomas en 116 ocasiones. “Es ese tipo de libros, como El Príncipe de Maquiavelo, que es un best-seller empresarial, tras su edición en Estados Unidos, en los noventa, tuvo un auge entre emprendedores o ejecutivos en la sociedad de negocios de ese país”, apunta Caleya. Completan hasta el décimo lugar: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo;las Novelas ejemplares, de Cervantes; La vida es sueño, de Calderón de la Barca; La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón, y La Celestina, de Fernando de Rojas También está la opción de fijarse en fenómenos más recientes. Ahí destaca precisamente La sombra del viento, que se publicó en 2001 y ya tuvo 20 traducciones en 2004 y 18 en 2005.
El informe elaborado por el Cervantes agrega que la década de 1990 a 2000 ha sido en la que se tradujo el mayor número de libros del español desde 1950. Siempre con el inglés y francés como idiomas más representativos, en 1950 el primero comprendía el 63% de las traducciones y en 2020 mantenía el liderato, pero con el 50%, una leve caída. En esas mismas décadas, el italiano, por ejemplo, se ha triplicado, del 4% al 12%. “El número de traducciones editadas desde 1950 ha ido creciendo hasta 2005, desde entonces ha experimentado un ligero descenso”, apuntan los autores. En estas siete décadas hay un hito, el año 1968, el que suma más traducciones. “Es por el boom de Cien años de soledad”, indica Caleya. Aunque ha habido otro momento crucial, 2003. “Es una etapa previa a la gran crisis económica. Ese año hubo un 20% de crecimiento de las traducciones debido al impulso de la edición digital. El libro electrónico ha supuesto un aumento de ediciones y lectores”, subraya el estudio.
Entre tanto dato, merece la pena detenerse en las personas que hacen posible que un berlinés pueda disfrutar del sofocante universo limeño de Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa: los traductores. Dos nombres son los que más obras han llevado a otras lenguas: Rosa Zubizarreta y Chris Andrews. La primera, autora de libros infantiles, tiene 48 traducciones, todas al inglés. El segundo, 42 traducciones (39 de ellas al inglés). Este poeta australiano, nacido en 1962, ha tenido entre sus autores predilectos al argentino César Aira y al chileno Roberto Bolaño. A ambos les siguen tres mujeres más: Bernice Randall (28), todas al inglés, Katherine Silver (27, al inglés). En quinto lugar, la traductora Elisa Amado, con 21 obras.
Tratándose de un Mapa, por último, merece la pena echar un vistazo a la información de las ciudades más traductoras de obras en español: en cabeza, Nueva York, con el 15% del total; le sigue París, con el 11,4%, Río de Janeiro, 9,03%, y Londres, con el 6,7%. Pasada la crisis mundial por la pandemia, la directora general del Libro apunta que el tiempo de la covid “trajo más lectores y con ello una mayor necesidad de libros y, por lo tanto, de traducciones”.
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Cultura
Marwán ve la luz tras su año más terrible: “He crecido como artista a lo bestia”

Marzo de 2022. Sábado 19, Día del Padre. Marwán está en Nueva York disfrutando de un viaje junto a su progenitor. Han pasado un día perfecto, practicando el arte del turismo en una jornada no demasiado fresca y comiendo en un buen restaurante. El músico lleva en su agenda visitar una tienda de guitarras que le han recomendado emplazada en la calle Rivington, en Manhattan. Igual se permite un capricho que puede estrenar en su próxima gira. Justo al salir del comercio, su mundo se detiene: una bicicleta que viaja por dirección prohibida se lo lleva por delante. Su cuerpo impacta con el asfalto y siente un dolor muy fuerte en el brazo derecho. Unos minutos después se quita la cazadora y comprueba que su codo está destrozado. Un pensamiento le abruma de inmediato: “Nunca más voy a poder tocar la guitarra”.
Un año después, marzo de 2023, Marwán Abu-Tahoun Recio (Madrid, 44 años) se encuentra contando la historia en el salón de su estiloso piso reformado en el centro de la capital. Se ha sentado en un sofá y ha colocado un par de cojines debajo de la extremidad dañada. Más tarde, cuando se pone de pie al posar para las imágenes que ilustran este artículo, se disculpa ante el fotógrafo por lo estático de su brazo.
“El que me atropelló se acercó, se interesó por mi estado y luego se fue. La gente que estaba allí me dijo que lo denunciase, pero no reaccioné. En ese momento estaba con una nebulosa en la mente. Estaba ido…”. Tuvo seis fracturas, cinco de codo y una en el brazo. Acudió a un hospital neoyorquino para una primera cura y cogió el primer avión para España, donde le operaron (“En la sanidad pública, el 12 de Octubre”). Seis horas de intervención. Los médicos le han reconstruido el codo a base de colocar placas y prótesis. Salió del quirófano con el brazo totalmente rígido. Debía trabajar duro para romper las adherencias. Después de nueve meses de rehabilitación la conclusión es que no podrá nunca llegar a la situación anterior al accidente. Ha perdido un 30% de movilidad.
Han pasado doce meses desde la operación y todavía se le carga el brazo cuando realiza alguna actividad. Como tocar la guitarra. “Ha sido el año más terrible de mi vida”, cuenta. Y explica: “El brazo dañado es el derecho y soy diestro. En los primeros días me puse un objetivo: poder valerme por mí mismo para lavarme o cepillarme los dientes. Si no podía hacer eso tenía un problema. Después de la rehabilitación lo he conseguido. Puedo hacer más o menos todo… con una postura de aquella manera”. La vida continúa y Marwán, un experto en erguirse ante la adversidad, ha logrado revertir la situación. “Ahora ya no voy a tocar la guitarra en los conciertos. La he soltado y soy mejor artista. Me puedo expresar mucho mejor. Cojo el micrófono, salto, corro, voy de lado a lado, vacilo con la gente. Antes estaba con la guitarra y el micrófono, todo excesivamente estático. Es curioso, porque he sufrido y sigo sufriendo con esto, pero he crecido como artista a lo bestia”.
Este será el nuevo Marwán, el de después del accidente, que celebra este 2023 sus 20 años de carrera. Lo hace regrabando sus temas en formato dúo: con Izal, Ismael Serrano, Funambulista, Luis Ramiro, Nach… Los primeros adelantos del disco ya se puede escuchar: con con Mikel Izal (Mi paracaídas)y con Miguel Poveda (La ecuación). En los próximos meses irán goteando otros temas hasta completar el disco allá por octubre. Inmediatamente se pondrá de gira.
Dos décadas ya de un artista construido sobre una base de trabajo duro. El padre de Marwán nació en un campo de refugiados palestino. Consiguió trasladarse a España, donde conoció en Madrid a una soriana llamada Nieves Recio. De ese amor nació Marwán en 1979 y se crio en el popular barrio madrileño de Aluche. “Los ochenta fueron duros en los barrios periféricos de la capital, con la heroína pegando duro y los primeros años del sida. Recuerdo que mis padres me advertían continuamente para que no tocara ninguna jeringuilla que encontrase en la calle. Y en el parque de Aluche había muchas”, explica. Sufrió episodios de racismo, por su nombre y su apariencia física, heredada de su padre. Cuenta uno terrible, que le marcó: una paliza que le procuró un profesor. “Ya había aguantado racismo por parte de ese profesor en varias ocasiones. Yo acababa de cumplir 11 años. Tengo las imágenes a fuego en la memoria, porque me resultó súper traumático. Una compañera había hecho una tortuguita de arcilla y yo, al moverla, le rompí una pata. El profesor vino hecho un basilisco y gritando. Me empujó con violencia. Yo le dije: ‘Qué hace, gilipollas’. Y empezó a pegarme y a arrastrarme por el suelo”. Marwán tenía un compañero marroquí. “Yo era muy inocente: él me contó lo que era el racismo”. Se burlaban de los dos llamándolos “moros”. El futuro músico no lo entendía: “Creía que había algo malo en mí”. Empezó a desarrollar una personalidad extrema: o era muy sensible o especialmente bruto.
Con 15 años le regalaron su primera guitarra y comenzó a desarrollar su creatividad. El primer concierto que vio en su vida fue uno de Barón Rojo en las fiestas de Aluche, y se estrenó con la guitarra con una canción de Metallica. Lo suyo era el heavy. Hasta que descubrió a Silvio Rodríguez, a Serrat, a Sabina, a Aute. Quería ser como ellos. Su carrera de cantautor de éxito había comenzado. El local Libertad 8, en Madrid, fue como su casa: allí comenzó a actuar y allí conoció a Ismael Serrano, Pedro Guerra, Jorge Drexler… cantautores de una generación anterior. Empezó a sumar una clientela joven que sintonizaba con sus canciones de hombre tambaleante ante los caprichosos designios del desamor. También con sus propuestas más sociales, con su compromiso con ideas progresistas y en defensa de los derechos de los palestinos. En estos 20 años, Marwán ha publicado cinco discos que, habiendo despachado muchas unidades, no se acercan a sus estratosféricos números como poeta.
“Me jode que la gente piense que soy un poeta que canta; soy un músico que escribe poemas. Llevo 20 años de carrera musical y mi primer libro de poemas salió hace 10 años. Escribo muchos poemas, pero mi identidad es de músico”, recalca. Sin embargo, ha despachado 200.000 ejemplares de sus cuatro libros, lo que le convierte en uno de los mayores vendedores de poesía en español en la actualidad. Esta circunstancia le ha reportado críticas desde ámbitos literarios, que no digieren el éxito de alguien ajeno a su mundo. Para ellos compuso 5 gramos de resentimiento. “Esta canción es para todos los idiotas que dispararon su desprecio en mis cristales”, arranca el tema. Durante un tiempo, a la gente que le atacaba en redes sociales le enviaba la canción. “Me respondían con más insultos, así que ya les bloqueaba”, dice con una sonrisa. “Cualquier carrera de éxito va a tener detractores. Todos hemos escrito poemas malos, pero también tengo poemas que son muy buenos. Y esos han hecho feliz a mucha gente”, se defiende.

Dice que ya tiene letras nuevas, algunas sobre desdichas amorosas a pesar de que comparte su coqueta casa con su novia (médica) desde hace años. “El tener un acomodo material o sentimental no significa que no tengas tus demonios. En los momentos de felicidad también se componen buenas canciones, o se puede echar la vista atrás”, argumenta. Precisamente a lo que más teme en este sentido es al bloqueo artístico. La primera vez que fue a terapia acudió por ese motivo. “Luego ya he ido por otras cosas. He hecho muchísima. Hay que conocer a nuestros fantasmas, de dónde vienen, y tratar de domarlos. Es importante conocer lo más luminoso que tenemos y lo más oscuro, y también lo más escondido. El gran descubrimiento de la vida es encontrarte con la parte de la vida que tú consideras que es mala y no tiene por qué ser mala. Solo vamos a evolucionar como especie si hacemos terapia; si no, vamos a seguir siendo bárbaros”, remacha mientras se toca el brazo accidentado con la mano izquierda y lo deja reposando en los cojines.
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