Cultura
RM, líder de la banda BTS: “En Corea trabajamos tan duro porque hace 70 años no había nada”

Kim Nam-joon (Seúl, 1994) parece genuinamente sorprendido de que un grupo de fans le reconociese hace unos días en las calles de Bilbao. “Quieres pensar que quizá en ciudades pequeñas, al otro lado del mundo puedas pasar desapercibido…”, dice el rapero conocido como RM y más conocido aún como el líder de BTS, la banda masculina de K-pop que en 10 años frenéticos ha roto todos los récords de la industria musical mundial, Bilbao incluido.
El pasado verano sus siete miembros anunciaron un paréntesis para desarrollar proyectos en solitario y hacer el servicio militar obligatorio en Corea. Sus fans, los ARMY, 72 millones solo en Instagram, esperan ansiosos su reunión anunciada para 2025. RM asegura que él también.
Ha venido a España para promocionar su álbum Indigo (publicado en diciembre) y de paso visitar el Guggenheim, el Thyssen, el Prado, la fundación Picasso de Barcelona… “He visto toneladas de goyas y me han atrapado los ojos de El Greco, pero me quedo con Las Meninas”, dice el rapero. El primer tema del disco de este coleccionista aficionado se llama Yun, en honor al pintor abstracto Yun Hyong-keun. “Lo llaman el Rothko asiático, pero a mí lo que me interesa es su vida: sufrió la invasión japonesa, la guerra, fue torturado por el Gobierno, pero nunca se doblegó. En su obra veo rabia, tristeza, complejidad, belleza…”.
/ Cortesía de BIGHIT MUSIC
Pregunta. El tema abre con los versos: “Que le den al que marca tendencia / voy a volver a los 9 años / cuando era más humano”. ¿El éxito estratosférico del K-pop deshumaniza al artista?
Respuesta. Empiezas tu carrera muy pronto y como parte de un grupo. No hay mucho tiempo para ser un individuo, pero eso hace que el K-pop brille: gente muy joven, esforzándose muchísimo a la vez… Generas una energía que solo se tiene a los veinte años. Luchas día y noche para perfeccionar coreografías, los vídeos, la música y se produce una explosión, un Big Bang. De los 20 a los 30, invertimos toda la energía y el tiempo que teníamos en BTS. Consigues éxito, amor, influencia, poder, ¿y después? Queda la raíz de todo: la música… ¿Cuál era la pregunta?
P. ¿Deshumaniza el sistema?
R. A mi empresa no le gusta cómo respondo a esta pregunta, porque lo admito en parte y luego los periodistas se echan las manos a la cabeza, “¡es un sistema horrible, destruye a los de jóvenes!”… Pero es en parte lo que hace de esta una industria tan especial. Y las cosas han mejorado mucho, a nivel de contratos, de dinero, educativos, ahora hay profesores, psicólogos…
P. Las discográficas coreanas entrenan a sus artistas durante años, usted convivió con sus compañeros de los 16 a los 19 antes de su debut como BTS en 2013. ¿Qué dijeron sus padres?
R. Mi madre se pasó dos años: “¡Vuelve a estudiar, se te daba tan bien, sigue tu camino, ve a la Universidad, que la música sea un hobby!”… Pero no había marcha atrás.
P. ¿La mayor lección de su época de aprendiz?
R. El baile. Era incapaz.
P. ¿Y qué se perdió por serlo?
R. La vida universitaria.
P. Ese culto a la juventud, a la perfección, al sobresfuerzo del K-pop… ¿son rasgos culturales coreanos?
R. En Occidente la gente simplemente no lo pilla. Corea es un país que ha sido invadido, arrasado, partido en dos. Hace solo setenta años no había nada. Recibíamos ayuda del FMI y la ONU. Pero ahora, todo el mundo esta mirando a Corea. ¿Cómo es posible, cómo ha ocurrido? Pues porque la gente trabaja jodidamente duro para mejorar. Estás en Francia o en Reino Unido, países que llevan siglos colonizando a otros, y me vienes con “¡oh, Dios, os ponéis tanta presión, la vida en Corea es tan estresante!”. Pues sí. Así es como se consiguen cosas. Y es parte de lo que hace que el K-pop sea tan atractivo. Aunque claro que hay sombras, todo lo que sucede muy rápido y muy intensamente tiene efectos secundarios.
P. ¿Cuál es el mayor prejuicio sobre el K-pop?
R. Que es prefabricado.
P. ¿Cómo sería su carrera si la hubiese desarrollado en el circuito alternativo o en otro país?
R. Pienso muchas veces en el multiverso, y la lección de Doctor Strange es siempre la misma: tu versión del universo es la mejor posible, no pienses en otras. No hay nada mejor que ser miembro de BTS.
P. ¿Imaginó esta versión?
R. Para nada. Mi sueño no era ser un idol del K-pop. Yo quería ser rapero, y antes, poeta.
P. Entre sus influencias hay raperos como Nas o Eminem, grupos como Radiohead y Portishead, pero nunca cita boy bands.
P. A los Beatles también los llamaron boy band… No nos estoy comparando, ellos fueron los creadores de todo. Pero supongo que se refiere a NSYNC o New Kids on the Block: bandas cuya música pop de hecho me gustaba, aunque no era superfan… Lo que me atrapó fue el rap: ritmo más poesía.
P. Dice que se pone celoso de quien admira, ¿por ejemplo?
R. De Kendrick Lamar, siempre. Y de Pharrell Williams. Es historia viva, a mí me gustaría serlo, quizás en el futuro. Por eso no pinto, tener celos de Picasso o Monet, sería demasiado.
P. Sí colecciona, ¿cómo elige las piezas?
R. Solo llevo cuatro años y he ido cambiando. Mi foco es el arte coreano del siglo XX. Pero no soy Getty o Rockefeller…
P. No lo hace para invertir.
R. Se lo garantizo. Si quisiese invertir compraría artistas negros, mujeres, emergentes indonesios… Mi objetivo es abrir un pequeño espacio expositivo dentro de unos 10 años porque creo que Seúl necesita un lugar con un gusto joven, pero respetuoso con el legado coreano, al que también me gustaría llevar artistas como Roni Horn, Antony Gormley o Morandi.
P. ¿Tuvo siempre el gusanillo del coleccionista?
R. He coleccionado juguetes, cochecitos o figuras de Takashi Murakami, luego ropa vintage, y después muebles, me encanta Charlotte Perriand y Pierre Jeanneret [ambos colaboradores de Le Corbusier], pero mi favorito es George Nakashima.
P. En su disco hay canciones de géneros muy distintos, algunos críticos dicen que es inconsistencia, otros versatilidad…
R. Creo que la palabra género desaparecerá en una pocas décadas. R&B, Hyperpop, Jersey Club, UK Drill, Chicago Drill, ¡K-pop! No significan nada. La música es una acumulación de frecuencias que hace que las personas se pongan de un determinado humor.
P. ¿Está harto de la etiqueta “K-”?
R. Te puedes hartar de que en Spotify nos llamen a todos K-pop, pero funciona. Es un sello premium. La garantía de calidad por la que lucharon nuestros abuelos.
P. En su disco participan Anderson .Paak, Youjeen o la esquiva Erykah Badu, ¿cómo la convenció?
R. Conocía a BTS porque su hija es fan, pero con eso no basta. Tuve que persuadirla, le mandé un texto con la historia de Yun explicándole por qué necesitaba su voz de reina sabia para esos versos.
P. Usted mezcla inglés y coreano a veces a mitad de un fraseo, ¿cómo lo decide?
R. Las palabras en distintos idiomas tienen texturas distintas; el mismo mensaje, con una pincelada diferente. Me viene de forma natural. Yo no toco instrumentos, compongo y creo melodías con mi voz, que es mi instrumento y la mayoría de mis canciones comienzan por las palabras.
P. Ha pasado también por varias identidades, de rapero adolescente era Runch Randa, ya en BTS Rap Monster y luego RM (por Real Me). ¿Ha pensado en usar su verdadero nombre?
R. [Ríe] Todos tenemos un pasado, una historia negra, decimos en Corea. Runch Randa era mi apodo en un juego de rol, luego quería ser, ya sabe, “¡un monstruo del rap!″, luego maduré… Prefiero que mi nombre lo sepan las menos personas posibles, no soy John Lennon, Paul McCartney, puedo registrarme en un hotel tranquilamente y eso me gusta.
P. También ha cambiado mucho su forma de vestir.
R. Pasé por las camisetas XXL y la gorras de beisbol. Luego me metí con las marcas de alta gama… Como Rap Monster me dio por vestirme solo de blanco y de negro [Vuelve los ojos hacia arriba y se encoje de hombros]. Ahora me interesa la atemporalidad, paso de tendencias, busco vaqueros vintage, camisetas de algodón, cosas naturales, que no griten “¡ey, estoy aquí!”.
P. Se rumorea que va a colaborar con Bottega Veneta a cuyo desfile acaba de ser invitado en Milán.
R. Me encantaría. Aunque perdí el interés por las marcas, por las semanas de la moda y ese cambio constante de Pantone… Bottega es distinto, no usan logos, tiene una historia con los tejidos y el cuero, no tienen ni Instagram, están más allá de las modas pasajeras.
P. ¿Cuánto pesa arrastrar un ejército de fans?
R. No puedes pasear en medio de la nada sin que te reconozcan y pesan los estándares a los que estas sujeto. Pero hay que madurar y apechugar, no dar lástima en plan “¡oh, solo quiero ser normal!”. Mira, si quieres pensar que la fama es una piedra, es una puta piedra; pero a mí me ha proporcionado lo que buscaba: obtener influencia y libertad económica tan rápido como fuera posible para hacer la música que me de la gana sin preocuparme por las listas de éxitos… No estoy ahí al 100%, pero intento concentrarme en el ruido interior no en el de fuera.
P. ¿Y cómo afronta la treintena?
R. Nunca había vivido un tiempo tan confuso. Durante una década fui líder de BTS, y fue muy estable y divertido, ir siempre hacia arriba. En 2023 han cambiado un montón de cosas, en lo profesional y en lo personal, aunque no puedo contarlo. A punto de cumplir los 30, me gusto más que con 20. Ahora pasaré un año y medio en el servicio militar, algo muy importante en la vida de todo hombre coreano. Y después, seguro que seré un ser humano distinto, espero que mejor y más sabio.
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Cultura
Cádiz y Perú, dos lugares unidos por el cajón flamenco

El idilio fue inmediato. El guitarrista Paco de Lucía oyó por primera vez un cajón en una fiesta del embajador de España en Perú, en 1977. De inmediato, entendió que ese instrumento de percusión que tocaba el famoso cajoneador, Carlos Caitro Soto mientras acompañaba a la cantautora Chabuca Granda, resolvía un problema del flamenco. “Nosotros habíamos usado siempre las palmas y no hay quien aguante dos horas haciendo palmas. Y el cajón era como los pies de un bailaor porque está el sonido de la planta y el del tacón”, contaba el guitarrista en EL PAÍS. Han pasado 46 años de aquello, aunque parezca que este instrumento peruano llevase toda una vida vinculado al flamenco. ”Lo distinto sería ahora ver a un grupo flamenco sin cajón”, ironiza Juan José Téllez, escritor y experto en la figura del músico, fallecido hace nueve años.
La celebración en Cádiz la semana que viene, del 27 al 30 de marzo, del IX del Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), después de que la situación política impidiese hacerlo en Arequipa (Perú), se ha convertido en una razón perfecta para homenajear a uno de los mejores ejemplos de esas historias de ida y vuelta que jalonan la cultura andaluza. Una hora antes del concierto inaugural de flamenco, titulado Tiempo de Luz —protagonizado por los artistas Carmen Linares, Marina Heredia y Arcángel—, en el Teatro Falla de Cádiz a las 19.30, se reunirán 64 participantes en una cajonada mestiza. La actividad, abierta a la participación ciudadana, estará dirigida por los percusionistas Guillermo García, El Guille, (España) y Mario Cubillas (Perú) y tiene garantizada una carga simbólica. “Desde Cádiz salieron muchas cajas de mercancías a América, llegaron allí y con seguridad se aporrearon como objetos cotidianos que sirvieron de primeros cajones. Luego volvieron transformados en un instrumento pensando y construido por un lutier”, resume Pepe Zapata, organizador del encuentro y responsable de Cajón Expo, una iniciativa para investigar y divulgar la figura de este instrumento de percusión con residencia en el Parque de las Ciencias de Granada.
Si la historia flamenca del cajón es reciente, es mucho anterior su bagaje como elemento de percusión plenamente estandarizado en la música peruana. Su origen está ligado a Chincha, una zona al sur de Lima con una destacada población de origen africano. Allí, a principios del siglo XVII, la Iglesia prohibió a los esclavos el uso de los tambores por considerarlos paganos y peligrosos. Sin ellos, cualquier elemento se convirtió en susceptible de ser un instrumento de percusión. “Se tocaba en una mesa, en una caja de fruta. Ocurre también con otros folclores que usan elementos cotidianos”, detalla Zapata. Hasta principios del siglo XX no se localizan las primeras representaciones iconográficas del cajón y hay que irse a 1969 para encontrar el momento en el que adquiere sus actuales proporciones y forma: 50 centímetros por 30 en el frontal y 25 centímetros de fondo.
“El poeta e historiador Nicomedes Santa Cruz (Lima, 1925-Madrid, 1992) viajó por muchos sitios investigando su origen. Fue él quien propuso unas medidas en un artículo de prensa como un estándar de construcción”, explica Zapata, que pertenece a la Asociación Cajonán, dedicada a la figura del artesano constructor del cajón. Con la cátedra ya asentada, Paco de Lucía se lo encuentra unos años después y lo trae a España de la mano de Rubem Dantas, el músico brasileño que aquel día de 1977 compartió este hallazgo con el guitarrista algecireño, que llegó a comprarle a Caitro el cajón con el que había tocado en la fiesta del embajador.
Solo quiero caminar y Como el agua (1981), de Paco de Lucía y Camarón de la Isla, respectivamente, son los primeros discos en los que Dantas introduce el cajón como parte de su percusión. “Fue algo fulminante. Su sonoridad sustituye a los dedos sobre una mesa”, apunta Téllez, que aún recuerda la impresión que le dio escuchar a Paco de Lucía y su grupo por primera vez en los años ochenta del pasado siglo. “Era un mundo nuevo, no solo era el cajón, era el uso de otros instrumentos en el flamenco, como el bajo. Todo muy insólito”.
Zapata prefiere usar la palabra “transculturación” para definir la simbiosis ocurrida entre el flamenco español y el cajón peruano: “Una cultura adapta o suplanta a la otra, como las capas. Todo nace de una mezcla”. En Perú declararon el instrumento oficialmente como patrimonio cultural de la nación en 2001, en un claro paso al frente de la reafirmación de sus orígenes. Mientras, en España ha seguido su propio curso y ha marcado la vida de percusionistas, como el jerezano Carlos Merino, capaz de identificar guiños de acá y de allá en la forma de usar el instrumento: “Hay muchos ritmos flamencos que aunque no sean iguales, pueden convivir con los patrones peruanos. Lo que aquí llamamos de una manera, allí es de otra, pero puede ser lo mismo”.
El cajón llegó por fin a las manos de Merino en una fiesta, en los años noventa, cuando apenas tenía “siete u ocho años”. De inmediato sintió la conexión que debieron de experimentar Dantas y De Lucía en aquel evento en Lima. Ahora él es uno de los expertos en Jerez, cuna del flamenco y una de las escuelas —junto a Madrid, Sevilla y Barcelona— que el percusionista enumera como los nodos esenciales de aprendizajes y estilos de este instrumento. Tan buena salud goza que Merino ya le atisba nuevos viajes a la caja, ahora hacia otras músicas: “Ya está en giras de Alejandro Sanz. Hay formatos acústicos donde se usa cajón en lugar de la batería. Está en todas las músicas”. Quién se lo iba a decir a esos comerciantes de Cádiz que siglos después sus cajas de mercancías iban a tener tan rítmico destino.
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Cultura
‘Retorno a Seúl’: la fascinación de la ola coreana en una historia de adoptados interraciales

Corea del Sur está tan de moda en Occidente que parece que todo lo que huela al país asiático tiene visos de convertirse en un éxito y, aún más, ser un referente de calidad. Y, sin embargo, no es así en modo alguno. No son pocos los gatos por liebre que nos ha colado la ola coreana tanto en cine como en música y televisión, pero por suerte no es el caso de la enigmática y envolvente Retorno a Seúl, película de autodescubrimiento personal acerca de la identidad que, de todos modos, aglutina una diversidad de orígenes tan rica, en lo extrínseco de la producción y en lo intrínseco de la historia en sí, que quizá sea esa complejidad la que provoque su fascinación global.
Por un lado, Davy Chou, su director, es un francés de 39 años, hijo de camboyanos emigrados a Francia inmediatamente antes de la llegada de la dictadura comunista de los jemeres rojos, y criado en el silencio y el desconocimiento sobre lo ocurrido en la tierra de sus padres. Por otro, la historia parte de la experiencia personal de una amiga del director, nacida en Corea y adoptada por un matrimonio francés, que siendo ya adulta volvió a Seúl para reencontrarse con sus padres, en presencia del propio Chou. Las vivencias personales, el propio interior y los deseos de comprensión se fusionan así en una obra marcada en la forma por las canciones de pop coreano que acompañan a la veinteañera protagonista, música delicada y cautivadora, y en el fondo por el contraste entre Europa y Asia con respecto a las tradiciones y a los modos de ser, de comportarse y de mirar el presente, el pasado y hasta el futuro.
Frédérique Benoît, que así se llama la chica, es asiática en lo físico, pero no puede ser más francesa, más europea, más directa, menos complaciente. Enfrente, una cultura que pudo ser la suya, que le acaba desordenando la existencia. Los modos reglados hasta la extenuación, de miradas esquivas y hasta sumisas de los orientales contrastan con su ímpetu, con su personalidad arrolladora. Y, lo mejor, ese proceso de búsqueda es narrado por Chou del modo más inesperado. Retorno a Seúl, pese a su base de folletín melodramático, huye siempre de lo obvio para terminar abrazando lo imprevisible Incluso en su narración elíptica, con dos saltos de unos cuantos años desde el primer encuentro con el padre, que lo que provocan es una sugerente incomodidad, marcada además por una profundidad de campo mínima que refleja la distancia entre la chica y sus orígenes.
Con el único obstáculo para el espectador de cierta ralentización del ritmo de la narración en la parte inicial del relato, a causa de las continuas traducciones entre los personajes —desde el francés nativo de la chica hasta el coreano que ni habla ni entiende—, la película de Chou comienza como una borrachera de alcohol y sexo entre jóvenes que puede llevar al cinéfilo hasta algunas de las primeras películas de Wong Kar-Wai, pero luego se desliza por caminos profundamente auténticos. Los de la incertidumbre de no saber quién se es ni hacia dónde se va, y la de no verse reflejada en el espejo de los suyos. El desequilibrio emocional de los adoptados interraciales, en un universo que no solo desconocen, sino que les hace sentirse en tierra de nadie.
Retorno a Seúl
Dirección: Davy Chou.
Intérpretes: Park Ji-min, Oh Kwang-rok, Kim Sun-young, Guka Han.
Género: drama. Corea, 2022.
Duración: 115 minutos.
Estreno: 24 de marzo.
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Cultura
María Vázquez, protagonista de ‘Matria’: “Hay miedo a hablar de la precariedad en la industria del cine”
María Vázquez (Vigo, 44 años) es una obrera de la interpretación y ha sudado como nunca el mono de trabajo para meterse en la piel de Ramona, una proletaria de los mares de Galicia. Para preparar el papel de la protagonista de Matria, que ha puesto en sus manos la Biznaga de Plata a la mejor interpretación femenina del festival de Málaga, se sumergió en las gélidas y exigidas faenas de una fábrica de conservas y se enroló en un barco mejillonero. Se levantaba a las cuatro de la mañana para aprender a encordar los mejillones en las bateas de la ría de Arousa. La película está inspirada en la vida real de Francis Iglesias, una de esas mujeres de hierro que sostienen sin recibir aplausos la vida económica de las Rías Baixas, dentro y fuera de las casas. Vázquez aprendió a hablar como ella, a bromear como ella, a resistir como ella en un ambiente machista. “Esta película es un homenaje a las mujeres obreras del mundo”, proclama esta actriz gallega que ha logrado desarrollar su carrera por España sin emigrar a Madrid. El drama, dirigido por su paisano Álvaro Gago, se estrena en salas comerciales este viernes.
Todo en Matria ha sido concienzudo, explica Vázquez. Recibió el guion un año antes, cuando “lo normal es un mes”. En ese tiempo, practicó con una lingüista el acento que marca el gallego que se habla en la ría de Arousa. Cuando faltaba un mes para empezar a rodar, se instaló allí. Francis, que fue cuidadora del abuelo del director de la película y le inspiró el cortometraje Matria de 2017, ejerció de coach para velar por la autenticidad de la interpretación. Un grupo de trabajadoras de la comarca que actúan en la película también arroparon a Vázquez en su transformación. Con todo, la artista admite que le costó alcanzar la bravura de sus compañeras de rodaje: “Matria refleja la vida de unas mujeres muy fuertes y poderosas, pero con poca autoestima. Mantienen la industria en la zona de las Rías Baixas y también cuidan de su familia y de la familia de los demás para que estos puedan trabajar”.
Encarnar a este personaje “sin filtros”, que “dice todo lo que piensa” aderezado con retranca, fue “rico y expurgativo” para la actriz. Vázquez “se enramonizó” de tal manera que en la intimidad de su casa, para pasmo de sus dos hijos pequeños, seguía hablando como ella. Ahora que Ramona ya la ha desposeído, le embarga el “síndrome de la impostora”, confiesa: sigue quedando con las vecinas de la ría de Arousa que tanto la ayudaron en Matria, pero se siente algo rara porque ya no se comporta como una de ellas.
Habitante de la periferia “por militancia”
Vázquez integra esa inmensa mayoría de actrices ajenas al envoltorio del glamur y los estereotipos de la profesión: “Más del 90% somos obreras que lidiamos con la conciliación. Yo soy una mujer corriente que no podría trabajar si no fuera por la ayuda de mi madre jubilada”. El cine, subraya, “no es una industria de millonarios de la subvención”, y sigue habiendo una “brecha grande” entre los puestos directivos y protagonistas de una película, por un lado, y el resto del equipo, por otro. Se han limado las diferencias en el trato, pero “en sueldos aún hay mucho que mejorar”. Persiste “la precariedad en los convenios”, “mucha gente no llega a fin de mes” o “tiene que hacer todo tipo de trabajos para poder seguir contando historias”, explica: “Hay miedo a hablar de la precariedad, a protestar y que no te den trabajo; por eso la gente que tiene poder tiene también la responsabilidad de pronunciarse”. Vázquez cree que la industria del cine debería empezar a contar historias sobre las vidas de sus propios subalternos: “Es algo que está oculto, como si fuera tabú”.

Vázquez acaba de estrenar también Honeymoon, una road movie con humor negro dirigida por Enrique Otero y en la que hace de policía compartiendo cartel con Javier Gutiérrez, Nathalie Poza, Antonio Durán Morris y Berta Ojea, elenco de lujo con varios gallegos. Atribuye la cantera actoral y técnica de la que puede presumir Galicia a la apuesta que se hizo en los noventa por destinar ayudas oficiales al sector. Opina que el eslabón de la cadena en el que se debería invertir ahora dinero público es “la distribución, las salas”, porque “es el punto débil”. “La juventud tiene que ver nuestras películas. Hay que llevarlas a los centros educativos, a los centros culturales… No se pueden abrir salas de cine en los pueblos pequeños, pero sí se pueden utilizar los auditorios y los teatros que ya existen, porque los hay vacíos”.
Vázquez vive “en la aldea más grande del mundo”: Santiago de Compostela. En una casa con huerto desde la que puede ir andando al centro de la capital gallega y muy cerca de sus padres. Dice que habita la tierra en la que nació “por militancia”, después de vivir 15 años en Madrid, la ciudad a la que se fue como bailarina y en la que descubrió su vocación de actriz: “Eso de que si no estás en Madrid no puedes hacer nada es un eslogan interesado. La vida allí me cuesta entenderla: es hostil, todo es muy caro y lleva mucho tiempo…”. Celebra que el “centralismo en los rodajes” haya llegado a su fin y que en el audiovisual reine ahora la diversidad geográfica e idiomática: “Desde la periferia se puede trabajar donde se quiera”.
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