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Clásico, ¿y qué? No nos lo creemos

Cómo fardar viendo al City. El City avanza con una secuencia de pases tan numerosos y llega al área con tanta gente que termina negándose los espacios. Finalmente, en el área suele haber un tumulto que lo enreda todo, como si el partido se jugara en medio de una tormenta de arena. Pero si en medio de ese caos alguien grita gol, usted, sin esperar la repetición, diga sin ninguna duda: “Fue de Haaland”. En otros tiempos eso ocurría con Paolo Rossi o Raúl, tipos astutos a los que el instinto orientaba y el físico ayudaba para meterse por cualquier rendija. Pero Haaland es un enigma mayor porque con 1,94 y su fama de depredador no hay manera de pasar desapercibido. Con la ambición concentrada de un hambriento y la obsesión de un martillo, encuentra el gol una y otra vez. Siguiendo mi consejo, contra el Leipzig usted hubiera acertado cinco veces. Como si entendiera de fútbol.
Fútbol y futbolín. El futbolín, metegol en muchos países sudamericanos, nació para evocar el fútbol. Una estructura que rememora a un estadio, un campo de un verde metálico, su portero, sus defensas, medios y delanteros. Y hasta la ficha que hay que meter para que no nos olvidemos del lado comercial de su hermano mayor. Todavía hoy, cuando veo un futbolín, siento ganas de agarrar la empuñadura. Lo que jamás me hubiera imaginado es que viendo un partido de fútbol me entrara la nostalgia del futbolín. No es para menos. Dentro del área, los jugadores ya salen a buscar a su marca con las manos atrás. Y al reglamento se le ha ocurrido que saltar “naturalmente” es hacerlo en posición de firme. El que no quiera asumir riesgos tiene que pegar los brazos al cuerpo, como los jugadores de futbolín. Si a la mecanización del fútbol le agregamos esta ridiculez, solo faltará meter una ficha.
El Madrid siempre es local. El Madrid ya está en cuartos de Champions sin necesidad de utilizar el comodín del milagro. Lo logró eliminando al Liverpool por una diferencia de cuatro goles en dos partidos cordiales en donde, por respeto histórico, los dos equipos parecían decirse: “Pase usted primero”, “de ninguna manera, pase usted” y así hasta el You’ll never walk alone que sonó en el Bernabéu a toda pastilla. Aunque la hinchada del Eintracht rompa el centro de Nápoles, el fútbol también sabe tener buenos sentimientos. Sobre todo, el que gana. Ahora llegan los cuartos y el sorteo quiso recrear uno de los relatos más atractivos del fútbol: el mito del retorno. Vuelve el Chelsea y, quizás, el City con su respectivo Guardiola en semis. Con una diferencia sustancial: el segundo partido será de visitante. Más reto, más emoción, más literatura. Más fútbol al límite del sistema nervioso. Como nos gusta.
Un partido increíble. Si nos atenemos al discurso de Joan Laporta, desde que surgió el caso Negreira sabemos que Tebas quiere controlar al Barça, que los medios quieren empañar el buen momento del equipo y, en un in crescendo imparable, que los que pensamos mal somos unos sinvergüenzas. Mientras tanto, la explicación institucional se hace esperar porque “se está investigando”. Pero Laporta, antes que hacer una investigación, debería hacer memoria y decirnos a cambio de qué multiplicó por cuatro el contrato de Negreira. Con lo apasionado que se le ve, seguro que lo sabría comunicar. Pero si hace un mes que lo está pensando, es lícito sospechar que no debe ser fácil encontrar argumentos dignos. Mientras tanto, el escándalo sigue provocando una consecuencia terrible: los aficionados perdieron la inocencia que les hacía pagar una entrada para ver un partido limpio. Ahora hay clásico: ¿y qué, si ya no nos lo creemos?
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Andreas Christensen, el central favorito de tu central favorito

La posición de central siempre me ha parecido la más desagradecida en el fútbol. Más incluso que la de portero, que ya es decir. Y no sólo por su función de apaga incendios. Despejar balones, ir al corte, bailar con los delanteros centro más pesados al ritmo de rock and roll. Expuestos a cualquier error de un compañero y retratados cuando aparecen en la foto de algún gol encajado. En resumen, su trabajo se basa en alejar la pelota de su portería.
No hay una definición por excelencia que determine cómo debe ser un central más allá de la descripción funcionarial que podemos encontrar en cualquier diccionario: “es aquel jugador que juega en la línea defensiva del equipo, ocupando las zonas más centradas”. Fin. Pero sí existe una aproximación en nuestro imaginario, una ley no escrita, que nos dice cómo debe ser un central al uso. Alto, corpulento, con carácter para ordenar y mandar, para organizar y dirigir desde su posición.
No hay nada como un central que, desde su posición, nos ponga en nuestro sitio. Cuando el Barça fichó a Andreas Christensen muchos afirmaron, sin titubear, que en Madrid se habían llevado al central bueno del Chelsea (Rüdiger) y en Barcelona, al malo (Christensen). El tiempo y, sobre todo, los partidos han demostrado que el danés era el bueno. Tan bueno como para que Xavi haya tenido que desplazar al lateral a otro central, ya sea Koundé o Araujo.
Seguramente no es un futbolista que encaje en la definición estereotipada de central. Es discreto, sin la exuberancia que sí puede tener Araujo o sin el mercado que tuvo Koundé después de su gran etapa en el Sevilla.
Christensen parece no haber roto nunca un plato y encaja en esa figura tan manida del yerno perfecto. Si tuvieras que confiarle a alguien tu número PIN, PUC o el de tu caja fuerte, se lo darías a él por la confianza que transmite. Si tuvieras que elegir entre carne o pescado, blanco o rosado, te fiarías de su criterio.
Sin hacer ruido se ha convertido en el defensa por excelencia que ahora necesita el Barça. Para su ADN y su estilo de juego de sacar el balón tocando desde atrás, el danés es el indicado. También es uno de los culpables de que el cuadro catalán sea el equipo menos goleado de la Liga, con diferencia. De hecho, Andreas vendría a ser lo que se conoce como central moderno. Aquel que asume las mismas responsabilidades que tradicionalmente tiene su puesto (recuperador y seguro en los pases completados), pero con un rol más destacado cuando su equipo tiene el balón.
De él, su seleccionador, Kasper Hjulmand, dice que “uno se siente bien cuando comprueba cómo Christensen lee el juego en una situación defensiva y pone el balón en movimiento, en lugar de despejarlo lejos o fuera”. Y añade: “Él arregla las cosas y eso lo aprecian en el campo”. Una frase que me ha dado que pensar. Eso es precisamente lo que debe hacer un buen central, arreglar cosas. Porque así es Christensen, resolutivo y eficaz. Arregla lo que otros compañeros no pueden y se ha convertido en un seguro de vida atrás. No es un jugador de muchas palabras, apenas le hemos escuchado delante de los micrófonos desde que llegó a la Ciudad Condal. Él sólo arregla cosas sobre el verde.
De todos los fichajes que hizo el Barça el pasado verano, es, a mi parecer, el que mejor ha rendido y el que claramente ha superado las expectativas.
Por todo esto y mucho más, es el central favorito de tu central favorito.
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Salma Paralluelo impulsa al Barcelona en Roma en un gran duelo

El Barcelona dejó su marca en el Olímpico de Roma. En el estreno del fútbol practicado por mujeres en el mítico estadio italiano (39.454 espectadores, récord de público en Italia), el Barça no falló en la Liga de Campeones (0-1) en la ida de los cuartos de final. Esta vez, sin embargo, no le sobró nada. Por momentos imprecisas, en otros ansiosas, las azulgrana chocaron con una Roma bien trabajada y desacomplejada, pero sobre todo valiente para acorralar al Barça. A las italianas les faltó oficio. Justamente lo que tiene el Barcelona en Europa, finalista en tres de las últimas cuatro ediciones.
A la Roma también le gusta tener el balón. Un placer prácticamente prohibido cuando te cruzas con las azulgrana. El cuadro de la capital simboliza la apuesta de la federación italiana por el fútbol practicado por mujeres en el país transalpino. En 2020, después de la que las licencias alcanzaran la cifra de 30.000 —en 2011, eran 10.000—, se decidió que la liga se tenía que profesionalizar. Esta temporada, finalmente, se concretó. Tras una inversión de cerca de 18 millones de euros en las últimas tres campañas, hoy el salario minino para una futbolista en el calcio es de 26.000 euros —en España es de 16.000—.
La Roma ha capitalizado como nadie la apuesta de la federación y, por ahora, ha logrado destronar a la Juve, campeón de las últimas cuatro ligas. Hoy, manda la Roma en la Serie A y es el único equipo italiano que continúa en la Champions. Parece que no lo hará por mucho tiempo.
Sorprendió, en cualquier caso, la Roma en la fase de grupos de la Champions. Quedó segunda en el grupo B, a un punto del poderoso Wolfsburgo. Sin embargo, a pesar de que ha continuado con la inversión —en el invierno fichó a la exazulgrana Vicky Losada—, el sorteo jugó con su suerte en los cuartos de final: el Barcelona. Líderes sin oposición en España, las azulgrana andan con ganas de revancha en Europa después de no poder defender el título en la final del año pasado en Turín ante el multicampeón Olympique de Lyon. El Barça perdió a Martens y a Hermoso, sí; pero apostó por Bronze, Walsh, Rabano, Vicky López y Salma Paralluelo. Dos campeonas de Europa con Inglaterra, más de las futbolistas españolas con mayor proyección. Siempre a la espera de Putellas —se rompió el ligamento cruzado de la rodilla en junio del año pasado—, a las inglesas ya no hay quien las mueva del once, mientras Paralluelo, oro en el Festival Olímpico de la Juventud Europea en 400 metros vallas, saca a pasear su velocidad en la Champions.
En su estreno en la Copa de Europa, sin embargo, Paralluelo enseñó que es mucho más que una velocista. Cuando el Barcelona no encontraba la fórmula para destrabar el duelo, Patri Guijarro le entregó el balón en la puerta de la medialuna. Y, la delantera azulgrana, como si el tiempo se detuviera, colocó el balón con tanta suavidad como con precisión al palo derecho de Caesar. El gol le trajo paz a las azulgrana. Ni Guijarro ni Aitana controlaban los tiempos del partido en la medular, mucho menos Walsh, mientras que se repetían las impresiones de Carolina Graham Hansen, sobre todo de Oshoala. El Barça, entonces, cargaba el juego en el ala izquierda para aprovechar a la eléctrica Paralluelo. El ritmo arrollador del Barcelona en España (98 goles en 22 partidos) y en la Champions (29 en la fase de grupos, récord de la competición) perdió ferocidad en el Olímpico de Roma. En cualquier caso, le alcanzó para ganar por la mínima.
Mérito de la camaleónica Roma. Equipo ofensivo en Italia, el cuadro romano forjó una telaraña defensiva difícil de interpretar por las muchachas de Jonatan Giráldez. No se perdió la Roma sin el balón, tampoco se asustó ante los sucesivos ataques del Barcelona. Al contrario, esperaban con paciencia su oportunidad. Y la tuvieron. Pero, cuando no se anticipó Sandra Paños, a Giacinti le falló la puntería. La Roma, entonces, cambió el plan de partido y mandó al campo a la excapitana del Barcelona, Vicky Losada.
El Barça, que tiene más fondo de armario, respondió con Geyse, Engen y Crnogorcevic. El cuadro azulgrana no alteró su estrategia. Ocurrió que tampoco ganó pólvora en ataque. Y, sorpresivamente, se aferró a Paños para defender el triunfo. Le alcanzó.
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Ciccone, un grano para Roglic y Evenepoel

Comarca del Ripollés, Pirineo catalán. Tierra de ganadería y excelentes embutidos. Tierra regada por el río Ter, ahora poco bravo. Tierra de frondosas montañas donde la lluvia es un inquilino permanente, aunque sin llegar a ser pertinaz. Tierra, también, de Birba, las famosas galletas. Tierra de sentido independentismo y esteladas. Tierra de veraneo para la burguesía catalana. Tierra de carreteras reviradas abrigadas por un manto verde. Y desde este martes, tierra de Giulio Ciccone (Trek-Segafredo), un grano para Roglic y Evenepoel, las dos bestias al manillar, los ciclistas que no sestean ni por casualidad, los que se citaron antes de la Volta y hacen buena la apuesta, espectacularidad superlativa. El esloveno fue segundo; el belga, tercero.
El triunfo se resolvió en el sprint final, colofón a una subida de muchos vatios, a unas arrancadas de Evenepoel que solo los más fuertes pudieron aguantar. Mazazo para Chaves (EF), que se las prometía muy felices hasta que los gallos vieron salir el sol; y premio para un Ciccone que se llevó el laurel para explicar que en la Volta quiere sentarse en la mesa de Roglic y Remco.
Comenzó el día en Mataró, envueltos en flashes Roglic y Evenepoel, la gran atracción, los ciclistas que de buenas a primeras mostraron sus credenciales para el triunfo de la Volta tras dirimirse la primera llegada al sprint. Baño de masas en la ciudad, apogeo del ciclismo. Poco después se abrió el telón y cinco corredores saltaron como un resorte —luego se sumaron otros tres—, soñadores con una gesta homérica, con una victoria de pe a pa. Algo que se destila poco en el ciclismo moderno, pues el pelotón calcula a la perfección los tiempos y espacios, el margen de desventaja, menor en las carreras de una semana que en las grandes vueltas no vaya a ser que se metan en un enredo.
Obtusos, los fugados llegaron a una distancia máxima de cuatro minutos y medio, lo que quiso el equipo Jumbo-Visma, siempre cabecero y obediente a las exigencias de Roglic, primer líder de la Volta, controlador por definición. Es lo que tiene ser del equipo holandés, que día sí y día también —porque el otro líder es Vingegaard— toca ponerse el mono de trabajo. Así, cuando comenzó el Coll de Coubet, 9,2 kilómetros de ascensión con pendientes máximas de 11%, la diferencia fue mermando. Sin prisas porque la chicha, el plato fuerte, el hors catégorie, era la ascensión a Vallter que llevaba a meta, 11,4 sufridos kilómetros envueltos por pinos y piedras blanquecinas adornadas con musgo, un desnivel medio de 7,6% y rampas máximas del 18%.
Por entonces, los fugados tenían algo menos de dos minutos de ventaja. Minucias para Bahrain y Jumbo —impusieron el ritmo persecutorio—, por más que Simon Carr (EF) hiciera buena esa frase célebre de Chente García Acosta, director de Movistar, “la fuga de la fuga”. Carr lo intentó y fracasó en el intento como también le sucedió a Chaves. Al colombiano, sin embargo, le faltó poco. Arrancó a 6,5 kilómetros de meta sin oposición alguna, dientes apretados y baile sobre la bicicleta, ahora sentado, ahora de pie, bocanas de aire que no costaban llegar. A falta de un kilómetro hizo aguas.
Culpa, sobre todo, de Mikel Landa (Bahrain), que dijo esta es la mía, arrancada que descosió al ya de por sí desnutrido grupo, solo perseguido por Remco, Roglic y Ciccone. Su pedalada, sin embargo, no era suficiente para cazar a Chaves ni para ganar la etapa, flaqueza que castigó Evenepoel, que en cuatro kilómetros atacó hasta en tres ocasiones. En la última hizo la selección natural: él, Primoz y Ciccone. El último, el que no se esperaba, venció. “He perdido muchas veces en las dos últimas semanas, especialmente con Roglic, pero estaba fuerte la altitud me ha venido bien”, resolvió el italiano tras coronar. Roglic pudo cerrar el segundo puesto y afianzar su liderato, ahora a seis segundos de Evenepoel.
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