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Real Madrid-Chelsea en los cuartos de final de la Champions, tercer duelo seguido entre ambos

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Enzo Fernández, durante el Chelsea-Dortmund.Francesco Scaccianoce (Europa Press)

Otro Real Madrid-Chelsea en las rondas finales de la Champions. Los dos clubes se pasaron 22 años sin cruzarse y, en las tres últimas temporadas, tres enfrentamientos. El equipo inglés lo derrotó en las semifinales de 2021 y el español operó otro de sus clásicos milagros en los cuartos de la pasada edición en el Bernabéu. Esta vez, sin embargo, los blancos disputarán la vuelta de los cuartos en Stamford Bridge. Por primera vez tras cuatro eliminatorias seguidas, los de Carlo Ancelotti no contarán con el factor Chamartín a su favor en el desenlace. La ida se disputará el 11 o 12 de abril (aún por determinar) y la vuelta, el 18 o 19 de abril.

El Madrid quedó ubicado en la parte más complicada del cuadro, ya que el ganador de este choque se las verá con el vencedor del gran duelo de esta fase, el Manchester City-Bayern Múnich. En esas hipotéticas semifinales (9 y 10 de mayo, y 16 y 17 de mayo), el Madrid tampoco jugaría la vuelta en casa. Los otros dos emparejamientos de cuartos son Benfica-Inter y Milan-Nápoles. La final tendrá lugar el 10 de junio en Estambul.

El Chelsea, ya sin la dirección del magnate ruso Roman Abramóvich, ha protagonizado esta campaña una inversión en fichajes como no se recuerda en el fútbol mundial. Más de 600 millones de euros, la mitad de ellos en el mercado invernal. Pescó hace tres meses al argentino Enzo Fernández por 120 millones al calor de su gran Mundial; al emergente Mykhaylo Mudryk (70 millones más 30 millones en variables), perla del resistente Shakhtar; logró la cesión de João Félix (11 millones), que marcó distancias con Simeone; desembolsó 80 millones por el central Wesley Fofana; 65 millones por el español Marc Cucurella y 56 millones por el extremo Raheem Sterling.

Los resultados obtenidos hasta ahora, no obstante, han distado mucho del dinero empleado. Es décimo en la Premier, a nueve puntos del cuarto puesto Champions que marca el Tottenham, aunque en las últimas fechas se ha apreciado un repunte con tres victorias consecutivas. Entre ellas, la vuelta contra el Dortmund en casa (2-0), en la que remontaron el 1-0 de Alemania. En ese segundo encuentro de la eliminatoria, el conjunto blue ofreció, al fin, una actuación convincente gracias, sobre todo, a veteranos como Kai Havertz, Kovacic, Reece James y Chilwell. En esa plantilla ya no se encuentra una de las claves del título de 2021, Jorginho (vendido este enero al Arsenal por 11 millones), y su compañero en ese centro del campo de éxito, N’Golo Kanté, no juega desde agosto por una lesión. Bajo palos sí aparece Kepa Arrizabalaga, que este viernes conoció su regreso a la selección española dos años y medio después.

A los mandos entró en septiembre el técnico inglés Graham Potter (47 años), procedente del Brighton y cuyo puesto ha estado muy discutido en los últimos meses por una trayectoria bastante torcida en el campo. Sucedió a principios de curso a Thomas Tüchel, el alemán que encumbró al Chelsea hasta esa Copa de Europa de 2021 (contra el City), pero que, desde esa corona, ha visto cómo los resultados fueron declinando. En gran parte, también, por la crisis institucional que se abrió en la entidad debido a la salida obligada de la dirección de Abramóvich, como parte de las sanciones por la invasión rusa de Ucrania. El banquero estadounidense Todd Boehly se hizo con el poder del club por 3.000 millones de euros.

De los siete posibles rivales, a más de la mitad (cuatro) ya había dirigido en su carrera Carlo Ancelotti, así que era complicado que no produjera un reencuentro. No fue con el Milan —no lo quiere hasta la final, dijo—, sino con el Chelsea, que fue su primer destino fuera de Italia, entre 2009 y 2011. Levantó la Premier y la FA Cup el primer curso, pero las relaciones con el jefe de entonces, Roman Abramóvich, se quebraron pronto. El magnate lo acusó de mano blanda con el vestuario. Otro reencuentro será el de Antonio Rüdiger con su antiguo equipo, en el que estuvo cinco campañas.

Más allá del Madrid-Chelsea, los cuartos de final quedarán absorbidos, de entrada, por la colisión entre dos potencias de dos mundos dispares: la nueva riqueza del City frente a la vieja aristocracia del Bayern. El primero, propiedad de los Emiratos Árabes, busca con la Champions la única pieza que le falta a la colección, el gran trofeo que daría sentido a la gran inversión realizada. Los muniqueses, por su parte, con seis títulos en el armario, ya derrotaron en octavos al principal representante de esa estirpe de nuevos ricos (PSG) y ahora se las verán con los citizen, el proyecto en manos de Pep Guardiola con bases mucho más sólidas que las parisinas.



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El paso adelante del solitario Odegaard

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Martin Odegaard se reencontró el domingo pasado en Marbella con Erling Haaland como dos viejos compañeros a punto de emprender una misión juntos, el camino a la Eurocopa de 2024, que empieza este sábado en Málaga contra España. La última vez que Noruega participó en un gran torneo internacional fue en 2000, en la Eurocopa de Bélgica y Países Bajos. El futbolista del Arsenal tenía entonces año y medio, y el del Manchester City nació 19 días después de la final. Tras dos décadas de sequía desoladora, la aparición de dos talentos tan extraordinarios lleva tiempo alimentando las esperanzas del país. Sin embargo, al día siguiente del reencuentro en Marbella, Haaland supo que estaba lesionado. Y Odegaard se quedó solo.

Nada nuevo. Ha ocupado desde muy pronto ese lugar solitario que es el centro del torbellino de las expectativas. El centrocampista del Arsenal debutó con la selección absoluta de Noruega con 15 años. “Ahí es cuando enloqueció todo”, recordó hace unas semanas en un largo texto publicado en The Players Tribune. Desde entonces —en realidad ya desde un par de años antes—, Odegaard ha gestionado con asombroso buen tino esa atención gigantesca, que lo terminó depositando en el Real Madrid con 16 años.

Su fórmula era sorprendente: “Supongo que la gente imagina que tenía que evitar todo lo que se decía sobre mí en la prensa y vivir en una burbuja, pero no hacía eso. En realidad solía leer todo lo que escribían de mí. Me sentaba a leer los periódicos. Pero los leía como: ‘Vale, bien, está bien’. Y eso era todo”.

La gente que le conoce bien explica que buena parte de ese equilibrio procede de las personas que le rodean, su agente y su familia. Su padre, Hans Erik, fue futbolista profesional y luego entrenador de su hijo, y ahora del Sandefjord. También cuentan que atravesar sin demasiados rasguños años de presión y expectativas le ha proporcionado las herramientas precisas para ejercer desde muy pronto como capitán de su selección y del Arsenal. Dicen que su adolescencia en el escaparate mundial del fútbol ha afilado su inteligencia emocional, que le permite ayudar a otros a manejar los embates de la presión, sobre todo a los compañeros más jóvenes. No es un tipo de grandes discursos al grupo, pero tiene olfato para entender cuándo necesitan que les pasen el brazo por encima del hombro.

Noruega le dio el brazalete en marzo de 2021, con 22 años, y Arteta lo escogió para su equipo al principio de esta temporada, con 24. Las razones del entrenador español resumen el estilo de liderazgo del futbolista: “Es un jugador humilde y hambriento que tiene una calidad tremenda. Y pone esa calidad al servicio del equipo, está deseando hacer cosas por otros, y es un gran modelo a seguir para el resto de los jugadores”.

Desde que juega bajo la dirección de Arteta, Odegaard no ha dejado de crecer sobre el campo. Esta temporada ha dado un salto formidable, que lo ha convertido en uno de los futbolistas más peligrosos de Europa. Ha duplicado su contribución al gol (tantos y asistencias). Si las temporadas anteriores rondaba las 0,30 contribuciones por partido, ahora está en 0,62, un nivel que no alcanzaba desde su cesión en el Vitesse en la temporada 2018-19. Pero aquello era la Liga holandesa, y ahora manda en la Premier.

Su paso adelante sobre el césped, a partir del cambio de sistema de Arteta al 4-3-3 y los galones que le entregó, es evidente. Pisa mucho más a menudo las zonas más calientes del ataque: más de la mitad de las veces que toca el balón lo hace en el último tercio del campo, algo que no había hecho nunca con tanta frecuencia. Y una vez ahí, entra en el área con la pelota el triple de veces que el curso pasado.

Este sábado, contra España, no estará rodeado de los extraordinarios chicos de Arteta, ni encontrará a Haaland corriendo al espacio cuando levante la cabeza, pero con Noruega Odegaard se siente entre amigos. Y no esquiva el peso que depositan sobre él.



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Mikel Landa, un ciclista de los de antes

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Mikel Landa, corredor de Bahrain.ROBERTO BETTINI (EFE)

Los ciclistas no pierden de vista los vatios que gastan en la carretera y a los equipos no les queda otra que jugar a la táctica del desgaste para jugársela casi siempre en la última subida, en los kilómetros postreros o, con fortuna, dejar descolgado al rival de turno porque no pueden seguir el ritmo que destila su motor. Es el nuevo ciclismo, el de los jóvenes sobradamente preparados, científicos y deportistas, el que por ejemplo están exhibiendo Evenepoel y Roglic en la Volta, casi anudados hasta que se vislumbra la línea de meta. Pogaçar, animal como ninguno, juega a otra cosa porque las piernas le dan para todo. Pero es un verso libre. Y de esos quedan pocos. Aunque ninguno como Mikel Landa (Murguía, Álava; 33 años), que, sin quererlo, ha creado el Landismo, un movimiento extendido entre el aficionado porque es un ciclista a contracorriente, que prefiere la épica a los laureles, que mira hacia arriba y no al potenciómetro, que no está encorsetado a las tácticas sino que escucha a su cuerpo. Lo intentó en Lo Port, pero se encasquilló ante Roglic y Evenepoel, también Almeida y Soler.

Él, que paladea cualquier conversación de bar en las que se escuchan batallitas del ciclismo, como que Hinault pasó un día por allí y se hizo una foto con Pepito, no comulga con lo que llega al mundo de las dos ruedas y manillar. Para Landa el imán estaba en esas historias, en la épica. “Yo me considero un corredor más, pero esto está cambiando mucho y quizá sea de los de antes, de la vieja escuela, de los que intentan sorprender desde lejos y de los que se fijan en la historia. Los que llegan ahora lo han perdido un poco”, acepta; “no me gusta el nuevo ciclismo. Me cuesta engancharme. Son carreras espectaculares, pero lo que hay detrás es muy técnico, hay mucha ciencia detrás, y a mí me cuesta. Prefería lo de antes, un piñón arriba o uno abajo y: ‘Venga échale huevos”. Pero el ciclismo se ha profesionalizado mucho y todo está cortado por el mismo patrón, donde los jóvenes dan bocados de gazuza irremediable. “Les ha llegado información que a nosotros nos llegaba cuando alcanzábamos la élite. Llegan súper preparados y explotan su juventud. Y juntas talento con profesionalización y ahí están los resultados”, admite. Pero le fastidia. “Cuesta un poco. He estado mucho tiempo a la sombra de Purito, Valverde, Contador… Y ahora que no están me tocaba asomar a mí. Pero los jóvenes han llegado para comerse el mundo y para ganarlo todo porque prácticamente disputan todo el calendario. Cuesta un poco buscar el sitio y tener que estar desde la primera carrera estar preparado para, ya no ganar sino estar cerca de ellos”, añade.

De momento lo persigue y en ocasiones consigue, tercero en el último Giro -también lo fue en 2015- y cuarto por dos veces en el Tour (2017 y 2020), que será la gran carrera que tiene para este año porque, entre otras cosas, empieza en Bilbao y eso es algo que él, romántico de la bici, no se quiere perder. Tampoco quería dejar de plantar batalla en Lo Port. “Era la mejor de todas las subidas para mi forma de correr porque soy más fondista que explosivo. Quería dinamitar la carrera”, esgrime. No pudo. “Es una Volta difícil con la participación que hay y porque las bonificaciones siempre me penalizan”, sentencia.

Le quedan las ascensiones a Montjuïc para, al menos, meterse en el podio, ahora a 48 segundos de Almeida (UAE). Pero pase lo que pase, Landa no cambiará su forma de correr ni de ser. “Me gustaría que me recordaran como un chico de Murguía, uno de pueblo, que estuvo en las mejores carreras y alguna vez se pegó con Roglic, Pogaçar o Evenepoel”, explica para dar vuelo al Landismo. “Yo no he buscado el movimiento, pero supongo que a la gente le ha gustado mi forma de correr o ha empatizado conmigo por las caídas o la mala suerte que he tenido en alguna ocasión. También la he tenido buena, claro. No sé, a veces me sorprende y abruma la pasión o la idea que la gente tiene de mí”.



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Argentina se rinde ante los muchachos de Messi

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Y un día, Lionel Messi lloró. Y también lloraron Emiliano Martínez, Rodrigo de Paul, Ángel Di María y Lionel Scaloni. Y 80.000 argentinos que este jueves desbordaron el estadio Monumental de River Plate en Buenos Aires al grito de “Muchachos…”, el himno que acompañó a los campeones del mundo en su travesía en Qatar. Luego sonó el himno y volvieron las lágrimas. La Albiceste volvió a casa, para que la fiesta no termine nunca. El partido fue lo de menos. Panamá fue un invitado respetuoso del anfitrión; hubiese sido de mal gusto arruinar semejante evento. Argentina venció finalmente por 2-0. La celebración fue completa: en el minuto 43 del segundo tiempo, Messi convirtió de tiro libre el gol 800 de su carrera y quedó a uno de alcanzar el centenar con la camiseta argentina. “Messi, Messi”, cantaron en las tribunas. Todo sea para que no se rompa el hechizo que recorre Argentina desde aquella final contra Francia en el estadio Lusail, hace poco más de tres meses.

La selección de Argentina se debía esta fiesta. El éxtasis de cuatro millones de argentinos los dejó un sabor amargo el 20 de diciembre pasado, cuando llegaron con la Copa del Mundo y debieron completar en helicóptero una recorrida pensada para hacer en bus. Ahora tuvieron el campo libre para ellos, sin la presión de ganar. La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) pensó el partido más como un homenaje que como un evento deportivo. Hubo música en el arranque y en el entretiempo, toda una novedad. Y Scaloni se esforzó por poner sobre el césped a la mayor cantidad posible de jugadores. Llevaban ocho horas en el estadio. Para evitar aglomeraciones, llegaron bien temprano y en tandas, a bordo de pequeñas combis.

El desafío de los organizadores fue administrar la fiebre por ver a los campeones del mundo. Casi dos millones de personas intentaron comprar una entrada a través del sistema de venta digital de la AFA. Una hora y media después del inicio, ya no quedaba un asiento libre. Se activó entonces la reventa y muchos cayeron en la trampa. La televisión mostraba a hinchas desesperados que se enteraban frente al molinete que sus entradas eran falsas.

“Las compré por Instragram, a cuatro veces más de lo que valen”, contaba resignado un hombre de unos 40 años acompañado por su hijo. Habían viajado desde Formosa, a 1.100 kilómetros al norte de Buenos Aires y se encontraban ahora en la calle. Tampoco fue fácil para los periodistas: 131.000 solicitudes de acreditación dejaron a la mayoría afuera.

Los hinchas de Argentina celebran antes del partido entre la selección de Lionel Messi y la de Panamá en Buenos Aires, el 23 de marzo de 2023.EMILIANO LASALVIA (AFP)

Media hora antes del partido, los miles que se agolpaban sin entradas frente a las vallas de seguridad se enfrentaron a pedradas con la policía. Pero cuando los once de Argentina entraron al campo de juego, volvió el fútbol, los goles y el calor de la hinchada. Y al final, los premios. Messi y Scaloni recibieron el suyo, y hasta el presidente de la AFA, Claudio Tapia, levantó una plaqueta en medio de algunos silbidos. En el cenit de los festejos, el estadio se unió en un “dale, campeón”, el grito primigenio dedicado al capitán. Y luego hubo una réplica de la copa del mundo para cada uno de los jugadores, que se convirtieron en hinchas al grito, otra vez de “Muchachos…”. Para cerrar, Sergio Goycochea, arquero de la selección campeona en México 86 devenido en conductor de televisión, pidió a Messi que levantase la copa.

Messi: “Siempre soñé con festejar con ustedes”

“En lo personal siempre soñé con festejar con ustedes”, dijo Messi a todo el estadio. “Venir a mi país, Argentina, a levantar una Copa América y ahora una Copa del Mundo. Hoy es el día donde todos festejamos, pero no me quiero olvidar de todos los compañeros que anteriormente hicimos todo lo posible por conseguir esta. No se nos dio, pero se merecen el respeto del pueblo argentino porque dejaron todo por esta camiseta”, dijo, y lanzó una advertencia: “Disfrutemos de la tercera estrella, porque no sabemos cuándo vamos a conseguir otra. Ganar la Copa es muy difícil”. Messi no dejaba de sonreír, mientras sus hijos jugaban en el campo.

Lionel Scaloni apenas pudo hablar cuando tomó el micrófono, inundado por las lágrimas. El estadio coreaba su nombre. “Todo esto es por ustedes”, dijo. Messi sonreía como un niño en el día de su cumpleaños. Levantó una vez más la copa, dio la vuelta olímpica y volvió a llorar. “Somos campeones del mundo”, gritaba Goycochea, eufórico. La Scaloneta estaba otra vez en casa.

Los jugadores de la selección de Argentina levantan la Copa del Mundo durante el homenaje en Buenos Aires.
Los jugadores de la selección de Argentina levantan la Copa del Mundo durante el homenaje en Buenos Aires.AGUSTIN MARCARIAN (REUTERS)

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