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Will Still y una racha de victorias a 25.000 euros en multas por partido

En el reparto de etiquetas a Will Still le ha tocado la del entrenador forjado a través del Football Manager, un videojuego que simula la gestión de equipos. En ocasiones la frontera entre lo material y la ficción es tan difusa como para que un testimonio de Still en la web The Coaches’ Voice le convirtiese en una celebridad forjada a través de un buen titular: “Un Football Manager de verdad”. La realidad nada virtual muestra a un técnico novato de 30 años, el más joven de las cinco grandes ligas, que dirige un equipo que hila 17 jornadas sin perder. Si Still, al frente del Stade de Reims, no cae este domingo ante el Olympique de Marsella habrá igualado una plusmarca en poder de Tito Vilanova, que hace diez años pasó con el Barcelona 18 jornadas invicto para situar ahí el tope en lo que va de siglo.
“He jugado al Football Manager o con la consola como cualquier chico apasionado por el fútbol”, explicó Still a la emisora inglesa TalkSports en un intento de ponerse en valor. Más allá de las etiquetas presenta un bagaje sorprendente. El 15 de octubre debutó como primer entrenador al frente de un equipo que miraba al descenso en una temporada en la que la competición en Francia descabalga a cuatro equipos para pasar de 20 a 18. Aún fuera de la zona roja, pero presa del nerviosismo, el presidente Jean-Pierre Callot destituyó a Óscar García Junyent, con el que logró la permanencia la campaña anterior, pero sólo había ganado un partido de once en la presente. El técnico español pasaba por una dura situación personal, pero Callot decidió: “No podemos poner en peligro el puesto de 250 empleados. Es doloroso, pero necesario”. Still tomó el mando y lanzó un primer mensaje: “La palabra clave es serenidad”.
En Reims son ambiciosos. El club, refundado tras varios desastres administrativos, es deudor de una historia que le señala como seis veces campeón de Liga entre 1949 y 1962 y dos veces finalista en los albores de la Copa de Europa (el Real Madrid le superó en 1956, en el estreno de la competición, y en 1959). Still entrena en la Ciudad Deportiva que lleva el nombre de Raymond Kopa, el Mbappé que Bernabéu vistió de blanco. Allí manda un joven pelirrojo al que no le gusta que sus jugadores le llamen entrenador. En realidad no lo es del todo: todavía tiene pendientes los estudios para sacarse la titulación exigida para sentarse en el banquillo, de manera que cada partido le cuesta a su club una multa de 25.000 euros. La idea era asumir esa sanción durante cinco partidos antes del Mundial y en ese interín fichar un sustituto para García Junyent. Pero el equipo ganó dos partidos y empató los otros tres y el último día de noviembre se anunció que Still seguiría en el puesto. La cuota en multas llega este domingo hasta los 450.000 euros, pero en 17 partidos el equipo ha sumado 35 puntos gracias a nueve victorias y ocho empates. Esta jornada la inició a cuatro puntos de Europa y veinte sobre el descenso. En Francia es una sensación. “Tenemos 4.000 cámaras aquí, pero nada cambia nuestro trabajo”, explica en la víspera de recibir al OM.
La vida de Still no es convencional. Nació y se crió en un suburbio de Bruselas vecino al campo de batalla de Waterloo, hijo de padres ingleses hace fortuna en terreno francés. Con apenas 17 años cruzó el Canal para matricularse en una universidad inglesa, el Myerscough College, cerca de Preston. “Me convertí en un adulto joven, aprendí de fútbol, sobre diferentes culturas y, lo más importante, sobre mí mismo”, les explicó en enero a un grupo de alumnos. Una vez graduado acabó de vuelta en Bélgica, donde el técnico de origen español Yannick Ferrera, entonces en el Sint-Truiden, le invitó a ejercer de operador de cámara en partidos de rivales y a preparar informes. Trabajó sin cobrar, pero hizo camino y con 24 años ejerció de entrenador interino en el Lierse, entonces en la segunda división belga, durante ocho partidos. Ganó siete, pero le ficharon un jefe. Subió de categoría para integrarse en el Beerschot y tomó la misma ruta: analista, segundo entrenador y técnico interino durante trece jornadas. Ganó en cinco y empató en dos antes de que su bisoñez se convirtiese en un problema a ojos de los directivos. “Will es el más joven, pero también el más listo”, sostiene Ferrera, una suerte de mentor.
El Stade de Reims le llamó. Still todavía no entiende como manejaban referencias suyas. Sus primeros meses en el equipo, a las órdenes de García Junyent, los pasó con el trajín de tener que acudir dos veces por semana a Bélgica para acudir a las clases que le deberían de llevar hasta el título de entrenador. Obtuvo una excedencia para trabajar en el cuerpo técnico del Standard de Lieja antes de regresar al inicio de esta campaña a Reims. El próximo verano espera ser un entrenador titulado en las aulas. En el campo ya lo es. “Sabe llevar un grupo y consigue que nos divirtamos compitiendo. Jugamos sin presión”, explica Alexis Flips, uno de sus pretorianos en un equipo armado en torno a un 4-2-3-1 y que impacta por su solidez: en 11 de los 17 partidos de la racha no ha concedido gol y al Marsella le recibirá después de seis jornadas sin que le marquen. “Me encantó la defensa hombre a hombre del 6-3-1 del Atlético contra el Chelsea”, desliza cuando le preguntan por sus referentes. Aquel cerrojazo que planteó Simeone hace dos años en la Champions le ofreció pistas sobre la organización defensiva. “El fútbol es talento, pero también es trabajo mental y táctico. Y sobre todo emoción, no posicionamientos robóticos”, asegura.
Still se presenta como un tipo dúctil, admirador de Sir Alex Ferguson por su capacidad para renovarse durante décadas al más alto nivel. Y pese a haber convertido su modo carrera en un modo de vida reconoce que a veces todavía abre el Football Manager y reflexiona: “Si hace cinco años me dicen que iba a estar explicando en un vestuario como parar a Messi o Mbappé contestaría que es ridículo”.
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Carlos Alcaraz, o soñar y jugar a lo grande: “Quiero ser uno de los mejores de la historia”

Desde que empuñó por primera vez una raqueta, Carlos Alcaraz actúa en consecuencia. Es decir, sueña a lo grande y, en consonancia, juega de tal forma. “Si trabajo duro, creo que puedo llegar a lo más alto. Mi objetivo es ser el número uno del mundo y por eso entreno todos los días a la máxima intensidad posible”, comentaba a EL PAÍS en un encuentro mantenido en Villena (Alicante) hace tres años, cuando apenas empezaba a romper el cascarón y aseguraba no sentirse un elegido. Los hechos, sin embargo, dicen todo lo contrario. A sus 19 años, el murciano –6-0 y 6-2 a Facundo Bagnis en su estreno en Miami, tras 64 minutos– es el tenista más joven en alcanzar la cúspide del circuito y ya ha conquistado ocho trofeos, entre ellos el US Open y tres Masters 1000 (Miami, Madrid e Indian Wells).
No concibe Alcaraz los términos medios sino que dice aspirar, sin tapujos, a dejar una huella imborrable en su deporte. Se expresaba estos días a través del espacio Player’s voice (La voz del jugador), del canal Eurosport. “Quiero ganar a Nadal y Djokovic, pero no para quitarles ningún Grand Slam o evitar que ninguno sea el mejor de todos los tiempos, sino para escribir mi propia historia, mi propio camino. Quiero ganar muchos grandes y mi objetivo es muy ambicioso, no voy a mentir; mi sueño es ser uno de los mejores de la historia, acercarme de alguna forma a ellos. Sé que es muy complicado, incluso imposible, pero ese es mi sueño hoy día”, transmitía el de El Palmar, que en apenas un mes de competición –permaneció cuatro en la reserva, debido a las lesiones– ha logrado incorporar otros dos trofeos a su expediente y elevarse, dispuesto a comerse el mundo en un curso que puede marcar un giro histórico en el relato del tenis.
Primero venció en Buenos Aires, luego firmó la final en Río –perjudicado por una dolencia en el isquio derecho– y posteriormente se exhibió en Indian Wells, donde su triunfo llegó en forma de mensaje: sí, Alcaraz lo quiere todo. Y lo quiere ya. El triunfo le devolvió el número uno que le arrebató Djokovic a finales de enero y que engarzó por primera vez en septiembre, cuando conquistó Nueva York. Lo hizo a su manera, con sello propio. A lo grande, cómo no. “Tengo mi propia identidad jugando. Siempre intento hacer un tenis alegre, porque eso es lo que me caracteriza. Me considero una persona alegre y trato de transmitirlo también en la pista. Ahora el tenis es muy dinámico: subidas a la red, dejadas, grandes golpes. Intento disfrutar y que todo no sea demasiado monótono. Me gusta inventar, hacer algo raro o bonito que no se vea a menudo”, expone el gobernador de la ATP, de vuelta en Miami.
Regresa Alcaraz al punto exacto en el que se produjo la gran eclosión, donde los presagios se tradujeron hace un año en hechos y se destapó de manera definitiva. Lo hace con la obligación de ganar o ganar porque, de lo contrario, perdería el trono de nuevo en favor de Djokovic. En todo caso, el español acepta y asume el reto, que se hará extensible a la gira de tierra que comenzará en abril, puesto que la cosecha –títulos en Barcelona y Madrid– también fue prolífica durante la primavera. Lejos de arrugarse, saborea la condición de rey –un total de 21 semanas– y pretende ejercer a la altura. La primera experiencia en lo más alto estuvo acompañada de muchas curvas y la sombra de las lesiones, de modo que se autoimpone dar otro golpe de autoridad, gritar alto y claro un aquí estoy yo para abordar la estación sobre arcilla con otro mensaje intimidatorio.
“No te deja respirar”
Ante Bagnis, un veterano de 33 años que ocupa el puesto 100 en el ranking, el pulso no tuvo excesiva sustancia. Alcaraz mantuvo la línea del presente y embistió con decisión, mientras que el argentino (30 errores) se encogió desde el principio, como si supiera de antemano la que le venía encima. “Es un killer, no te deja respirar”, anticipaba Bagnis antes del duelo, tras haberlo sufrido previamente en un par de challengers y el año pasado en Umag. El sentir del argentino se expande. “Si pierdo así de nuevo, tendrá que cambiar algo”, admitía Daniil Medvedev a comienzos de esta semana, después del recital del español –citado el domingo con Dusan Lajovic o Maxime Cressy– en la final de Indian Wells. El ruso no encontró una sola rendija.
“La belleza de su juego radica en que no tiene ninguna debilidad, y eso hace que los rivales no tengan ninguna opción, a menos que él tenga un mal día”, analizaba en Eurosport la histórica Chris Evert, número uno y ganadora de 18 majors, siete en París. “Otras figuras han sido brillantes, pero sentías que había alguna fisura en su juego. Con él no. Por cómo se defiende, cómo ataca… Ninguno hace las dos cosas tan bien. Tiene confianza y pasión. Nació para ser un campeón y brillar, tiene los recursos y los intangibles para serlo. Es increíble lo flexible que es, cómo se mueve, cómo improvisa y cómo se adapta a determinadas situaciones”, abunda la estadounidense, que entiende que su deporte está ante un punto de inflexión.
“Siempre piensas que has visto lo mejor, con Roger, Rafa y Novak… Pero parece que cada década llega un jugador que está a un nivel más alto todavía, y creo que esta va a ser una de esas décadas”, prosigue la estadounidense, a la que se suma el escocés Andy Murray. “Tiene un juego excelente, muy completo y que funciona en todas las superficies. Ataca mucho la bola”, le describía el escocés antes de marcharse de Miami; “sé por experiencia que es más fácil jugar así con 18 o 19 años, cuando todavía no tienes ninguna cicatriz, pero espero que pueda mantener este nivel porque es increíble verlo. Ya ha llegado muy lejos y está haciéndolo incluso mejor que la mayoría de los que llegaron antes que él en la última década. Muchos esperan que todos ganen más de 20 grandes, como si fuera algo normal; yo no predeciría nada así para nadie, pero imagino que él puede estar en lo más alto de este deporte tanto tiempo como quiera jugar”.
Y se suma a los elogios Simone Vagnozzi, el preparador del que teóricamente será el gran rival de Alcaraz a corto, medio y largo plazo, Jannik Sinner (21 años y 11º del mundo). “Si ves un partido de él con 15 años, compruebas que ya podía hacer más o menos todas las cosas que hace ahora: las dejadas, los tiros, la volea, el saque…”, apunta el técnico italiano; “pero a los 19 nadie jugaba así, ni siquiera los monstruos sagrados como Rafa, Federer o Djokovic. Nadie tenía la plenitud que él tiene a su edad”.
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El paso adelante del solitario Odegaard

Martin Odegaard se reencontró el domingo pasado en Marbella con Erling Haaland como dos viejos compañeros a punto de emprender una misión juntos, el camino a la Eurocopa de 2024, que empieza este sábado en Málaga contra España. La última vez que Noruega participó en un gran torneo internacional fue en 2000, en la Eurocopa de Bélgica y Países Bajos. El futbolista del Arsenal tenía entonces año y medio, y el del Manchester City nació 19 días después de la final. Tras dos décadas de sequía desoladora, la aparición de dos talentos tan extraordinarios lleva tiempo alimentando las esperanzas del país. Sin embargo, al día siguiente del reencuentro en Marbella, Haaland supo que estaba lesionado. Y Odegaard se quedó solo.
Nada nuevo. Ha ocupado desde muy pronto ese lugar solitario que es el centro del torbellino de las expectativas. El centrocampista del Arsenal debutó con la selección absoluta de Noruega con 15 años. “Ahí es cuando enloqueció todo”, recordó hace unas semanas en un largo texto publicado en The Players Tribune. Desde entonces —en realidad ya desde un par de años antes—, Odegaard ha gestionado con asombroso buen tino esa atención gigantesca, que lo terminó depositando en el Real Madrid con 16 años.
Su fórmula era sorprendente: “Supongo que la gente imagina que tenía que evitar todo lo que se decía sobre mí en la prensa y vivir en una burbuja, pero no hacía eso. En realidad solía leer todo lo que escribían de mí. Me sentaba a leer los periódicos. Pero los leía como: ‘Vale, bien, está bien’. Y eso era todo”.
La gente que le conoce bien explica que buena parte de ese equilibrio procede de las personas que le rodean, su agente y su familia. Su padre, Hans Erik, fue futbolista profesional y luego entrenador de su hijo, y ahora del Sandefjord. También cuentan que atravesar sin demasiados rasguños años de presión y expectativas le ha proporcionado las herramientas precisas para ejercer desde muy pronto como capitán de su selección y del Arsenal. Dicen que su adolescencia en el escaparate mundial del fútbol ha afilado su inteligencia emocional, que le permite ayudar a otros a manejar los embates de la presión, sobre todo a los compañeros más jóvenes. No es un tipo de grandes discursos al grupo, pero tiene olfato para entender cuándo necesitan que les pasen el brazo por encima del hombro.
Noruega le dio el brazalete en marzo de 2021, con 22 años, y Arteta lo escogió para su equipo al principio de esta temporada, con 24. Las razones del entrenador español resumen el estilo de liderazgo del futbolista: “Es un jugador humilde y hambriento que tiene una calidad tremenda. Y pone esa calidad al servicio del equipo, está deseando hacer cosas por otros, y es un gran modelo a seguir para el resto de los jugadores”.
Desde que juega bajo la dirección de Arteta, Odegaard no ha dejado de crecer sobre el campo. Esta temporada ha dado un salto formidable, que lo ha convertido en uno de los futbolistas más peligrosos de Europa. Ha duplicado su contribución al gol (tantos y asistencias). Si las temporadas anteriores rondaba las 0,30 contribuciones por partido, ahora está en 0,62, un nivel que no alcanzaba desde su cesión en el Vitesse en la temporada 2018-19. Pero aquello era la Liga holandesa, y ahora manda en la Premier.
Su paso adelante sobre el césped, a partir del cambio de sistema de Arteta al 4-3-3 y los galones que le entregó, es evidente. Pisa mucho más a menudo las zonas más calientes del ataque: más de la mitad de las veces que toca el balón lo hace en el último tercio del campo, algo que no había hecho nunca con tanta frecuencia. Y una vez ahí, entra en el área con la pelota el triple de veces que el curso pasado.
Este sábado, contra España, no estará rodeado de los extraordinarios chicos de Arteta, ni encontrará a Haaland corriendo al espacio cuando levante la cabeza, pero con Noruega Odegaard se siente entre amigos. Y no esquiva el peso que depositan sobre él.
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Mikel Landa, un ciclista de los de antes

Los ciclistas no pierden de vista los vatios que gastan en la carretera y a los equipos no les queda otra que jugar a la táctica del desgaste para jugársela casi siempre en la última subida, en los kilómetros postreros o, con fortuna, dejar descolgado al rival de turno porque no pueden seguir el ritmo que destila su motor. Es el nuevo ciclismo, el de los jóvenes sobradamente preparados, científicos y deportistas, el que por ejemplo están exhibiendo Evenepoel y Roglic en la Volta, casi anudados hasta que se vislumbra la línea de meta. Pogaçar, animal como ninguno, juega a otra cosa porque las piernas le dan para todo. Pero es un verso libre. Y de esos quedan pocos. Aunque ninguno como Mikel Landa (Murguía, Álava; 33 años), que, sin quererlo, ha creado el Landismo, un movimiento extendido entre el aficionado porque es un ciclista a contracorriente, que prefiere la épica a los laureles, que mira hacia arriba y no al potenciómetro, que no está encorsetado a las tácticas sino que escucha a su cuerpo. Lo intentó en Lo Port, pero se encasquilló ante Roglic y Evenepoel, también Almeida y Soler.
Él, que paladea cualquier conversación de bar en las que se escuchan batallitas del ciclismo, como que Hinault pasó un día por allí y se hizo una foto con Pepito, no comulga con lo que llega al mundo de las dos ruedas y manillar. Para Landa el imán estaba en esas historias, en la épica. “Yo me considero un corredor más, pero esto está cambiando mucho y quizá sea de los de antes, de la vieja escuela, de los que intentan sorprender desde lejos y de los que se fijan en la historia. Los que llegan ahora lo han perdido un poco”, acepta; “no me gusta el nuevo ciclismo. Me cuesta engancharme. Son carreras espectaculares, pero lo que hay detrás es muy técnico, hay mucha ciencia detrás, y a mí me cuesta. Prefería lo de antes, un piñón arriba o uno abajo y: ‘Venga échale huevos”. Pero el ciclismo se ha profesionalizado mucho y todo está cortado por el mismo patrón, donde los jóvenes dan bocados de gazuza irremediable. “Les ha llegado información que a nosotros nos llegaba cuando alcanzábamos la élite. Llegan súper preparados y explotan su juventud. Y juntas talento con profesionalización y ahí están los resultados”, admite. Pero le fastidia. “Cuesta un poco. He estado mucho tiempo a la sombra de Purito, Valverde, Contador… Y ahora que no están me tocaba asomar a mí. Pero los jóvenes han llegado para comerse el mundo y para ganarlo todo porque prácticamente disputan todo el calendario. Cuesta un poco buscar el sitio y tener que estar desde la primera carrera estar preparado para, ya no ganar sino estar cerca de ellos”, añade.
De momento lo persigue y en ocasiones consigue, tercero en el último Giro -también lo fue en 2015- y cuarto por dos veces en el Tour (2017 y 2020), que será la gran carrera que tiene para este año porque, entre otras cosas, empieza en Bilbao y eso es algo que él, romántico de la bici, no se quiere perder. Tampoco quería dejar de plantar batalla en Lo Port. “Era la mejor de todas las subidas para mi forma de correr porque soy más fondista que explosivo. Quería dinamitar la carrera”, esgrime. No pudo. “Es una Volta difícil con la participación que hay y porque las bonificaciones siempre me penalizan”, sentencia.
Le quedan las ascensiones a Montjuïc para, al menos, meterse en el podio, ahora a 48 segundos de Almeida (UAE). Pero pase lo que pase, Landa no cambiará su forma de correr ni de ser. “Me gustaría que me recordaran como un chico de Murguía, uno de pueblo, que estuvo en las mejores carreras y alguna vez se pegó con Roglic, Pogaçar o Evenepoel”, explica para dar vuelo al Landismo. “Yo no he buscado el movimiento, pero supongo que a la gente le ha gustado mi forma de correr o ha empatizado conmigo por las caídas o la mala suerte que he tenido en alguna ocasión. También la he tenido buena, claro. No sé, a veces me sorprende y abruma la pasión o la idea que la gente tiene de mí”.
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