Economía
La guerra de los subsidios desatada por EE UU pone a Europa contra las cuerdas

El pasado mes de enero una nutrida delegación de congresistas estadounidenses, con el senador demócrata Joe Manchin a la cabeza, llegaba a la estación suiza de Davos dispuesto a aprovechar el marco del Foro Económico Mundial para explicar a los aliados europeos las buenas intenciones de la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés) que tantas ampollas ha provocado en la relación transatlántica. Tardaron poco en comprobar, por boca entre otros del canciller alemán, Olaf Scholz ,y del primer ministro luxemburgués, Xavier Bettel, que la misión no iba a ser sencilla.
Estados Unidos se ha subido a la nueva ola proteccionista que añade presión al comercio global, sumido aún en los efectos de la pandemia, el impacto de la guerra en Ucrania, el repunte de la inflación y los problemas de suministro energético y alimentario. Desde finales del mandato de Barack Obama y más aún con Donald Trump de presidente, Estados Unidos ha emprendido una guerra contra China por el predominio tecnológico global que se ha traducido en un bloqueo de la transferencia de tecnología y el subsidio de la producción nacional. La llegada de Joe Biden a la presidencia del país no ha hecho sino agudizar esa tendencia que profundiza la fragmentación de la economía global. La nueva política industrial que Estados Unidos está diseñando a través de la Ley de Reducción de la Inflación y la de Chips y Ciencia (ambas de agosto de 2022) y la de Inversión en Infraestructuras y Empleos (de noviembre de 2021) tiene un notable sesgo proteccionista. Las normas contienen importantes provisiones para limitar los incentivos fiscales y financieros solo a las empresas estadounidenses. Una decisión que muchos expertos y desde luego las autoridades europeas consideran que provoca distorsiones de mercado y atenta contra las normas de comercio internacionales.
“La llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos ha tenido efectos muy positivos en el ámbito global, como la vuelta de la primera potencia mundial al Acuerdo de París o el apoyo que está brindando a Ucrania ante la invasión de Rusia. Pero en materia comercial, la Administración de Biden es igual que la de [Donald] Trump o incluso peor”, subraya Cecilia Mälmstrom, antigua comisaria europea de Comercio y ahora, entre otros cargos, investigadora sénior no residente del Peterson Institute for International Economics, con sede en Washington.
La gota que ha colmado el vaso ha sido la Ley de Reducción de la Inflación. La misma noche del pasado 16 de agosto, cuando Biden firmó la ley, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, publicaba un tuit en el que se felicitaba por la decidida apuesta de Estados Unidos en favor de las energías limpias, un modelo de crecimiento más sostenible y la lucha contra el cambio climático. Pero bastó que empezaran a trascender los detalles de la ley para que se encendieran las alarmas entre sus asesores y el colegio de comisarios.
“La dinámica de la ley es muy preocupante. Se trata, además, de una posición bipartidista, lo que garantiza su permanencia en el tiempo aunque haya un cambio en la Administración. Lo peor, además, es que a la UE la ha pillado totalmente por sorpresa. En septiembre de 2021 se creó el Consejo de Comercio y Tecnología Unión Europea-Estados Unidos para abordar precisamente estas cuestiones y las provisiones de la norma jamás se abordaron en esos encuentros”, asegura Niclas Poitiers, investigador del think tank europeo Bruegel.
Un cambio profundo
Los expertos consideran que la IRA es la ley climática más importante jamás aprobada en la historia de Estados Unidos y aseguran que supone un cambio profundo en el papel del Estado para promover y proteger a las empresas y sectores considerados estratégicos para la primera economía mundial. Los cambios tecnológicos derivados de la necesidad de hacer frente a los desafíos climáticos y de independencia energética son uno de los objetivos prioritarios.
Hoy por hoy, más del 25% de los vehículos eléctricos se producen en Europa, y apenas un 10%, en Estados Unidos. Para cambiar esa realidad la nueva legislación estadounidense prevé ayudas para los consumidores de 7.500 dólares por vehículo siempre que al menos un 40% de las materias primas usadas para la batería del coche se extraigan en Estados Unidos o en un país con el que tenga firmado un acuerdo de libre comercio. Ese porcentaje se situará en el 80% para 2026. Asimismo, el 50% de los componentes de las baterías eléctricas tienen que ser fabricados o ensamblados en Estados Unidos, Canadá o México, los tres países que conforman una zona de libre comercio. Para 2029, la exigencia asciende al 100% de los componentes. Es solo un ejemplo dentro de los muchos que contiene el generoso programa de ayudas que recoge la IRA para promover la inversión en tecnologías energéticas y mitigar las emisiones de gases contaminantes.
También la Unión Europea ha aprobado cuantiosas subvenciones para acelerar la descarbonización de la economía, estimular el desarrollo de tecnologías limpias y apoyar la transición de la industria, pero sin discriminar por nacionalidad del fabricante ni origen de los materiales empleados en la fabricación. Asimismo, el próximo otoño entrará en vigor una tasa a las importaciones de los productos más intensivos en dióxido de carbono (CO₂), el primer arancel climático del mundo, que según ha explicado en distintos encuentros el comisario de Comercio, Valdis Dombrovskis, se ha diseñado bajo la premisa del respeto a las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y sin ninguna discriminación por origen. Dombrovskis defiende “una alianza transatlántica para una economía más verde y la creación de cadenas de valor transatlánticas para hacer frente a este reto”, sin descartar que la UE pueda acabar denunciando algunas de estas medidas ante la OMC. El desembolso efectuado por la Unión Europea, en todo caso, no es comparable ni de lejos con los volúmenes de ayudas que maneja Estados Unidos.
La Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés) ha estimado que la IRA tendrá un coste para las arcas públicas de unos 369.000 millones de dólares (cerca de 350.000 millones de euros). Sin embargo, los analistas de Credit Suisse calculan que esa inversión se puede multiplicar casi por cuatro, dado que los programas no están limitados ni en volumen ni en cuantía y su alcance definitivo dependerá de la demanda de consumidores y empresas a los planes. “Según nuestros cálculos, el gasto climático federal puede alcanzar los 800.000 millones, el doble de lo estimado. Eso, combinado con el efecto multiplicador sobre las inversiones privadas y los programas de financiación verde, puede disparar el gasto total de la ley hasta rondar los 1,7 billones de dólares en 10 años”, subrayan los expertos de la entidad en un reciente informe.
A esas importantes cuantías hay que sumar los 280.000 millones de dólares de la Ley de Chips y Ciencia destinados a subsidiar la producción de semiconductores en Estados Unidos y los 1,2 billones (casi el equivalente a toda la economía española) de la Ley de Infraestructuras, que también contiene provisiones para que se usen materias primas y productos de fabricación estadounidense en la construcción de aeropuertos, carreteras, puentes, líneas de tren previstas en la ley. Una auténtica revolución.
En diciembre pasado, el presidente francés, Emmanuel Macron, viajó a Washington para trasladar a las autoridades la preocupación por los cambios legislativos. “Ustedes están dañando mi país”, le espetó al senador Manchin, pieza clave en la aprobación de la IRA, durante un encuentro con congresistas. El mandatario se reunió después con Biden en la Casa Blanca, donde “tuvimos una discusión muy buena, franca y fructífera (…). Lo que decidimos con el presidente Biden es precisamente solucionar este problema”, declaró Macron en una entrevista en la CBS.
Hacer y luego preguntar
Es lo que Jeremy Shapiro, director de investigación del European Council on Foreign Relations (ECFR) y antiguo alto cargo del Departamento de Estado de Estados Unidos, ha denominado “coordinación ex post”: Estados Unidos toma una decisión sin consultar a sus aliados europeos, se produce una respuesta furiosa al otro lado del Atlántico, Washington expresa su sorpresa y envía a varios altos cargos al continente —aquí cabe enmarcar el viaje de los congresistas a Davos— para intentar calmar los ánimos de sus socios, el presidente admite su limitada capacidad para introducir cambios y se ofrece a hacer alguna concesión definida. Los europeos se declaran entonces satisfechos por el esfuerzo de Estados Unidos en atender sus reivindicaciones. Es la dinámica aplicada, por ejemplo, en la retirada de tropas de Afganistán o en el acuerdo Aukus sobre submarinos nucleares. Dado el ajustado equilibrio de fuerzas en el Capitolio es impensable que Biden vaya a aceptar enmiendas a las últimas leyes industriales para congraciarse con sus socios europeos. Si acaso, según Poitiers, algún avance en las ayudas al coche eléctrico y sobre las materias primas.
En su último discurso sobre el estado de la Unión, Biden no dejó lugar a dudas: “Sé que voy a ser criticado por esto, pero no voy a excusarme por ello: cuando llevemos a cabo estos proyectos, vamos a comprar productos estadounidenses. Es totalmente coherente con las normas de comercio internacionales. Desde 1933 Buy American ha sido la norma en vigor en los contratos públicos, pero durante demasiado tiempo, las administraciones —demócratas y republicanas— han desistido de aplicarla. Eso se acabó”, anunció a los senadores y congresistas. “Esta noche además anuncio nuevos requisitos de los contratos que establecerán que todos los materiales usados en la construcción de los proyectos de infraestructuras tienen que estar hechos en Estados Unidos, desde la madera al vidrio, el yeso o el cable de la fibra óptica. ¡Todo será americano!”, declaró ante el aplauso unánime de la Cámara.
Norbert Rücker, analista del banco suizo Julius Baer, cree que “el miedo y la preocupación que han suscitado estas leyes parecen desproporcionados y fuera de la realidad económica”. Pero algunas decisiones empresariales ponen en cuestión este punto de vista.
El grupo automovilístico alemán Volkswagen, el mayor fabricante europeo de vehículos, ha frenado los planes para construir una planta de baterías en el este de Europa y trasladarla a Estados Unidos, donde estima que podría recibir unos 10.000 millones de dólares en préstamos y ayudas recogidas en la IRA. Volkswagen está a la espera de ver cuál es la reacción europea antes de tomar una decisión definitiva, pero el replanteamiento de la estrategia de producción da idea del impacto global de la legislación estadounidense. Las empresas valoran, además de los generosos subsidios, la agilidad en la tramitación de las ayudas y la gestión en los distintos niveles de la Administración en Estados Unidos, lo que contrasta con la pesada burocracia europea.
El caso de Tesla
El presidente de la consultora Eurasia Group, Ian Bremmer, contaba en una de sus notas semanales una conversación mantenida entre el canciller Scholz y el fundador de Tesla, Elon Musk, en la que el mandatario alemán le preguntaba por qué la compañía automovilística había renunciado a una subvención valorada en 1.000 millones de euros para aumentar la producción de módulos de batería en su gigafactoría de Brandeburgo (Alemania). Musk, uno de los hombres más ricos del mundo, respondió que la cantidad de tiempo y esfuerzo que exigía de sus directivos cumplir toda la normativa europea comparada con Estados Unidos era simplemente “prohibitiva”. Tesla ha trasladado esa producción a la planta de Nuevo México, que gracias al tratado de libre comercio con Estados Unidos se podrá beneficiar de las ayudas aprobadas por la IRA.
En este debate no hay una posición de empresas concretas. La industria europea ha insistido en que el problema no es tanto el volumen de las ayudas que contempla la legislación como la incertidumbre regulatoria y ha pedido a las autoridades que agilicen los plazos y las garantías sobre el resultado final de los procesos administrativos en la adjudicación de proyectos empresariales y de los fondos comunitarios.
Ante la perspectiva de una fuga notable de inversiones, y después de muchos meses de anuncios con escaso contenido, Bruselas ha aceptado que “en casos excepcionales” los Estados miembros puedan igualar las ayudas a las empresas para evitar su deslocalización, al tiempo que facilitará los trámites y ampliará los supuestos en los que se permite dar ayudas de Estado. Se trata de ampliar la regulación extraordinaria que se adoptó como respuesta a la invasión rusa de Ucrania, solo que ahora podrá hacerse en zonas que ya estuvieran contempladas como destino de ayudas o proyectos localizados en al menos tres Estados miembros. El principal problema de la UE es que no todos los países miembros disponen de la misma capacidad fiscal para subsidiar la producción y que una carrera de ayudas públicas en el seno de la UE puede provocar una enorme distorsión del mercado único que puede herir de muerte el propio proyecto europeo. De hecho, Alemania y Francia copan el 77% de las ayudas concedidas a las empresas europeas por sus respectivos países como consecuencia de la guerra en Ucrania.
“Un giro en las políticas industriales europeas es inevitable y, de hecho, necesario, pero es crítico que se haga en el ámbito europeo y no como la suma de decisiones nacionales. Es la única forma de preservar el mercado único, el principal elemento de integración europea por sus positivos efectos sobre el crecimiento y el nivel de vida. Si se va a convertir en una cuestión del espacio fiscal que tiene cada país en cada momento, el mercado único deja de existir de facto”, sostiene Erik Nielsen, asesor económico del Grupo Unicredit.
“Es desde luego la mayor amenaza”, coincide Niclas Poitiers, de Bruegel. “Si no estás en el área de influencia de alguna de las grandes economías, especialmente Alemania, difícilmente podrás beneficiarte de esa excepcionalidad a las ayudas de Estado”.
La carrera emprendida por las dos potencias globales tiene consecuencias más allá de sus fronteras. A finales de febrero, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, advertía a los ministros de Finanzas del G-20 reunidos en la ciudad india de Bengaluru que la competición emprendida por los países ricos para atraer la producción de los vehículos eléctricos amenaza con dejar fuera a las economías emergentes, con una capacidad muy limitada para responder a esas ayudas. “Las políticas fiscales deben centrarse en acelerar la transición a una economía verde más que en obtener ventajas competitivas para sus empresas”, apuntaba Georgieva.
Una posición parecida a la manifestada por la directora general de la OMC, Ngozi Okonjo-Iweala, que alertaba contra las políticas que acaben teniendo efectos indirectos negativos sobre terceros o que dejen atrás a los países sin los recursos para competir en una carrera de subvenciones. Lo hizo en el marco del Foro de Davos, donde los ministros de Comercio de 27 países, incluidos desde luego la Unión Europea y Estados Unidos, lanzaron la Coalición Comercial sobre el Clima, con el objetivo de propiciar la cooperación y evitar las fricciones comerciales en las medidas adoptadas por los distintos países para hacer frente al cambio climático. Por más que a la vista de los hechos cueste creerlo.
Más leña al fuego de la inflación
La sucesión de shocks que ha sufrido la economía global en los últimos años (desde la pandemia a la invasión rusa de Ucrania y el enfrentamiento con China) ha reducido la integración y provocado una mayor fragmentación de la economía global. “La desglobalización se está acelerando a través de una combinación de proteccionismo a la vieja usanza, una nueva relocalización comercial a países con valores compartidos y sanciones y prohibiciones con fines geoestratégicos”, aseguraba en un reciente artículo Raghuram Rajan, antiguo gobernador del Banco de la Reserva de India y ex economista jefe del FMI.
La seguridad nacional se ha convertido ahora en objetivo prioritario de las políticas económicas y comerciales, con la consiguiente relocalización de las fuentes de suministro. Esa reducción de las cadenas de valor y logísticas para evitar rupturas de la producción en el futuro tendrá consecuencias sobre los precios a medio y largo plazo, pues supone unos costes más altos que en sus actuales emplazamientos.
En este entorno, Larry Fink, fundador y presidente de BlackRock, la mayor gestora de fondos del mundo, admitía en su carta anual a los inversores de la firma que las decisiones de producción de las empresas estarán más guiadas por esa nueva necesidad de reducir su exposición a las tensiones geopolíticas que por maximizar el beneficio en forma de menores costes. “Por eso creo que la inflación va a ser persistente y que dificultará los intentos de los bancos centrales para reducirla a largo plazo. De ahí mi previsión de que la inflación se situará en torno al 3,5% y el 4% durante los próximos años”, apuntaba Fink esta semana.
Los analistas de Capital Economics consideran que si las tensiones comerciales se limitan a lo visto hasta ahora, las economías y los mercados financieros se adaptarán gradualmente al nuevo entorno. Pero si la fractura se agudiza, “ello puede provocar escasez de suministros, reiterados picos inflacionistas, subidas de los tipos de interés y un endurecimiento dramático de las condiciones financieras en todo el mundo”, subrayan. La moneda aún está en el aire.
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Economía
Unicaja corteja a los accionistas minoritarios para avalar la renovación del consejo

Unicaja no quiere dejar ningún fleco suelto de cara a la junta de accionistas que celebrará la próxima semana. La entidad malagueña está sondeando a los inversores, especialmente a los minoritarios, que controlan un 42% del capital, con el objetivo de promover su participación y que avalen la renovación del consejo.
Unicaja cuenta con Georgeson para lanzar esta ofensiva. Se trata de un asesor de voto encargado de mediar entre las empresas y sus accionistas que en las últimas semanas ha mandado una carta a los inversores para tratar de ganarse su favor. Fuentes de la entidad señalan que se trata de una práctica habitual en el banco (viene contratando a la misma empresa durante los últimos años) y en las compañías del Ibex, y su objetivo es favorecer la participación de los accionistas.

El plato fuerte de la orden del día es el nombramiento de los cuatro consejeros dominicales propuestos por la Fundación Unicaja. Con la ratificación de la junta, la Fundación culminará su golpe de mano para garantizarse el control en el máximo órgano de gobierno del banco dentro de la nueva etapa que afronta con José Manuel Domíguez al frente.
Se trata de una cuestión importante, ya que este año será clave para definir la cúpula de Unicaja. Al cumplirse dos años de la fusión con Liberbank, y de acuerdo a los pactos alcanzados con el Banco Central Europeo, el presidente, Manuel Azuaga, deberá ceder sus poderes ejecutivos antes del 31 de julio. Y el consejero delegado, Manuel Menéndez, será reevaluado por el consejo para continuar en el cargo.
La cuestión está en que el rumbo del principal accionista de la entidad –la Fundación Unicaja, que tiene un 30,23%– ha cambiado radicalmente en el último año. Su alma máter, Braulio Medel, dejó la presidencia de la entidad, pero antes de ello, se aseguró la renovación de sus cuatro consejeros en el banco: Juan Fraile, María Teresa Sáez, Petra Mateos-Aparicio y Manuel Muela.
La nueva cúpula de la Fundación, con José Manuel Domínguez a la cabeza, quiere que sus representantes en el consejo del banco estén más alineados con ellos y no con Medel. El objetivo es garantizarse que estos cuatro representantes apoyen sus postulados en las próximas votaciones que se acercan este verano y que deberán evaluar la renovación de Menéndez como primer ejecutivo.
La Fundación ha perseguido durante los últimos meses la dimisión de los cuatro consejeros propuestos por Medel y, tras lograrlo, la junta ratificará las propuestas de Juan Antonio Izaguirre, José Ramón Sánchez, Natalia Sánchez y Miguel González en su sustitución. Los accionistas también deberán validar el la renovación de Isidoro Unda Urzaiz y María Teresa Costa Campi como consejeros independientes.
El amplio poder de la Fundación Unicaja en el accionariado, que controla un tercio del capital, hace prever que los nombramientos vayan a contar con el visto bueno de la junta. Junto a los títulos de los accionistas procedentes de la antigua Unicaja, Tomás Olivo e Indumenta Pueri (los dueños de Mayoral), controlan un 40%, que con el quórum habitual para estas juntas es suficiente para dar luz verde a los nombramientos.
La Fundación necesita, sin embargo, que la oposición no sea muy alta. Se descuenta el voto en contra de la fundación asturiana, con el 6,5%, y es una incógnita la posición del hedge fund Oceanwood, procedente de Liberbank. Por ello, el papel de los minoritarios es clave en un banco con cerca de 35.000 accionistas, muchos de ellos pequeños inversores particulares, pero también grandes fondos como BlackRock, Fidelity o Vanguard.
Dada la importancia del encuentro de este año con sus accionistas, Unicaja quiere garantizarse la máxima participación y para ello, se ha servido de Georgeson. Según una carta, a la que ha tenido acceso CincoDías, el banco defiende los nombramientos por mantener el peso de los independientes del consejo, que sigue estando por encima del tercio. Reconoce, eso sí, que el movimiento reducirá el número de consejeras, por lo que se compromete a nombrar mujeres para cubrir las futuras vacantes. “Su apoyo es muy importante para nuestra compañía, en la que la cultura de la propiedad y el vínculo con los accionistas son muy importantes”, reza la carta.
Los ‘proxy advisors’, con posiciones encontradas
Nombramientos. La carta enviada por Unicaja para promover la participación en la junta de accionistas trata de vencer los recelos suscitados entre los asesores de voto de los fondos, los proxy advisors. El español Corporance es el más beligerante y pide votar en contra de los nombramientos de los cuatro consejeros propuestos por la Fundación Unicaja. “El nivel de independencia del consejo del 40% es inferior a nuestro mínimo recomendado del 50%. Además, nos preocupa que un solo accionista tenga el control de un tercio del consejo, lo que deja al resto de los accionistas infrarrepresentados. Por lo tanto, recomendamos votar en contra”, señala en un documento la entidad asesora de voto. Por su parte, la firma Glass Lewis advierte de “los cambios significativos” en el consejo a lo largo del úlitmo año, pero concluye que tras analizar a los candidatos propuestos, “no hay problemas sustanciales que deban preocupar a los accionistas”. Por ello pide votar a favor de los cuatro.
Gestión del consejo. Por otro lado, Corporance también pide votar en contra del informe de gestión, uno de los puntos habituales de las juntas, “teniendo en cuenta las dimisiones y sustituciones en el consejo en los últimos años tras la fusión con Liberbank, así como la incertidumbre sobre su composición”.
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Economía
Banca y fondos piden incluir en la ley de vivienda la cesión de 25.000 alquileres sociales

Los grandes propietarios residenciales quieren que su propuesta de cesión de entre 20.000 y 25.000 casas para alquiler social se incluya en la ley de vivienda que el Congreso tendría que refrendar antes de que finalice la legislatura. El Gobierno de Pedro Sánchez fue el que habló el pasado año de que estos fondos y bancos deberían traspasar alrededor de 30.000 viviendas, pero las partes no han avanzado en las negociaciones a pesar de que el sector privado hizo llegar su plan al Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana (Mitma) hace unos meses.
Entre los fondos y bancos que estarían dispuestos a sumarse a esa iniciativa se encuentran Blackstone, Lone Star, Cerberus, Santander, Caixabank, BBVA y Sabadell, que son las entidades privadas con más viviendas disponibles, en su mayor parte procedentes de adjudicados bancarios, según explican las fuentes consultadas.
Los grandes propietarios quieren una garantía estatal para ceder esas viviendas, aunque los subarriendos recaerían en comunidades autónomas (que tienen las competencias de vivienda) y ayuntamientos de grandes urbes. Por eso, para obtener garantía de cobro a largo plazo, insisten en que se incluya en la ley de vivienda, probablemente como una disposición adicional. El mecanismo consistiría en concursos en los que los grandes propietarios pondrían a disposición, cada uno de ellos, un número de viviendas para familias vulnerables a 25 años.
La clave para estas entidades es que el acuerdo se centralice por parte del Gobierno y las rentas de alquileres a 25 años estén garantizadas como deuda del Estado.
Esa cifra supone alrededor de 2.300 millones de euros como deuda para Hacienda, un cálculo que proviene de un coste de 90 millones aproximadamente en alquileres durante 25 años. Aunque, en realidad, ese gasto para las Administraciones podría ser mucho menor, ya que quien paga las rentas son las familias que disfruten del alquiler social. Ese aval estatal serviría en caso de morosidad.
Esa disposición en la ley de vivienda también debería incluir, según la propuesta, el derecho de subarriendo para comunidades autónomas e incluso ayuntamientos de grandes urbes. Cada administración, de esa forma, podría definir qué población considera vulnerable para beneficiarse de estos arrendamientos.
Respecto a los precios, la propuesta incide en ceder esas residencias a una renta que se sitúe un 20% por debajo del Índice de Alquiler de Vivienda del Mitma, lo que según estos propietarios supone una rebaja de entre un 30% y un 40% por debajo del precio de mercado en zonas tensionadas.
Los beneficiarios serán los hogares que cada administración considere, incluso familias que hayan okupado esos pisos y estén dentro de los parámetros de vulnerabilidad. Por eso, estos propietarios ofrecen un reset o comenzar de cero con esas tomas ilegales de vivienda, legalizando esas situaciones.
Pero, a cambio, y para evitar un efecto llamada, exigen al Gobierno que en paralelo endurezcan las penas para el delito de usurpación u okupación, ya que estos grandes propietarios están especialmente perjudicados por esta situación en Cataluña.
La propuesta ha sido presentada al Ejecutivo por Asval (Asociación de propietarios de viviendas en alquiler), que preside el exministro socialista Joan Clos. Concretamente, el conocedor del plan es David Lucas, secretario de Estado del Mitma, quien hasta febrero era director general de Vivienda.
El mayor problema del Ejecutivo para llegar a un acuerdo es el socio de coalición Unidas Podemos, reacio a esta negociación. Aunque el Gobierno progresista podría vender electoralmente que ha conseguido doblegar a banca y fondos con la cesión de esas casi 30.000 viviendas.
No es el único escollo. La nueva norma es un compromiso político que se ha atragantado a los socios de coalición. El Consejo de Ministros dio luz verde en febrero del año pasado a esta Ley Estatal por el Derecho a la Vivienda. Actualmente, está inmersa en la negociación en el Congreso a la espera de que el Gobierno y sus socios pacten enmiendas.
En 2021, el Ejecutivo aumentó de 20.000 a 100.000 unidades el objetivo de crear un parque público de vivienda asequible. Actualmente, el Mitma trabaja con la Entidad Pública Empresarial de Suelo (Sepes) en desarrollar parcelas para 17.000 casas y con Sareb (Sociedad de Gestión de Activos Procedentes de la Reestructuración Bancaria) en la cesión de viviendas sociales.
Los grandes propietarios ya anunciaron el pasado año que estaban dispuestos a ceder esas 30.000 casas reclamadas por el Gobierno. El número de 25.000 obedece ahora a que estas empresas han ido reduciendo sus carteras en los últimos meses a través de ventas.
Las claves de la propuesta
Ley. Los grandes propietarios reclaman centralizar la negociación con el Gobierno (aunque las competencias sean autonómicas) y que la cesión se incluya en la nueva ley de vivienda.
Aval. Solicitan que las rentas estén garantizadas por el Estado, bien podría ser el Tesoro Público, a 25 años. La cifra supone alrededor de 2.300 millones, que debería computarse como deuda del Estado a largo plazo.
Precios. Las rentas serán abonadas por las familias vulnerables beneficiarias de las casas. El importe estará un 20% por debajo del Índice de Precios de Alquiler del Mitma.
Concurso. Cada gran propietario interesado debería presentar su plica con el número de viviendas a ceder. Estas casas proceden de adjudicados bancarios, que permanecen en manos de la banca o han sido compradas por fondos en grandes carteras inmobiliarias.
Administración. El derecho de subarriendo corresponde a las autonomías, encargadas de fijar los requisitos que deben cumplir los beneficiarios.
Okupación. Los actuales okupas que cumplan esos requisitos podrían beneficiarse del alquiler social, a cambio de que el Gobierno endurezca este delito.
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Economía
Quién empeña joyas en España: mujer, mayor de 50 años y a cambio de 690 euros

Los principales Montes de Piedad de España registraron durante el año pasado cerca de 220.000 operaciones concedidas y renovadas por un saldo conjunto de unos 150 millones de euros, un crecimiento anual del 2%. Según los datos presentados ayer por la Asociación Española de Montes de Piedad, Presea, estos empeños correspondieron a unos 100.000 clientes, con un perfil de consumidor muy marcado.
La radiografía que ofrece la asociación que reúne a entidades como Fundación Ibercaja, Fundación Unicaja o Montecredit explica que las mujeres recuperaron terreno en el uso del préstamo prendario de joyas, siendo el 68% de los clientes (siete puntos porcentuales más que un ejercicio antes). Presea achaca este aumento a “una mayor vinculación” de las mujeres con “la gestión y las prioridades domésticas, habida cuenta de los aumentos de precios al consumo”.
Por edades, según desprende la radiografía, el 37% de los consumidores oscilaba entre los 51 y los 65 años, mientras que otro 24% superaba los 66 años de edad. Menos de un 10% de los clientes tenía menos de 35 años.
Por importe, la mayor parte de los empeños (40%) se movió entre los 600 y los 1.500 euros, seguido de aquellos que oscilaron entre los 300 y los 600 euros (23%). Un 16% estuvo entre los 1.500 y los 3.000 euros y otro 15% no llegó a los 300 euros. Tan solo el 6% de los empeños superaron los 3.000 euros de saldo.
El importe promedio por préstamo, añade la asociación, ascendió a 690 euros, con un incremento del 3% en comparación con el importe promedio de 668 euros por operación registrado en 2021. En un año en el que el crédito al consumo ha mostrado “cierta atonía”, estos aumentos de saldo y, en proporción, de importe promedio por préstamo “obedecen en gran medida al crecimiento de la demanda de oro a nivel mundial”, que avanzó un 18% en 2022 hasta llegar a las 4.741 toneladas (la cifra más alta en más de una década).
Los resultados de explotación obtenidos por los Montes de Piedad asociados son un “claro reflejo de la atonía económica que ha caracterizado al año 2022 en España”. Así, y considerando que la actividad prendaria es procíclica con los créditos al consumo, y no anticíclica, el sector “se ha comportado como cabría prever, siguiendo la estela de los préstamos al consumo”.
Los Montes de Piedad concedieron casi 70.000 nuevos préstamos. En comparación con los 71.000 de 2021 supone una reducción del 2%, muy inferior a la registrada en el ejercicio precedente. Entonces, la caída ahondó hasta el 13%, acusada sobremanera por el crecimiento del ahorro de los hogares.
Recuperación
Lo más habitual, explica la asociación, es que la duración de los empeños sea de 12 meses prorrogables por plazos equivalentes. Una vez cancelado el préstamo mediante el abono del capital y de los intereses correspondientes, el prestatario recupera sus joyas al instante.
Las que no son recuperadas terminan en subasta pública. Cuando la deuda queda saldada con el importe de la adjudicación correspondiente, cualquier beneficio a mayores queda a disposición del cliente. N onstante, este escenario es muy poco habitual, ya que el 97% de las joyas empeñadas son recuperadas.
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