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Parcialidad de la Abogacía del Estado

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Las sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) son cada vez más relevantes para la elevación de los derechos de los europeos en general y muy especialmente para los españoles. Las resoluciones del tribunal europeo han obligado a modificar decisivas leyes españolas y la doctrina del Tribunal Supremo en materias tan relevantes como el derecho a la vivienda y el de los consumidores en general.

El sistema judicial establecido en Europa es muy dinámico. La necesidad de encontrar soluciones que sean válidas para 27 países con tradiciones jurídicas muy distintas exige una actualización y modernización continua del derecho de cada Estado miembro. Cuando un tribunal nacional tiene dudas sobre si la legislación de su país es compatible con la europea, pregunta al TJUE cuyas respuestas deberá aplicar obligatoriamente dada la primacía del derecho comunitario desde 1964 aceptada por todos los Estados.

Determinadas sentencias del TJUE han adquirido notoria relevancia en España como las relacionadas con las ejecuciones hipotecarias (desahucios) y las cláusulas suelo. Los juicios celebrados en Luxemburgo sobre estos asuntos han confrontado nítidamente los intereses de los bancos con los de los ciudadanos. Lo realmente sorprendente en estos juicios es el papel desempeñado por los Abogados del Estado, cuyos argumentos desarrollados en las Observaciones del Reino de España, sistemáticamente han coincidido con los intereses de los bancos. Para este cuerpo de élite de la administración defender al Estado significa defender a los bancos.

En 2013, el TJUE puso al descubierto en el caso Aziz que la legislación española en materia hipotecaria era contraria a la europea. La sentencia del tribunal europeo dejó constancia de que los argumentos de Caixa Catalunya eran los mismos que los del Reino de España.

Tres años después en el caso de las cláusulas suelo, el Tribunal de Justicia resolvió que no se podía limitar en el tiempo la restitución del dinero cobrado indebidamente por los bancos a los hipotecados. La resolución obligó al Supremo a rectificar su doctrina que había sentenciado en contra de la retroactividad total porque “generaría el riesgo de trastornos graves con trascendencia al orden público económico”. Riesgos que habían coincidido en señalar los bancos BBVA y Popular y la Abogacía del Estado.

Las mismas coincidencias se observaron en posteriores litigios. Ahora el asunto de las hipotecas con IRPH, un asunto que afecta a cientos de miles de hogares, ha ido por cuarta vez al TJUE. Una vez más el Abogado del Estado ha encontrado argumentos en contra de los consumidores que favorecen a los bancos.

Es inquietante que en todos estos casos la Comisión Europea se haya pronunciado con contundencia a favor de los consumidores, mientras la Abogacía del Estado lo hacía en sentido contrario. Es evidente que España tiene un problema grave con determinados juristas que frenan el desarrollo del país. Los inmovilistas deberían asumir que fuera de Europa no tienen futuro. Y este país es mayoritariamente europeísta.

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Economía

El BCE arrastra los pies

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Christine Lagarde, presidenta del BCE, y el vicepresidente del supervisor, Luis de Guindos.picture alliance (dpa/picture alliance via Getty I)

Desde el domingo 12 en que EE UU liquidó el Silicon Valley Bank, el BCE arrastró los pies. Y algo menos desde el 16, al prometer el banco nacional helvético un salvavidas al Credit Suisse.

Pero en modo trémulo y dividido. No ha sido el peor de los bancos centrales. El norteamericano y el suizo han practicado “resoluciones bancarias” saltándose las reglas de imputación en cascada de responsabilidad: uno desbordó el límite de 250.000 dólares para proteger depósitos: los salvó a todos. El otro primó a los accionistas sobre los bonistas. Un sobresalto vecino al modelo Rajoy-Guindos de 2012: que los preferentistas pagasen la crisis que no debía costarnos ni un euro.

Solo el lunes 20, la presidenta Christine Lagarde se explayó en más rotundas promesas de garantías contra los desplomes bancarios ante el Parlamento Europeo.

Pero con hándicaps. El primero, asegurando —como el día 16, en que subió, impasible, los tipos de interés (al 3% el más transmisor, la facilidad de depósito)— que no había “solución de compromiso” (trade-off) entre estabilidad de precios y estabilidad financiera. O sea, que aquellos pueden seguir subiendo sin que afecten, o tambaleen, a los bancos.

Exactamente lo contrario de lo constatado: el Silicon quebró por su mala gestión, pero que afloró cuando los tipos subieron y sus rendimientos en deuda bajaron. Opacar lo evidente (el BCE dicta la política monetaria y también es guardián/supervisor de la solvencia bancaria) es mala guía. Como cuando en la pandemia activó un conato de crisis al aseverar que las primas de riesgo no eran competencia suya (¡!).

Segundo, ese día 16 fue poco rotunda en garantizar (sin aportar datos) que no caerían bancos. ¿Porque esperaba a que Suiza pagase los platos rotos del Credit, legendaria entidad que financió a los nazis y refugió capitales judíos? (¡toma trade-off!).

¿O por su división interna? Mientras la doctrina oficial, dispensada en una extraña y sospechosa sordina (hasta la coordinación con los otros bancos centrales el domingo 19), consistía en ensalzar en tono menor la solvencia de los bancos de la eurozona, el vicepresidente Luis Guindos cabalgaba como verso suelto.

Así, confesó el día 14 al Ecofin —o sea, al ancho mundo— que algunos bancos europeos exhibirían fragilidad al alza de tipos; que la caída de confianza podría contagiarse, y que no debían descartarse desplomes. Todo obvio en un cronista. Quizá más insólito en un banquero central. Pero a lo que se ve no en su vicepresidente, que ya el 6 de enero de 2012 explosionó en público la crisis financiera española anunciando un agujero de 50.000 millones.

Tercero, el BCE exageró su timidez. Debió haber criticado claramente las violaciones a las normas de sus colegas: porque crean y exportan inseguridad jurídica.

Y más en el caso del Credit Suisse, banco de país tercero, sí, pero más interpenetrado con sus colegas alemanes que los de la eurozona (digamos finlandeses con portugueses) entre sí. Y no solo por la historia, ni por la operativa de refugio patrimonial gris, sino por la desgobernanza y las implicaciones gemelas con entidades como el Deustche Bank , en todos los escándalos (hipotecas subprime, multas por violar sanciones, evasión fiscal…). Hasta su jefe, el locuaz juerguista Josef Ackermann, que celebraba sus aniversarios en la cancillería cedida por frau Merkel, era… suizo-alemán. Así que esa banca helvética es un riesgo objetivo para la eurozona.

Y cuarto, no basta urgir al Consejo Europeo a que configure ya el Fondo de Garantía de Depósitos común (más allá de los nacionales), tercera pata, pendiente desde hace 11 años, de la unión bancaria. ¿Por qué no presentó al instante un memorándum de propuestas, superador (es factible) de las fricciones entre gobiernos? La obsesión halcona por los tipos de interés —o las alzas salariales como (indemostrado) factor inflacionario— deja poco espacio a proyectos de vanguardia.

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España recurre a América Latina para cubrir el hueco de Rusia en el mercado petrolero

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El último cargamento de crudo ruso llegó a las costas españolas hace casi un año: el 15 de abril de 2022. Lo hizo al puerto de Cartagena, a bordo del petrolero Minerva Eleonora, un buque de más de 240 metros de eslora y bandera liberiana. Desde entonces, no ha llegado ni una sola gota más de petróleo de los Urales, sujeto a sanciones y que la guerra ha convertido en tóxico a lo largo y ancho de Occidente. Ante la tesitura, los importadores españoles —una potencia refinera a escala europea, exportadora neta de carburantes— han tenido que activar otros resortes para traer de otros países una cantidad no menor de crudo: unos 150.000 barriles diarios, alrededor del 13% del consumo total español.

En esa búsqueda de proveedores alternativos, una gran figura emerge por encima del resto: América Latina. Tras varios años de relativa atonía en las importaciones de crudo, las llegadas desde el bloque se han disparado, con Brasil a la cabeza. Entre mayo del año pasado —el primer mes sin llegadas de crudo ruso a los puertos españoles— y diciembre llegaron a España más de 12,7 millones de toneladas de petróleo desde la enorme franja de tierra que va del río Bravo a Ushuaia. Es la mayor cifra de siempre, un 60% más que un año antes y un tercio más que en 2019, el último ejercicio antes de la pandemia, según los datos de la Corporación estatal de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos (Cores).

“En febrero de 2022, el último mes ‘normal’ antes de la guerra, era difícil encontrar países de América Latina entre los mayores proveedores españoles de crudo: prácticamente todo venía Kazajistán, Estados Unidos, Nigeria, Arabia Saudí o Libia”, recuerda Viktor Katona, analista líder de petróleo de la consultora Kpler. En un año, esa foto fija ha mutado por completo: “En febrero, Brasil ha pasado a ocupar el primer lugar y México el segundo”. No es ninguna coincidencia: en lo que va de marzo, la tabla de importaciones arroja una imagen similar, con las dos mayores potencias latinoamericanas en cabeza.

Como en el caso del gas —aunque en mucha menor medida—, a España también está llegando más crudo desde Estados Unidos. “Su petróleo, sin embargo, es muy liviano y no es el sustituto perfecto ideal del ruso”, apunta Jorge León, vicepresidente sénior de la firma de análisis energético Rystad. “Pero, efectivamente, lo más significativo es el aumento en las llegadas de crudo latinoamericano, sobre todo desde Brasil, que se ha convertido en el primer suministrador español en este inicio de 2023″. En parte, según la expresidenta de Citgo Luisa Palacios, porque la producción brasileña que antes iba a China ha acabado en el Viejo Continente tras ser expulsado del gigante asiático por el crudo ruso, al que el Kremlin ha tenido que aplicar fuertes descuentos.

En estas circunstancias, la mayor llegada de crudo brasileño —en detrimento del ruso— está permitiendo, según Katona, reducir el consumo de gas natural en las refinerías españolas. ¿La razón? Al tener menos azufre, requiere menos hidrógeno en el proceso de destilado. Y el hidrógeno sigue generándose, mayoritariamente, con gas natural. “Ha sido de gran ayuda”, sintetiza el analista de Kpler.

Pese a los miles de millas náuticas de océano Pacífico que separan Rusia de las principales potencias petroleras latinoamericanas, el tipo de crudo que ponen en el mercado es —por lo general— muy similar: pesado, ideal para la producción de los llamados destilados medios, como el diésel o el queroseno de aviación. Solo algunos países de Asia Central —como Azerbaiyán— pueden aportar un tipo de petróleo similar.

La “recalibración estratégica” de España hacia América Latina —en palabras de Katona— se ve sustentada, además, por la reanudación de los flujos desde Venezuela: la semana pasada, sin ir más lejos, Kpler registró la llegada de sendos cargamentos de crudo de ese país a los puertos de Cartagena y de Tarragona. Colombia e incluso Ecuador —este último, desaparecido durante años de la tabla de importaciones energéticas españolas—, también están volviendo a vender cantidades sustanciales a España. Y otros dos países sudamericanos —aunque no latinos—, Guyana y Trinidad y Tobago, se han convertido en proveedores de cierta relevancia.

Las ocho refinerías activas en España —uno de los pocos exportadores netos de carburantes del Viejo Continente— son lo más parecido a una navaja suiza: sirven para procesar todo tipo de crudos: ligeros o pesados; ácido o dulce (en función de la cantidad de azufre que contiene)… Esa versatilidad no solo es un atributo muy positivo en estos tiempos, en los que la seguridad de suministro ha pasado a primera línea de preocupaciones, sino que permite traer petróleo desde prácticamente cualquier productor del planeta.

“Este mayor grado de intercambio es bueno para España y bueno para América Latina. Las dos partes salen ganando”, resume León, de Rystad. Palacios, hoy profesora del Centro de Política Energética Global de la Universidad Columbia, en cambio, toma el movimiento con un grano de sal: “Es cierto que es una oportunidad para Latinoamérica, pero hay que ponerlo en perspectiva: la cantidad no es mucha y su mayor cliente sigue y seguirá siendo EE UU”. Y es que, aunque la producción petrolera de Brasil y de Guyana —los países que mejor están aprovechando la ocasión— ha crecido con fuerza en los últimos tiempos, esta no lo ha hecho en el conjunto de la región. “Los petroleros tradicionales de la región han sufrido y siguen sufriendo un gran declive”, recuerda al otro lado del teléfono.

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¿Hasta qué punto es grave el lío de los bancos?

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Estoy de vacaciones e intento pasar unas semanas sin pensar en lo de siempre, pero al final no puedo mantenerme al margen del debate sobre la repentina oleada de crisis bancarias y su efecto en las perspectivas económicas. Como todo el mundo sabe, el Silicon Valley Bank (SVB) ha sido intervenido por la Corporación Federal de Seguros de Depósitos tras enfrentarse a un clásico caso de pánico bancario. Pronto lo siguió el Signature Bank, y el First Republic Bank está sometido a fuertes presiones. Las autoridades suizas han organizado la absorción de Credit Suisse, uno de los principales bancos, por parte de su rival UBS. Y todo el mundo se pregunta qué otras minas terrestres están a punto de estallar.

Va a haber muchas indagaciones sobre por qué estos bancos se han metido en semejante lío y cómo han conseguido hacerlo. En el caso del SVB, parece que los reguladores sabían desde hacía tiempo que se trataba de un caso problemático, pero por alguna razón no lo frenaron o no pudieron hacerlo. Sin embargo, las cuestiones más acuciantes tienen que ver con el futuro. ¿Hasta qué punto el desastre bancario cambia las condiciones de la economía? ¿En qué medida debería cambiar la política económica? Algunos analistas lanzan advertencias apocalípticas sobre la hiperinflación y el colapso inminente del dólar. Pero, casi con toda seguridad, esto es lo contrario de la verdad. Cuando los depositantes retiran su dinero de los bancos, el efecto es desinflacionario, incluso deflacionario. Eso fue, desde luego, lo que ocurrió en los primeros años de la Gran Depresión.

La crisis de ahorros y préstamos de la década de 1980 no alcanzó el nivel del crac de 1929, en gran medida porque, por lo general, los depositantes estaban asegurados, de manera que se les reembolsó la totalidad de sus fondos (a enorme costa de los contribuyentes) a pesar de las grandísimas pérdidas del sector. Aun así, la crisis posiblemente frenó los préstamos a las empresas, especialmente en el sector inmobiliario comercial, lo cual contribuyó a la recesión de 1990-1991. Y la crisis financiera de 2008 también fue desinflacionaria y contribuyó a provocar la peor recesión económica desde la Gran Depresión.

¿En qué se diferencia de ellas el caos actual? No cabe duda de que supondrá un lastre para la economía. Pero, ¿de qué magnitud? ¿Y en qué medida debería cambiar la política económica, en particular las decisiones de la Reserva Federal sobre los tipos de interés? La respuesta es sencilla: nadie lo sabe. Esto es lo que sí sabemos: no parece que los depositantes estén pidiendo dinero en efectivo y guardándolo debajo del colchón. Sin embargo, sí que están transfiriendo fondos de los bancos pequeños y medianos, en parte a bancos grandes, y en parte a fondos del mercado monetario.

Es probable que ambos tipos de entidades concedan menos préstamos a las empresas que los bancos pequeños que ahora están bajo presión. Los grandes bancos están sometidos a una regulación más estricta que los pequeños, ya que se les exige que dispongan de más capital (exceso de activos sobre pasivos) y de más liquidez (una proporción más alta de sus activos dedicada a inversiones que puedan convertirse fácilmente en dinero contante y sonante). Los fondos del mercado monetario también tienen que cumplir unos requisitos de liquidez bastante severos. Si añadimos la probabilidad de que incluso los bancos que no han sufrido una retirada masiva de depósitos se vuelvan mucho más cautelosos, es probable que nos encontremos ante una grave reducción del crédito. De hecho, las turbulencias bancarias tendrán un efecto muy parecido a una subida de tipos de interés.

Hace un par de semanas escribí que la Reserva Federal navega a través de una densa niebla de datos, tratando de atravesar el estrecho entre Escila, el monstruo de la inflación, si se queda corta apretando, y Caribdis, el monstruo de la recesión, si se excede (o tal vez sea al revés; las aportaciones de los expertos en Homero son bienvenidas). Pues bien, la niebla se ha vuelto aún más espesa. Pero está claro que el riesgo de recesión ha aumentado y el de inflación ha disminuido, así que tiene sentido que la Reserva Federal vire un poco a la izquierda.

Probablemente lo que esto signifique en la práctica sea que la Reserva debería suspender sus subidas de tipos hasta que se despejen algo más el panorama de la inflación y los efectos del lío bancario, y debería dejar claro que eso es lo que está haciendo. No parece existir mucho peligro de que el banco central de Estados Unidos pierda su credibilidad en la lucha contra la inflación si se da un tiempo para orientarse. Las previsiones de inflación parecen muy bien ancladas. ¿Debería la institución ir más allá y rebajar los tipos? Aunque por lo general soy una paloma monetaria, yo no pediría una rebaja real, al menos no de momento. Entre otras cosas, eso podría transmitir una sensación de pánico.

Y aunque la oleada de problemas bancarios ha conmocionado a casi todo el mundo, el pánico no parece la respuesta adecuada.

Por otro lado, que la Reserva Federal siga con las subidas de tipos precisamente ahora podría enviar la señal contraria: una sensación de desorientación. Parece que es el momento de decir: no actúen por actuar; quédense quietos. Por si sirve de algo, la verdad es que me tranquiliza un poco la forma en que los responsables políticos están respondiendo a la actual oleada de problemas bancarios. Algunos de nosotros recordamos los amargos debates de 2008-2009 sobre cómo estabilizar el sistema financiero. Las instituciones con problemas eran complejas y opacas, y nadie en el poder parecía dispuesto a intervenirlas para poder rescatarlas sin rescatar también a los accionistas. Esta vez estamos hablando de bancos convencionales que pueden ser y han sido intervenidos, protegiendo a los depositantes sin que los accionistas se vayan de rositas.

La conclusión es que, de momento, esto no parece una crisis financiera en toda regla. Pero permanezcan atentos.

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