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Misión: vaciar el gran almacén que abastece a Barcelona antes de que su agua se eche a perder

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A medio camino entre Barcelona y los Pirineos un campanario emergió de un pantano el pasado verano. Los restos pertenecían a San Román de Sau, un diminuto municipio con restos de estilo románico que tras la construcción de una presa en 1962 fue sepultado para, teóricamente, no volver jamás. Pero volvió. Sus ruinas enfangadas atraen desde hace meses a curiosos que fotografían una estampa ya convertida en tétrica alegoría de la emergencia climática que seca Cataluña desde hace más de dos años. Tan vacío que está el embalse de Sau, uno de los principales que abastece a Barcelona, que existe el peligro de que la poca agua que aún resiste se eche a perder entre peces muertos y fango. Para evitarlo, el Gobierno catalán inició esta semana una operación contra reloj para vaciarlo en un mes con el fin de aprovechar al máximo las reservas. El pantano muere y, aparte de ruinas arquitectónicas, de sus profundidades también emerge el fantasma de la mayor sequía del siglo.

Desde los Pirineos hasta las desembocaduras de los ríos, la ausencia de agua toma forma en el Mediterráneo y tambalea infraestructuras faraónicas. La Generalitat dio por insalvable el pantano de Sau a principios de marzo y anunció la decisión de trasvasar su agua al vecino embalse de Susqueda. El agua de la instalación, levantada por esa España de la dictadura que llenaba el país de pantanos a ritmo del No-Do, languidece como nunca: está al 10% de su capacidad, cuando la media de la década en esta época del año es del 69%.

El campanario emergido en el pantano de Sau.
Gianluca Battista

En total, está en juego un volumen con el que abastecer a un millón de personas durante tres meses en plena declaración del estado de emergencia por la sequía, que ya supone limitaciones domésticas, agrícolas e industriales a seis millones de catalanes. Los cortes de suministro para verano en Barcelona empiezan a vislumbrarse como una seria posibilidad si el cielo sigue vacío de nubes, alerta la propia Generalitat. La falta de lluvias es la más extensa (30 meses) desde que se empezaron a recabar datos, en 1905.

La sala de máquinas de la represa trabaja a todo ritmo para sacar 500 millones de litros al día. Una enorme boca manda el agua a presión hacia el río Ter, que la lleva al vecino embalse de Susqueda, de mayor capacidad. El ruido del agua escupida desde el tubo es ensordecedor. “Que llueva de una vez”, pide un grupo de ciclistas de montaña que hace un descanso sobre la gran frontera de piedra que interrumpe el cauce natural del río. Mientras, al otro lado de la presa, el nivel de líquido desciende y la tonalidad verde por la falta de renovación del agua se extiende a lo largo de 17 kilómetros. Tras serpentear una carretera rodeada de hojarasca y árboles desnudos, las ruinas del antiguo pueblo se avistan en uno de los márgenes antes sumergidos. Es una de las esquinas del embalse y cada vez está más muerta.

El paisaje se asemeja más al de un desierto que al de una zona de agua. Las plantas mueren sobre la tierra agrietada y lo verde escasea. Varias decenas de curiosos transitan los márgenes haciendo caminos hasta las ruinas. Que sea entre semana no ha evitado que un parking más pensado para el verano se llene. Es un reflejo del “turismo de sequía”, tal y como lo ha bautizado el alcalde del cercano municipio de Vilanova de Sau (Barcelona), Joan Riera, entre críticas a la Generalitat por supuesta dejadez en la zona.

Eugenia Remendo, vecina de Barcelona y jubilada, es una de las curiosas que, móvil en mano, se paseaban el miércoles por los restos arquitectónicos. “La última vez que vine, el año pasado, solo veía cómo la punta del campanario sobresalía un poco del agua, pero ahora mira cómo está. Impresiona verlo así. Entero. Y preocupa. A ver si llueve…”, dice Remendo apoyada sobre un murete de piedra emergido. La mujer se sitúa a una veintena de metros una vez cruzado el campanario (que está vallado para que nadie pueda entrar) y ya muy adentro del embalse, en una zona hasta ahora nunca destapada.

Un pesquero faena frente a las ruinas emergidas. 

Foto: Gianluca Battista
Un pesquero faena frente a las ruinas emergidas.

Foto: Gianluca BattistaGianluca Battista

Hay varios kayaks posados sobre la tierra, todavía amarrados a un embarcadero que en condiciones normales debería flotar. Una pasarela de madera dirige a un pequeño club náutico donde las embarcaciones se acumulan ahora bajo lonas de plástico.

Especies exóticas

Donde aún resiste el agua, una pequeña embarcación pesquera recoge redes cargadas de pescado. Es uno de los barcos que el Govern bajó en grúa desde la presa y con los que calcula poder capturar hasta seis toneladas de peces en el menor tiempo posible. Cualquier tipo de técnica vale, incluida la pesca eléctrica en las recónditas zonas más estrechas del pantano. De las 10 especies que habitan las aguas, nueve son exóticas, introducidas por la acción humana y que durante años han trastocado por completo el ecosistema hasta afectar a las algas, los sedimentos, el zooplancton… Una falla ecológica en cadena que convirtió a la instalación en una gigantesca sopa boba de especies de la que solo se han aprovechado los pescadores furtivos.

Vistas desde el Hotel Parador de Sau, con el pantano casi vacío al fondo.
Vistas desde el Hotel Parador de Sau, con el pantano casi vacío al fondo.

Gianluca Battista

En paralelo al drenaje y a la pesca, técnicos desplazados a la zona están analizando a diario la calidad del agua. Serán ellos quienes decidan hasta qué día se puede seguir descargando Sau. Lo marcarán los niveles de calidad del agua. Cuando empeoren, se terminará el desvío. El objetivo es sacar el máximo posible durante el máximo de días. Fuentes de la Agencia Catalana del Agua (ACA) creen que los trabajos podrán extenderse más de un mes.

La sequía ha destapado ruinas, pero también basuras. Una decena de trabajadores del hotel Parador, un alojamiento de cuatro estrellas con vistas privilegiadas del pantano, realizaban el miércoles un voluntariado para recoger los desechos emergidos. En hora y media recolectaron 76 kilos de plástico y 16 de vidrio. Entre los desechos, mascarillas, y botellas. Pero también una cucharita, con el logo de la mascota Cobi de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, que brillaba entre un lodazal cada vez más extenso.

Las invasoras toman Sau

¿Otros pantanos de Cataluña corren el mismo peligro que Sau? “El problema con Sau son los peces invasores y su afectación a la calidad de las aguas. No ocurre tanto en otros embalses como Baells, Llosa de Cavalls o Sant Ponç, donde no hay tantos problemas con los sedimientos”, responde el catedrático emérito en Ecología de la Universidad de Barcelona (UB) Narcis Prat. El ecólogo dice que cuando las lluvias vuelvan el embalse no tendría porque padecer grandes problemas ecológicos tras llenarse de nuevo, aunque confía en que esta vez sí las invasoras se mantengan a raya en la instalación. Ya en la anterior grave sequía, la de 2008, el Govern se vio forzado a retirar peces en este pantano para evitar una afectación a sus aguas. En 2019 y con las reservas llenas, la Generalitat también realizó otra saca de invasoras.

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Los vecinos evacuados por el incendio de Castellón regresan a sus pueblos tras una semana fuera: “Por fin estamos en casa”

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Este domingo, Paco, el panadero de Montán, volverá a cocer barras, hogazas y panecillos después de nueve días sin hacerlo. De su horno de leña saldrán también las pastas y roscas que, hasta que comenzó el incendio en el interior de Castellón, ponía a la venta en el pequeño establecimiento de este pueblo de apenas 350 habitantes. A Paco se le quiebra la voz. No ha perdido nada, pero también se le nublan los ojos con el recuerdo, en casa de su hijo, donde ha pasado ocho noches y a más de 75 kilómetros de su panadería, de la imagen de las llamas a apenas 50 metros de las viviendas. “No le deseo a nadie esa impotencia”, acierta a decir. El panadero de Montán es una de las 1.300 personas que la semana pasada tuvieron que abandonar sus casas acechadas por las llamas que han arrasado 4.700 hectáreas de alto valor ecológico en Castellón. Desde el viernes, todos han ido volviendo a sus hogares, pero al horno de leña de Paco no le ha dado tiempo a calentarse lo suficiente “como para que las cosas salgan en condiciones”, afirma. En Montán no se puede beber agua del grifo y el suministro de luz es posible gracias a unos generadores pero, “por fin estamos en casa”, dice y respira.

Montán y Montanejos son los dos pueblos más habitados de los seis que tuvieron que ser evacuados a causa del fuego iniciado en Villanueva de Viver el jueves 23 de marzo. Este sábado, una cierta normalidad volvía a sus calles. A partir de la primera curva del kilómetro 16 de la carretera CV195, que une ambos municipios y que solo está transitable para vecinos, el verde se torna plomizo y, aunque no todo el monte se ha quemado, las calvas negras entre los bosques de pinos pintan un escenario triste. Es la misma tristeza que sienten los vecinos de estos dos municipios cuando miran alrededor y, sin contradicciones, se alegran de que las llamas no llegaran a las casas y no hayan provocado ningún daño personal. En Montán aún cae algo de ceniza. Apenas huele a humo. Y todavía se oye, de vez en cuando, un helicóptero o uno de los hidroaviones que aún trabajan para dar el fuego que, durante la mañana de este sábado, ha registrado varias reproducciones.

Sofía Martín sacó, en la noche del viernes, un remolque de jamón de york, yogures, carne, otros fiambres y embutido de la carnicería de Montán. Todo para tirar. El corte del suministro eléctrico ha obligado a vaciar las neveras, aunque lo de los congeladores ha aguantado. “Aún no se han cuantificado las pérdidas, supongo que mi jefe lo tendrá que hablar con el seguro”, indica. La vuelta a la normalidad pasa por recoger garrafas de agua, ya que los vecinos esperan a unos segundos análisis que certifiquen que se puede consumir sin ningún peligro. Por eso, en el bar Casa Amparo han hecho café en una cafetera doméstica y lo han guardado en un termo para poder servir a las seis mujeres que, todos los días, se reúnen a las 12 en la plaza del pueblo. Ese café al sol es una muestra de la inminente normalidad.

Las vecinas de Montán han vuelto a tomar café en la plaza del pueblo.María Fabrá

La plaza de Montanejos está mucho más concurrida que la de Montán. No en vano son tres las terrazas que se despliegan sobre los adoquines. “Todavía nos estamos recomponiendo”, asegura su alcalde, Miguel Sandalinas. Desde los más jóvenes hasta la gente de más edad coinciden: “Nunca había tenido tantas ganas de volver a casa”, afirma Iván García, de 17 años. “Cuando he llegado y he visto mi pueblo, se me ha abierto el alma, qué ganas tenía de volver”, añade Pilar Monte, de casi 80. Son estos, los más mayores, los que lo tienen más claro: “Llegará el día en que el monte llegará a la puerta de casa”, describe Miguel Bru para sostener el dato de que la Comunidad Valenciana incorpora cada año como suelo forestal 3.300 hectáreas de zona de cultivo abandonado. Se trata de terrenos de propiedad privada, cercanos a los cascos urbanos que, tal como señaló la consejera de Interior, Gabriela Bravo, el viernes, acaban conformado parte del bosque. De esta manera, defendió que el acecho de los incendios no es solo de un problema de falta de limpieza, sino de despoblación.

Montanejos es un lugar turístico. “Es bienestar”, dicen algunos eslóganes publicitarios. El municipio está rodeado de sendas y cuenta con la Fuente de los Baños y un manantial que hace las veces de piscina natural. Uno de sus miedos era que el incendio afectara al turismo en Semana Santa pero los alojamientos han recibido reservas y esperan que, a partir de este lunes, cuando abran definitivamente las carreteras y el incendio esté extinguido, empiecen a llegar los visitantes. Esperan que todo vuelva a la normalidad, de verdad. Que vuelva la ansiada rutina de estar en casa.

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El máster de EL PAÍS abre el plazo de inscripción para la 38ª promoción

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Pionera en impartir un Máster de Periodismo en España, la Escuela fundada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y el diario EL PAÍS en 1986 ha abierto en febrero el periodo de inscripción de la 38ª promoción (2023-2025). Alumnos de ambas orillas del Atlántico aprenden en Madrid, en las instalaciones del diario más leído en español, las claves de un oficio fundamental en las sociedades democráticas, una maestría enfocada la formación de periodistas con espíritu crítico, que ejerzan su trabajo con ética, rigor y honestidad, que huyan de la información-espectáculo y sepan diferenciar las noticias de los rumores. Los candidatos procedentes de España y del resto de la Unión Europea tienen de plazo hasta el próximo 6 de septiembre para presentar su solicitud, mientras que para los aspirantes de América Latina y de países fuera de la UE el periodo de inscripción concluye el 15 de mayo.

Para acceder al Máster es necesario estar en posesión de un título de grado en cualquier disciplina académica. María Hernández es canaria, tiene 23 años y estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Se incorporó a la Escuela el pasado octubre y su pasión es la radio. Cuenta que cuando terminó la carrera entendió que todavía le quedada mucho por aprender y vio en el Máster una oportunidad para crecer en el mundo del periodismo. Julien Ownby es el primer canadiense embarcado en el Máster. Tiene 28 años, es licenciado en Ciencias y llegó a Madrid en octubre desde Montreal. Buceó en cursos de posgrado de su país, de EE UU y de Argentina se decantó por el título de EL PAÍS porque “quería hacer algo muy práctico” de la mano “del diario en español con más reputación”. Después de seis meses en la Escuela, Ownby asegura que ha evolucionado a pasos agigantados: “Siento que soy un periodista totalmente distinto, mejorado y confiado. He crecido mucho y veo que voy a seguir creciendo”.

La premisa y la promesa de la Escuela es, según su director, Javier Moreno, que “uno entra sin ser periodista, aunque haya estudiado Periodismo, y sale siendo periodista”. Se trata de “un cambio transformador y único que pocas Escuelas o instituciones educativas son capaces de ofrecer, todo es práctico desde el primer momento”. Moreno da fe de esta promesa. Estudió Ciencias Químicas pero quiso ser periodista. Entró en la Escuela y un año después ya estaba publicando como redactor en EL PAÍS, cabecera de la que fue director en dos etapas diferentes.

Desde su nacimiento, por las aulas de la Escuela de Periodismo han pasado 1.372 alumnos, algunos de los cuales ocupan altos cargos de responsabilidad en medios de comunicación tanto españoles como latinoamericanos. El reportero Jon Sistiaga, el director de informativos de La Sexta, Cesar González Antón, y la gestora cultural Manuela Villa son algunos de los estudiantes que han pasado por sus aulas. Una gran mayoría (81%) de los alumnos son españoles, un 13% procede de América Latina y el restante 6% se ha incorporado de otros Estados europeos y de países como Canadá, Estados Unidos o Marruecos. La Escuela abrirá las aulas a la nueva promoción el 16 de octubre y los alumnos concluirán la primera fase de formación a finales de julio de 2024. El 1 de septiembre iniciarán el periodo de prácticas remuneradas, que se prolongará hasta el 31 de agosto de 2025.

Durante casi cuatro décadas de actividad ininterrumpida, el Máster mantiene intacto su objetivo: formar periodistas íntegros que contribuyan a ejercer la profesión desde la ética, la credibilidad, el rigor y la honestidad. Está concebido como una redacción multimedia, que ofrece enseñanzas en todas las ramas del periodismo. Se trata, según Moreno, de una formación 360 grados. “La Escuela ha ido evolucionando. Al principio era más periodismo escrito pero hemos ido añadiendo técnicas para ejercer correctamente el oficio: audio, radio, podcasts, vídeo, periodismo de datos. Hemos ido ampliando y los alumnos salen siendo periodistas con capacidad para trabajar en múltiples campos”.

Alumnos de la 37ª promoción del Máster de Periodismo UAM-ELPAÍSAlberto Ferreras

Los alumnos aprenden a redactar una noticia, elaborar un boletín de radio o grabar un reportaje audiovisual y se ejercitan en el uso de herramientas informativas para producir podcasts, diseñar infografías o rastrear las redes sociales. Todos los conocimientos adquiridos se ponen en práctica durante un año.

El Máster es un curso de postgrado, título propio de la UAM, con una duración de 22 meses. De ellos, los 12 últimos están dedicados a la realización de prácticas en los medios del grupo PRISA, como EL PAÍS, el diario económico Cinco Días, el deportivo As o la Cadena SER. Antes de empotrarse en las redacciones de estas cabeceras, los alumnos reciben formación en la Escuela de Periodismo, donde trabajan en pequeñas redacciones. El profesorado está formado mayoritariamente por periodistas en activo de El PAÍS y de la Cadena SER, lo que fomenta la transmisión del oficio.

Una gran mayoría de los alumnos que han pasado por este centro de formación de profesionales son españoles, pero cada vez son más los estudiantes procedentes de América Latina. En la promoción 37, que comenzó las clases el pasado mes de octubre, casi la mitad son de fuera de España. México y Colombia son los países de los que proceden un mayor número de estudiantes, aunque también los hay de Bolivia, Ecuador, Brasil y Canadá.

Un alto porcentaje han cursado estudios superiores de Periodismo o Comunicación Social y otros son licenciados en Derecho, Antropología, Historia, Medicina, Enfermería o Químicas. Para presentar su solicitud deben cumplimentar el formulario publicado en la web de la Escuela con los datos personales y redactar una carta de motivación. Tras esta primera fase, los aspirantes deberán superar varias pruebas: un cuestionario y un escrito de actualidad, un examen de inglés y una entrevista con los responsables del Máster.

Cada promoción ofrece un máximo de 40 plazas y cuenta con el apoyo de CaixaBank. Esta entidad bancaria colabora con la Escuela desde hace varios años y su contribución ha sido fundamental para muchos estudiantes que, de otra manera, no podrían realizar su sueño de ser periodista. También la Fundación Carolina ofrece becas para los candidatos de América Latina.

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¿Es normal que haya incendios en primavera? Sí, pero no tantos ni tan intensos

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A inicios de primavera, todavía en pleno marzo, Castellón y Teruel padecen un gigantesco incendio forestal que se acerca a las 5.000 hectáreas carbonizadas, mientras Asturias arde en más de 120 focos “en una oleada que no tiene precedentes”, según el Ejecutivo asturiano. ¿Es normal que haya fuegos en primavera? En la cornisa cantábrica es habitual que las quemas tradicionales produzcan algunos de estos incidentes, pero generalmente de pequeñas dimensiones. Según las estadísticas del Ministerio para la Transición Ecológica, en el último medio siglo solo el 10,5% de los grandes incendios forestales (aquellos que calcinan más de 500 hectáreas) se han producido de noviembre a abril, y el 78% se concentra de julio a septiembre. Los expertos coinciden en señalar que el calor, la sequía y el cambio climático adelantan la llegada de monstruos de fuego como el de Castellón, más propio del verano.

¿Qué está pasando en Asturias, Cantabria y Galicia?

Un incendio forestal declarado el martes en Baleira (Lugo) ha afectado a 1.400 hectáreas y, aunque quedó estabilizado el jueves, su extinción están complicándose por la fuerza del viento y su dirección cambiante. En Cantabria este viernes son 38 los focos, que han ido aumentando durante la semana. Mientras, Asturias registra en esta jornada 116 incendios forestales en 35 concejos, una situación que el jueves obligó a desalojar a 174 personas y a cortar la autovía A-8 con Galicia. Alejandro Calvo, consejero de Medio Rural asturiano, ha explicado: “No sabemos cuál es el fondo, pero evidentemente es una oleada de incendios provocados que no tiene precedentes”. Y ha añadido: “Una situación como esta, con focos simultáneos […] son comportamientos delictivos, criminales, así hay que considerarlos; ponen en riesgo a las personas, a la gente de los pueblos”.

¿Qué son las quemas tradicionales?

“Este tipo de situaciones se dan cada año porque se hacen quemas rurales tradicionales de pastos, rastrojos y otros materiales, generalmente en febrero y marzo”, apunta Javier Madrigal, científico titular del Instituto de Ciencias Forestales del INIA-CSIC y experto en incendios de la UPM. “Hay gente que pide permisos para estas quemas, pero otros no lo hacen, y es en esos casos cuando se pueden quemar zonas cercanas e incluso descontrolarse”, prosigue.

¿Por qué se convierten en incendios?

Esta semana ha habido alerta en la cornisa cantábrica por altas temperaturas y fuerte viento sur, mucho más seco que el que viene del norte, lo que propicia los fuegos. Por eso, apunta Madrigal, “se advirtió a la población de que no usara el fuego porque tenemos un episodio de fuertes vientos, que ayuda a que las llamas se propaguen, y a pesar de ello muchas personas decidieron no hacer caso y estas son las consecuencias. Queda mucho por hacer en cuanto a concienciación”. José Ramón González Pan, portavoz del Colegio de Ingenieros Forestales, señala a que la población del norte tiene “exceso de confianza y mantiene las quemas pese a las advertencias”. Diana Colomina, experta en bosques de la ONG WWF, denuncia que quemar pastos con estas condiciones climáticas “es como poner una cerilla en una chimenea, porque gran parte del paisaje no está bien gestionado”. Una portavoz del Ministerio para la Transición Ecológica apunta: “Es habitual que se produzcan en esta época incendios en el noroeste como los que tenemos ahora en Asturias y Cantabria”.

¿Los fuegos en estas fechas suelen ser grandes?

No. Según las estadísticas de Transición Ecológica de los últimos 50 años, solo el 10,5% de los grandes incendios forestales (aquellos que calcinan más de 500 hectáreas) se han producido de noviembre a abril, mientras que la gran mayoría (1.657 de 2.114, es decir, el 78%) se han concentrado de julio a septiembre. Estos monstruos de fuego son una parte muy pequeña de los miles de fuegos que se producen —la mayoría de los cuales tan solo queman algunas hectáreas—, pero son responsables del 40% de la superficie quemada.

Madrigal, del CSIC, señala: “En el norte, excepto en Ourense, los incendios en primavera no suelen ser muy grandes, porque hay discontinuidades en el paisaje, en la propiedad, y porque los anticiclones entran por el norte y ayudan a apagarlos. Pero sí hay una tendencia a que haya cada vez más incendios de 500 hectáreas, cuando antes eran de 100 o 200. El problema se da cuando coinciden muchos focos, lo que dificulta el trabajo de los equipos de extinción, y se combina con un fuerte viento del sur como el que está habiendo esta semana”.

¿Qué está pasando en Teruel y Castellón?

Un enorme incendio que lleva activo una semana ha arrasado ya 4.700 hectáreas en las provincias de Castellón y Teruel y ha obligado a desalojar a 1.600 personas de seis municipios (unas 1.300 siguen todavía fuera de sus casas). Este viernes, el portavoz de Emergencias valenciano, José María Ángel, ha informado de que lleva ya 24 horas sin llama y con un perímetro “muy consolidado”. Según los últimos datos, cerca de 1.300 vecinos permanecen desalojados y hay cuatro carreteras afectadas (CV-195, CV-20, CV-203 y CV-207), mientras la Guardia Civil mantiene controles de acceso de Guardia Civil en los municipios y pedanías realojadas.

¿Por qué este incendio no es habitual?

“Hemos tenido incendios grandes fuera de temporada, pero no como este: se ha comportado como si estuviéramos en pleno verano, pese a que estamos a principio de primavera”, resume Ferran Dalmau-Rovira, experto en gestión forestal. “Ha sido muy agresivo y ha quemado el monte de forma muy rápida y muy intensa. Se ha visto una intensidad muy fuerte en las llamas. Por eso ha estado varios días fuera de la capacidad de extinción”, continúa. De hecho, según las estadísticas de Transición Ecológica, la mayor parte de los grandes fuegos de noviembre a abril suelen quemar entre 500 y 1.000 hectáreas; es muy poco habitual que superen las 4.000, aunque es cierto que ha pasado algunas veces (por ejemplo, en febrero de 1989 un fuego calcinó 6.000 hectáreas en Asturias, mientras que en abril de 1994 otro arrasó 7.000 en la Comunidad Valenciana).

Nube sobre el incendio de Castellón, este lunes.
Nube sobre el incendio de Castellón, este lunes. Mònica Torres

¿A qué se debe esta catástrofe?

A una combinación de calor muy inusual, sequía y fuertes rachas de viento. Según la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), en los últimos días hemos tenido temperaturas entre 7° y 14° más altos de lo normal, “un ambiente más propio de pleno verano”. Dalmau-Rovira explica: “Hay sequía meteorológica desde 2022 y la vegetación padece estrés hídrico, por lo que está más débil tanto para las plagas como para el fuego. Además, en 2017 hubo una gran nevada en la zona y se rompieron muchos árboles que no se retiraron, lo que añade más combustible al incendio”. González Pan, de los Ingenieros Forestales, precisa: “Las labores de extinción se han encontrado con dos episodios de viento fortísimos, que además ha cambiado su dirección, y eso desajusta la manera de enfrentarse al fuego e inhabilita los medios aéreos. En estas circunstancias, hay más posibilidad de paveseo, es decir, de que las cenizas inflamadas pasen de un lado a otro y expandan las llamas”. En su opinión, “estadísticamente, es muy atípico que un incendio tan grande se produzca en estas fechas, en el área mediterránea se suelen dar más a partir de junio”.

¿Cómo afecta el cambio climático?

Los informes del IPCC, el grupo de expertos en cambio climático de la ONU, llevan años advirtiendo de que la crisis climática causará cada vez más calor, sequía y fenómenos extremos —y el área mediterránea es de las más afectadas—, lo que supone que las condiciones para que se den grandes incendios durante todo el año serán cada vez más habituales. “Vamos a un escenario con mayor aridez, más escasez de agua, precipitaciones concentradas en menos días, lo que afecta a la vegetación… Todo esto puede favorecer la propagación excesiva de fuegos y convertirla en inabordable”, apunta González Pan.

¿Cómo podemos evitar futuros fuegos?

Dalmau-Rovira, experto en gestión forestal, apunta varias claves: “Bonificar el pastoreo extensivo y la agricultura tradicional como pago por servicios ambientales y apostar por las quemas prescritas en invierno, cuando no hay riesgo, para generar escenarios con menor carga de combustible; estas quemas pueden servir además como adiestramiento para los bomberos forestales”. En su opinión, también es imprescindible aprovechar de forma sostenible los recursos renovables del monte: madera, corcho, resina… “Es una de las maneras de reducir el combustible para futuros incendios. Sin gestión forestal, estamos en manos de la meteorología”.

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